Nada fácil fue abordar unas líneas que se teñirían de cierto color farandulero. Debimos acceder.
Tragué duro cuando vi al actor Franklin Virgüez tomar parte en la campaña mediática internacional contra Diosdado Cabello. Lo más probable es que la economía mayamera lo haya maltratado, de tal modo, que debió aceptar lo que tal vez sea el peor y más triste papel de su vida.
Tragué duro, no porque Virgüez pueda jugar un rol decisivo en la avanzada contra uno de los hombres más leales a la Revolución venezolana sino por lo bajo, bajísimo, que puede caer un desclasado que se ha creído el cuento de que se come el mundo.
Si en ese cuestionado ambiente de la farándula barata existe alguien que debería sentirse orgulloso de lo conquistado por nuestra Revolución, es precisamente Virgüez.
Para quienes no lo saben, este larense es hijo de un chofer de autobús a quien conoció justamente dentro de la unidad conducida por su progenitor. Tan íntima, cruel pero cierta realidad no la invento: la reveló, públicamente, él mismo en la década de los años 80 a través de un programa de televisión.
Que sea un chofer de autobús quien haya mantenido, fortalecido y creado programas sociales que favorecen al sector del que proviene el guaro autoexiliado tendría que significar para éste un motivo de orgullo en lugar de un motivo para hablar pajuatadas, cosa que siempre ha sabido hacer muy bien y que le ha facilitado ganarse la vida y ser utilizado por la oligarquía comunicacional apátrida.
A tan bajo nivel se ha desplomado su gentilicio que cuando en Colombia se refirió al país que lo vio nacer, dijo PENEzuela en lugar de Venezuela. ¿Se atreverá en EEUU a hacer un "chiste" parecido sobre el nombre de la tierra del Tío Sam?
Una última cosa, Franklin: gózate tu autoexilio. En esta tierra de libertades nadie extraña tu "arte".
¡Chávez vive…la lucha sigue!