Los santos barones tarifados

El tipo es un mentiroso, pero son las mentiras que quieren oír. Esa triste premisa se le puede endilgar a los que conforman la cofradía de la denominada Conferencia Episcopal Venezolana. Estos santurrones ennagüados, que comercian con los milagros en base a una fe inmisericorde, pretenden que se les respete por una asumida altísima envestidura, que los ponen “cerca” del empíreo y que utilizando cualquier privilegiado estrado, para emitir sus arteras e hipócritas homilías para embaucar a la grey crédula. Ayer, monseñor Antonio López Castillo aprovechó la convocatoria de la feligresía pastoreña en Barquisimeto, para pronunciar mensajes nada subliminales y perturbadoramente politiqueros como estos:“Sentimos su hambre, las colas bajo el sol, los acompañamos en su dolor para que esto poco a poco termine y nuestro pueblo pueda vivir en dignidad”. ¡Qué cura tan manipulador! ¡Qué hijo de su mamá! ¿Cuántas veces este mantenido ha hecho cola o aguantó sol para algo, si todo se lo llevan a sus pies? Este caradura flagrantemente dice que ya hay fecha de culminación, no de las angustias del pueblo, sino del gobierno que tanto les incomoda a ellos. Habla de los presos políticos y la Ley de Amnistía, pero no dice nada de lo que estos vándalos propiciaron en muerte y destrucción durante la arremetida güarimbera. Menciona el respeto a la decisión del pueblo en la actual asamblea nacional, pero cuando los diputados afectos al gobierno eran mayoría, criticaban esa mayoría y sus decisiones. Se le ven las costuras entre el ominoso lujo con que están ataviados.

Por eso, ya basta que el gobierno esté invirtiendo cantidades ingentes de dinero en tantas estatuas, imágenes o cualquier tabernáculo de adoración, para que estos fariseos lo utilicen como sus santuarios del poder manipulador clerical. Esos recursos deben ser para la inversión social de los prójimos necesitados y si no es así, entonces, que cada credo o religión que existe en Venezuela debería tener igualdad de condiciones para acceder a este patrimonio y que puedan hacer los recintos religiosos para sus rituales o las imágenes de cada deidad a la que ellos le rindan culto. No puede ser que los aposentos suntuosos de estos prelados católicos sigan lucrándose de los recursos del estado y de los bolsillos de la feligresía, para seguir patrocinando esa vida lujuriosa, elitista y opulenta y que les da pie a la manipulación con su patrañera humildad, en discursos políticos, asumiendo la guía espiritual del pueblo. ¿Quién coño les dio esa potestad? ¿Dónde carajo están las escrituras donde el Altísimo les encomienda el legado de la moral y de la verdad? ¿Por qué en sus enrarecidas encíclicas no aparece una mención de las actividades nada santas de la derecha? Su trabajo, su labor debe ser imparcial y no de espíritus tarifados. Esa vaina de colocar a Dios y de crear santos y vírgenes en cada rincón de Venezuela para atar al pueblo a una creencia manipuladora y azuzarlos con el fuego eterno a los que no comulgan con ustedes, es la vaina más miserable que pueda existir. Si lo hacen los políticos, es parte del juego de las parcialidades, provenga de donde provenga, pero ¿del privilegiado cenáculo de la iglesia católica venezolana?

Urosa Savino, Diego Padrón, Baltazar Porras, Roberto Lückert, Antonio López Castillo y toda esa montonera de barones feudales de las sacras ermitas palaciegas, lleven esa sotana con respeto y dignidad frente al pueblo, no mientan, no manipulen, no manoseen la animosidad de la gente, porque para los creyentes Dios es de todos, no de una parcialidad política o de sus gustos. Ustedes son nadie para decidir quién está con Dios y con el diablo. Y sabemos que no podemos esperar de ustedes una entrega como la de monseñor Óscar Arnulfo Romero, pero ojala puedan ver en sus acomodados tronos, el mensaje del papa Francisco como algo para inspirar y no para desafiar. Y si creen que no pueden, despójense de sus atavíos y asuman de una vez por todas, sus terrenales gustos y preferencias y a lo mejor esta decisión les favorezca en lo personal y no sigan ocultando en sus armarios, las ansias de hacer públicas sus ganas y manifestar sus frustraciones, sean cual sean ellas.

Si el cielo existe, no creo que sus nombres, ni el mío estén escritos como futuros residentes en él y ya no hay purgatorio para arrepentimientos. Pero si creo, que muchos curas fieles al Creador y a su pueblo, con las sotanas raídas y embarradas por su desandar en los agrestes caminos de la vida, acompañando con humildad las almas desventuras y que nunca “alcanzaran” la majestad de su espléndida existencia, si van a estar allí. Pero, por si acaso, yo ya fui monaguillo y no si eso vale para currículo espiritual. Amen, amen.


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Carlos Contreras


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