Atónito por cómo había salido mi día digamos de celebración por la victoriosa asistencia de los votantes en las elecciones primarias del PSUV (http://www.aporrea.org/ideologia/a210306.html), tomé mis bolsas y decidí abandonar el mercado de Quinta Crespo, no sin antes beberme un café para darle tiempo de alejamiento del lugar a la doña cacatúa opositora. ¡Uf, día bipolar, por cierto!, exclamación esta que me hace retomar la expresión utilizada por el comandante Chávez para describir a los escuacas enfermos ("disociados"), pero ahora para la darle la razón al respecto: psiquiátricamente desunidos, eran bipolares. Seres constituidos a una usanza que, no pudiendo procesar un cambio, hacían del pasado su presente.
Estando en ello, en el café a orillas de la Baralt y en tales pensamientos, entró al local un camarada vestido de rojo, con una chaqueta signada con el logo de un ministerio. De inmediato uno de los empleados del portugués se puso a tararear "Patria, patria querida", y mi amigo, suspicaz, incapaz de determinar si la causa del canto había sido él con su atuendo, no hizo caso y al descubrirme se dirigió hasta mi. Me saludó y, señalando furtivamente al mesonero con los ojos, me preguntó:
─Dime, tú que tienes rato ya aquí: ¿lo que le ha picado a éste ha sido por mi causa o ya el cantaba cuando yo llegué?
─Ya cantaba ─le mentí. Quería tomarme tranquilo el café, sintiendo que ya tenía bastante disociación con lo del Dr. Pancho y la cacatúa Nancy como para encausar una nueva confrontación. Mi amigo de la UBCh, Héctor de nombre, solía ser una persona apacible, acostumbrada a tragarse, por ejemplo, las groserías antichavistas que soltaban algunos en el transporte público; pero de un tiempo para acá, como me lo había confesado, se cansó y me dijo "─Camarada, no más. En adelante revolución completa. Quienquiera que me provoque, recibirá mi respuesta. No puedo sufrir tanta intolerancia. Me haré tal sustancia también. Fuego contra fuego. Donde salte un dislate, alzaré mi voz. No es que me vaya a la guerra, con violencia de balas y golpes; no, no, somos revolucionarios: me estoy refiriendo a salvar mi papel y presencia, mi dignidad, y al trabajo ideológico que tenemos todos como combatientes. ¿Ha visto usted que alguno de nosotros andemos tratando de ridiculizar con tanta ofensa a la militancia política de los opositores a cada hora? Es insoportable. Nosotros los dejamos simplemente tranquilos, que se los lleven el viento y el olvido, a ellos todos completos con sus panteones de próceres caducos y de sangre derramada, con sus adecos y copeyanos, sus Betancourt, Carlos Andrés Pérez, Rafael Caldera, Gonzalo Barrios y hasta el mismísimo Ramos Allup, quien anda aún por allí vivito y coleando."
Asentí, pero adelanté mi tinto cuando vi que mi amigo se acomodaba como para pasar un largo rato en la venta, oyendo el travieso canturrear del empleado. Me invitó a almorzar, mas le expliqué que aún era muy temprano para mí porque recién había desayunado. En realidad, había tenido bastante para mi complexión psíquica. Salí a la calle y, disociadamente, eché un ojo a ambos lados para cerciorarme de que no deambulase por allí ningún psitácido conocido. Entonces Baralt arriba me encaminé hasta la casa.
En llegando, a una cuadra de distancia, vi que a la entrada del edificio donde vivo se agolpaba gente, gente encabritada aunque con actitud de espera. Cuanto más me acerqué pude descubrir que quienes allí se encontraban congregados eran los parientes del Dr. Pancho, el obligado quiosquero que tenía el puesto frente a la puerta del edificio, algunas otras personas y, ¡voto a dios!, la vieja cacatúa Nancy, moviendo su peluca de un lado a otro, como una atalaya, aún con las bolsas de las compras en las manos.
A media cuadra de distancia el quiosquero me divisó y levantó el brazo para señalarme. Todos miraron, incluyendo el avechucho, quien me dio cierto nervio hasta los huesos y no dejaba de intrigarme con su presencia ¡precisamente allí! Claro en que nada saludable podía colegirse de aquella suerte de aquelarre que se me antojaba político (¡los escuacas siempre andan locos en días electorales!), dejé que la inercia de mis pasos y destino me llevasen, pensando infinitamente en disociaciones, en mi amigo Héctor y la intolerancia, en la locura del alma humana, en el egoísmo y la malsania, en atrabiliarias fantasías sobre la necesidad opositora de un chivo político expiatorio para drenar su frustración escuálida. Gente con problemas particulares, banales derrotas existenciales, dispuesta a endilgárselas en su causa al gobierno mediante escándalo político. "Porque ─me dije─ así funciona el alma opositora frustrada, culpando al gobierno hasta de los cuernos que la mujer le pega, sin ver que la causa del problema la tienen en la entrepierna misma, con el perdón de la decencia."