No me inquietan ni trasnochan el desprecio y la burla que muestra la derecha hacia las denuncias y las pruebas que sobre magnicidio y golpe de Estado presentó, el miércoles pasado, el Alto Mando Político de la Revolución, AMPR. Haberlas atendido con la responsabilidad que amerita la situación, como haría cualquier oposición seria en otra parte del mundo, me hubiese generado por el contrario- sorpresa, respeto y hasta una pizca de admiración y esperanza.
Pero, en efecto, era mucho pedirle. En lugar de sintonizarse con la lógica de la paz, la vida y la justicia, optaron sus miembros -una vez más- por la chanza, la burla y la banalización hacia tan delicadas advertencias. Demuestran con esa actitud que entre ellos, los radicales y los mercenarios asesinos la diferencia es insustancial.
La gente pensante en la MUD que la hay, imagino- no deja de acumular méritos para acudir, presurosa, por el canal rápido hacia el banquillo de los acusados por la historia. Sin obviar etapas que ejecutaron para aniquilar a sangre y fuego la vida de quienes en las décadas de los años 60, 70 y 80 luchaban por los sueños de un mundo más justo, deben responder también por otros capítulos y procesos sociales en los que tuvieron incidencia directa. Valga recordar el 27 de febrero de 1989, las rebeliones cívico-militares del 4 de febrero y 27 de noviembre de 1992, 11, 12, 13 y 14 de abril de 2002, abril de 2013 y febrero, marzo, abril y por ahora- mayo de 2014.
Al desatender el alerta emitido por el AMPR, despejan las dudas: sí apuestan por una desgracia nacional de esa magnitud y naturaleza. Para su infortunio, el alcalde Jorge Rodríguez fue tajante al expresar que si es el cadáver del presidente Nicolás Maduro la prueba que exigen, se quedarán con las ganas. El pueblo cívico-militar, firmemente resteado y curtido con los ideales bolivarianos y chavistas, se encargará de no complacerlos.
