Un extraño caso de aparición diurna se produjo en el Palacio de Miraflores la semana pasada. Ocurrió cuando el presidente Nicolás Maduro recibió a los gobernadores chavistas y de oposición- para cuadrar con ellos planes en torno a la seguridad ciudadana.
Un greñúo de rostro poco conocido pululaba entre los mandatarios y mandatarias regionales que acudieron a la cita con el Ejecutivo. Pelúo y de paso con los ojos puyúos, comentó una atemorizada y discreta visitante que lo vigilaba de reojo.
-Sólo por respeto a los guerrilleros, no digo que es uno de ellos, pero se parece igualito por la chiva- añadió un veterano político que aunque ateo, con diplomático disimulo y pos si acaso se hizo la señal de la cruz varias veces. Con razón hay tanto frío a pesar de que diciembre pasó. Están saliendo los muertos, se escuchó en unos de los rincones del salón.
El momento cumbre, como en aquellas viejas películas de vampiros (sin alusiones metropolitanas) estuvo cuando el inesperado se dio la mano con Maduro. Dios me lo acompañe y me lo favorezca. Ojalá no le quede la piel llena de azufre, deseó al jefe de Estado la señora que servía el café.
Huele a enchufao, refirió alguien. A quemao, querrás decir, quiso corregir un despistado de los que nunca faltan. A enchufao, chico. ¿no ves que por culpa de él ahora falta una silla? Me quitó la mía. ¿De dónde salió ese?.
El enredado ambiente fue de tal magnitud que se proyectó al exterior del Palacio. En la avenida Urdaneta un confiado transeúnte sintió que la cabeza le daba repentinas vueltas, llevándole a decir, en voz baja: Tengo como ganas de drenar arrechera, pero ni sé por qué ni cómo hacerlo.
Yo creo que es Henrique Capriles, dijo un arriesgado de paltó quien como respuesta de su interlocutor recibió un Tú sí eres jodedor vale. No vi a nadie llegar trepando paredes ¡y menos escalera en mano!
¡Chávez vivela lucha sigue!
