Ingenuamente imaginé, durante las guarimbas de 2014, que Ramón Muchacho tenía cárcel segura. Lo hubiese jurado si me lo hubiesen pedido. Como alcalde de Chacao nada hizo para detener o impedir la desestabilización diaria que, desde ese municipio, se puso en práctica para sumarla a los intentos que en otras partes del país se articulaban por órdenes del imperio que amagaba con derrocar la democracia revolucionaria bolivariana decidida por el pueblo.
Su grado de complicidad con los paramilitares que clavaron la bandera golpista en su jurisdicción fue, si se me permite, morboso. Sádico, cuando obvió con espantosa indolencia la agresión criminal que los antisociales bajo su manto, perpetraron contra la guardería del Ministerio del Poder Popular para la Vivienda ¡teniendo niños y niñas en su interior!
En honor a la verdad, al menos a la mía, fue tan letal por aquellos meses como lo fueron Leopoldo López y el propio Daniel "Pato" Ceballos. Aunque estuvo siempre dirigido al fracaso, el estado de sitio que consintió en esa zona del este caraqueño afectó, incluso, a buena parte de los electores que le dieron el voto y que al borde del desespero narraron los suplicios generados por el arresto domiciliario al que fueron sometidos por las y los hijos de papá a quienes nunca consideró en el menú de esperadas sanciones.
Las redes sociales proyectaron, la semana anterior, el nombre de tan nulo y opaco personaje. Destituyó a un par de empleados por, presuntamente, obstaculizar las labores de algunos periodistas en la zona. El procedimiento contra los dos trabajadores, entendemos, fue expedito. En cuestión de horas quedaron fuera de la nómina.
Tengamos la certeza de que se trató de dos pendejos, como cualquiera de nosotros. De lo contrario, ni con el pétalo de una rosa los hubiera tocado. El sifrinaje guarimbero al que celestinamente apadrinó aquella vez aún pulula, gracias a él, con detestable impunidad.
¡Chávez vive…la lucha sigue!