Maduro, colombiano. Palmar, sacerdote, Walter Márquez, y el Santo Grial

Había una vez – comenzamos así por lo que tiene de drama el asunto – una clase propietaria y sus políticos, que valiéndose de sus medios de comunicación, se encargaba de inocular diariamente al pueblo venezolano de odio contra el colombiano.

La clase propietaria de tierras, devenida en comerciante y asociada, digamos a partir de la segunda década del siglo veinte, a los consorcios petroleros, que se asentó en el poder en Venezuela, pudo disfrutar de escandalosa prosperidad, frente a la inmensa miseria y violencia que se acumulaba en Colombia, comenzó a ver con horror, como de aquel lado se trasladaba una cultura que intentaba sobrevivir a como diese lugar.

Cuando era joven, casi niño, pero lector fiel del diario – “el periódico es de lo primero que debe entrar a nuestra casa en la mañana”, solía decir mi padre – me acostumbré a leer titulares que destacaban no sólo los hechos violentos, sobre todo robo y atracos, donde la redacción se solaza destacando la presencia no de hombres, sino de “colombianos”.

“Ayer tarde”, decía el titular, “atracaron el Banco de Venezuela de la esquina tal”; y pormenorizaba “de los atracadores, cuatro eran colombianos y uno venezolano”. Ese era el bombardeo diario que posicionó en la mente joven nuestra que “colombiano” era sinónimo de ladrón y asesino. Por supuesto que de tal conducta o agresión no escaparon los sureños, a quienes por cosas como aquellas del “paquete chileno”, publicado siempre a grandes titulares de apertura o cierre, nos formó la idea que “sureño” y truhan eran lo mismo. Aunque parezca audaz decirlo, pudo formar parte de la estrategia, diseñada desde fuera, destinada a dividirnos y que los latinoamericanos, particularmente los del sur, sólo nos mirásemos las espaldas.

Era también la manera de la clase propietaria de manifestar su rechazo a los pobres que llegaban de fuera y drenar el miedo por la seguridad de su acumulación excesiva a expensas de la explotación del venezolano y la apropiación indebida de la renta petrolera. No le atribuyo a esa clase, la “nacional” el suficiente talento para haber iniciado al mismo tiempo – aunque tampoco es descartable – una estrategia para dividir, fundamentada en el odio y el desprecio. Pudo ser una impulso inercial contra las ideas de unidad de “las antiguas colonias españolas”, propagadas por Simón Bolívar.

Por distintas razones, como que en materia de violencia y delito nos igualamos, los políticos de la socialdemocracia venezolana se percataron de la utilidad del voto colombiano, valedero o no legalmente, los medios apaciguaron un poco aquella avalancha desacreditadora contra los ciudadanos del hermano país, sobre todo los humildes, a quienes nunca dejaron de aprovechar y explotar al máximo en la frontera, en veces por su condición de indocumentados. Quienes más odiaban a los colombianos, eran los mismos que les “secuestraban” y daban trato cuasi esclavista, aprovechándose de su ilegal status.

Ahora pareciera que la derecha desenterró aquella fobia que parecía oculta y el anti colombianismo se utiliza como argumento para intentar derrocar al gobierno venezolano. ¡Curiosa argucia! Más curiosa, cuando para sus fines se valen de paramilitares de aquella nacionalidad y el asesoramiento de Uribe.

Según el CNE, el ciudadano Nicolás Maduro Moros, actual presidente de la república, demostró mediante el documento respectivo que es ciudadano venezolano por nacimiento. Allí está el documento depositado y hay varias formas de acceder a él. Pero la derecha prefiere aferrarse a una burda mentira, también importada, vino desde Panamá, de aquel diplomático vergonzosamente destituido por su gobierno, quien se dejó arrastrar por los “cantos metálicos” de Uribe. Mentira a la cual se ha sumado, valiéndose de sus éxitos del pasado un político venido a menos, que intenta resurgir de sus cenizas, llamado Walter Márquez, quien con atrevimiento y falta de respeto consigo mismo, asegura tener en sus manos la partida que muestra la nacionalidad colombiana por nacimiento de Maduro.

Como no le es suficiente la certificación de la prefectura respectiva, la confirmación del CNE, tampoco la declaración de la Procuraduría Nacional de Colombia que, en su oportunidad, declaró inexistente la partida que Coches o Cochez, el ex diplomático panameño, había exhibido para justificar las demandas que en aquel momento, sólo para la prensa, hizo Capriles y su entorno. Porque, como no existen tales circunstancias, ni documento alguno valedero, nunca han acudido a la jurisdicción correspondiente, sino a los medios.

Pero de todo ese drama o barullo innecesario con el cual pretenden ahora justificar sus acciones, que Maduro renuncie porque es colombiano, que resalta el tono rabioso utilizado para pronunciar las palabras Maduro y colombiano. La derecha, la clase de los propietarios, pues son los mismos de aquel tiempo, ha desempolvado su odio e intenta volverlo a posicionar en la mente de la gente.

En plena calle del Este caraqueño, una periodista interroga a una airada joven su razón para pedir la “renuncia de Maduro”.

-“Porque es un usurpador”, responde la joven en un estado elevado de iracundia que Capriles hubiese calificado de otra forma.

-“¿Qué razón tienes para afirmar eso?”, vuelve la periodista a preguntar sin perder la paciencia.

-“Nosotros sabemos que es colombiano”. Lo de colombiano fue pronunciado con particular énfasis.

-“¿En qué te basas para afirmar eso?”.

-“Tenemos la partida y pronto la presentaremos”.

A la joven no le cabe duda lo de la nacionalidad colombiana de Maduro y da por válida una partida de nacimiento que nunca ha visto, se refiere a la que dice tener Walter Márquez, como nosotros no hemos visto y escudriñado la de Betancourt, hijo de español (canario), Raúl Leoni, de un nativo de Córcega y Carlos Andrés Pérez de padre colombiano. Por sólo nombrar tres. Bastante se ha dicho que el último de los expresidentes mencionados nació en Colombia. De esa creencia en una historieta que le inventaron a Maduro, muchos han hecho un programa político y hasta una bandera de lucha: “Qué renuncie por colombiano”. Pero esto se repite en la voz de cada joven sin rumbo ni concierto.

Pero a los jóvenes se le entiende por esa misma condición. Como lo de Walter Márquez, ya en el ocaso de su vida política y entristecedor deseo de figuración se excita como si hubiese hallado el “Santo Grial”. Lo entristecedor es escuchar a un sacerdote, por lo menos uno cree que lo es porque así le llaman y usa una sotana, con bastantes años a cuestas, explicar su posición política argumentando lo mismo. “Lucho para que Maduro se vaya porque es colombiano” y al pronunciar esta palabra, enfatiza como aquella muchacha.

El cura, siendo viejo y cura, va más allá. Hasta llega a desear la muerte del presidente. Un cristiano y sacerdote, según le dicen y creo que él mismo así se califica, deseándole la muerte a quien debe ser su “oveja” y por ello protegido y guiado. Pero no pareciéndole suficiente lo anterior, hiere con saña a la familia Chávez, a sus padres ancianos, no importándole su dolor, señalándoles indirectamente de prestarse para inventar una patraña para engañar a los venezolanos, cristianos y católicos en su inmensa mayoría, con respecto a la fecha de su muerte y el destino de su cadáver.

Escuchando a aquel cura decir esas monstruosidades, pese la sotana que portaba y que todos, hasta el mismo, le llaman padre, me quedó la fundamentada idea que no lo fuese, porque ni siquiera parece cristiano.

No obstante, ante tal aberración, la CEV, en lugar de auxiliarle y propiciarle el retiro bondadoso, lo ignora mientras “haga su trabajo”.


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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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