Aquel muchacho negro de Louisville, hablaba hasta por los codos. Desde sus primeras peleas, comenzó a hacer de pronosticador y anunciar por anticipado el round en que caería su contrincante. Se llamaba Cassius Marcellus Clay y por aquella a disposición a hablar, auto elogiarse, descalificar a sus contrincantes, que no era más que una forma de intimidar, no precisamente por egocentrismo, le aplicaron el mote del “bocazas” o el hablador.
Pero se dio el caso que el jovencito comenzó a llamar la atención del mundo, más allá de los pequeños círculos del pugilismo profesional, porque quienes a él se enfrentaban, caían justamente en el round que había pronosticado. Pese haber ganado medalla olímpica en su peso en 1960, su fama comenzó en aquellas extrañas circunstancias aunadas al despliegue verbal que desataba días antes de cada pelea y hasta una vez montado en el ring.
Pero aquel “bocazas” en verdad no lo era. No hablaba por hablar ni se auto elogiaba de manera gratuita. Era un gigante del peso pesado que tuvo la habilidad de mover su humanidad y sus puños como si fuese un peso pluma. Su elegancia y agilidad para desplazarse por el ring, evadir los golpes de sus adversarios y llevar a quienes a él se enfrentaban hasta el agotamiento, no se habían visto jamás en boxeador de la máxima división. Y como ya dijimos, sus rivales caían a sus pies en el round que había vaticinado días antes de la pelea. Llegó al extremo de su seguridad y audacia que, recostado sobre las cuerdas provocaba a su adversario le golpease, dándose de desgastado, presa fácil y cerrada su guardia de manera hermética, hasta que quien hacía de atacante, de tanto golpear a los guantes, terminaba agotado. Sabiendo el estado de su rival que se lanzaba “como a tirar” el resto para acabar con lo que sabía un duro escollo, y creía ese su momento, Clay salía de las cuerdas con sus elegantes movimientos y terminaba enviando aquél a la lona.
Hizo de verdad honor a aquella frase que se aplicó así mismo “picar como una avispa y bailar como una mariposa”, mientras sus contrincantes de su mismo peso y hasta menor que él, lo hacían con la lentitud y la torpeza propia de los púgiles de su categoría. Bailaba, se movía hacia adelante y hacia atrás, a los lados con perfecta armonía y control de cada paso, ejecutaba sorprendentes movimientos como aquel que llamaron la bicicleta que dejaban a sus rivales atontados y hasta mareados. Hizo de un peleador peso pesado, normalmente una mole sin gracia aunque con mucha fuerza, un actor maravilloso, un bailarín del cuadrilátero. El mismo tuvo la osadía de calificarse como el más grande, lo que nadie se ha atrevido a poner en duda. Sobre todo porque su grandeza la exhibió y probó no sólo en el ring donde suben los boxeadores a ganarse una bolsa de dinero a cambio de caerse a golpes, sino en la vida ciudadana.
El “bocazas” Cassius Marcellus Clay, que luego por razones de índole religiosa cambio al de Muhammad Alí, en circunstancias históricas que envolvía un enorme riesgo para su seguridad y vida, se atrevió a desafiar al Poder Militar y Político norteamericano no sólo por ponerse aquel nombre de los “musulmanes negros”, tenidos como enemigos del poder imperial y en momentos mismos que Marthin Luther King y Malcoln X, desafiaban al Estado racista en defensa de los derechos civiles y cuando Estados Unidos estaba embarcado en la injusticia de desatar todo su poder militar contra un pequeño país como Vietnam, negándose ir a combatir “porque los vietnamitas eran sus hermanos y no iba a matar a gente que nada malo habían hecho a él y los suyos”; los suyos, en palabras del genial boxeador, eran sus hermanos afroamericanos, víctimas del Estado gringo que lo quiso alistar para que combatiese en su nombre.
Aquel desafío significó para Muhammad Alí, ya Cassius Clay había quedado en el pasado, perder el cetro mundial del pugilismo que ostentaba, las enormes bolsas que le reportaban cada una de sus peleas, siendo la figura más atractiva del deporte mundial y hasta la cárcel. Pero también significó que millares de jóvenes estadounidenses, blancos y negros, optasen por fugarse del país, esconderse para no ir tampoco a la guerra, por las mismas razones que dio el “bocazas”. O lo que es lo mismo, sirvió de inspiración para que millones de estadounidenses se manifestasen de distintas formas contra la guerra en Vietnam.
Henry Ramos Allup, quien por su apellido, su segundo apellido, a uno le sugiere Siria, de lo más normal y hermoso en Venezuela, no es un bocazas, porque el “bocazas” que mencionamos antes, no hablaba por hablar. Más bien uno piensa en un bocón, palabra que según el Drae, se refiere a personas que hablan mucho, echan bravatas y esta última palabra significa “proferir amenazas para intimidar”. Pero también se relaciona con baladrón o persona “que presume de valiente”. Es decir, el bocón habla por hablar y poco le importa el valor de su palabra, demostrar o cumplir con lo dicho y menos ser coherente con ella.
Se pudiera hacer, sin ir al pasado de la IV República, una sustanciosa y hasta larga relación de lo bocón que ha sido, quien se atreve, sin mirarse su rabo negarle la nacionalidad al presidente por el origen de la madre de este. Jamás antes se había visto en Venezuela tanta pequeñez, mezquindad y ruindad entre políticos. En un país por demás generoso que siempre ha tenido sus puertas abiertas y sus brazos tendidos para recibir a gente procedente de los cuatro puntos cardinales. ¿Qué más sino bocón fue el individuo que ofreció al país presentar en 24 horas las pruebas que por fraude Chávez ganó aquel referendo con una avalancha de votos? ¿No es propio de un bocón haber presentado en diciembre la oferta de acabar con las colas y la escasez para que por ellos votasen el 6D? ¿A quién sino a un baladrón se le ocurre, por llegar a la presidencia de la AN ofrecer cambiar el gobierno nacional en seis meses, por cierto, plazo que casi finaliza? ¿Cómo concebir a un tipo que pacta con quienes están al extremo de su posición original dentro de la MUD sólo por convertirse en presidente de la AN? ¿No es conducta propia de un bocón sacar de la Asamblea Nacional un cuadro del Libertador, con tanto valor como cualquier otro de su iconografía, simplemente porque “ese no me gusta”? Además de boconería, parece un infantilismo, un proceder sin calidad ni altura alguna, propio de quien habla sólo por hablar y llamar la atención.
Finalmente, para no cansar a mis lectores, como gustaba decir a un viejo amigo, ¿qué cosa es sino un bocón y baladrón quién se le ocurre pedir a la OEA aplique la Carta Interamericana a su propio país, que pudiera hasta conducir que EEUU o los mercenarios de Uribe Vélez, que si es colombiano, nos invadan y hundan en el horror y la miseria a todos los que en este bello país vivimos?
Cassius Marcellus Clay, el “bocazas”, luego Muhammad Alí, desafió a las enormes fuerzas militares y políticas gringas a manera de protesta a favor de los Derechos Civiles de los afroamericanos como él y contra el genocidio que EEUU, su país, cometía contra el humilde pueblo vietnamita. Dio la cara, asumió con hidalguía su responsabilidad.
“Bocazas” una cosa hasta gloriosa es y otra bocón. Son vainas del lenguaje popular cuya riqueza es incalculable.