Las reacciones del liderazgo opositor ante el triunfo del presidente Nicolás Maduro en las elecciones del 14-A, dejan nuevamente al descubierto que esas cúpulas no tienen ni la madurez, ni la capacidad, ni muchísimo menos la moral y la ética para aspirar a conducir este país.
Imaginarse a estos personajes al frente del poder político produce escenas escalofriantes, de terror. Son irresponsables, arbitrarios y desleales. En lugar de asumir con gallardía los resultados electorales y organizarse para hacer el trabajo político, que les permita convertirse en una opción con posibilidades reales de ganar sin arrebatar, han vuelto por los fueros de su golpismo.
Un Capriles errático impugna las elecciones ante el Tribunal Supremo de Justicia sin presentar una sola prueba. Antes de que esa máxima instancia judicial se pronuncie advierte que no aceptará el fallo que los magistrados emitan. Los diputados de la MUD se niegan a reconocer al Presidente Maduro como legitimo Primer Mandatario y montan un espectáculo burdo de violencia irracional, para después correr a sus programas de televisión a victimizarse.
Es la misma conducta del paro, de las guarimbas, de la Mesa de Diálogo. La filosofía de tirar la piedra y esconder la mano; de la agenda oculta, de no asumir con valentía las consecuencias de los actos que se realizan. Este modus operandi les ha rendido siempre muy malos resultados, porque la gente no es tonta y al final termina dándose cuenta del engaño.
Se ha dicho que no son todos, que en el seno de esa dirección opositora hay gente seria que adversa el proyecto bolivariano, pero acata las normas de la institucionalidad democrática. Parte de esa hipótesis quizás sea cierta, el problema es que normalmente se impone el fascismo y, lo más grave, los muertos siempre son de este lado. Pero los medios, ay los medios, hacen muy bien el trabajo de invisibilizarlos. ¿Los asesinos dónde están?
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