En la República Bolivariana de Venezuela, históricamente los hombres hemos asumido un conjunto de imposturas respecto de la mujer, que se reflejan en todo el complejo semiótico o de significaciones, muchas veces, para mantenerlas oprimidas, a la vez, que dando cuenta de la ignorancia aprendida, desde la transmisión oral por generaciones, hasta en los espacios pseudoacadémicos en donde el canon legitima sus mentiras, también apoyados en los medios de comunicación masivos, entre los que destacan la televisión, el cine y los portales de internet.
En cuanto a los medios de comunicación masivos, su influencia para hacer de la mujer un objeto de consumo, es expresa o deliberada, por cuanto se oculta lo que es el sujeto femenino en su esencia, tal cual es, para reproducir la noción de objeto femenino, con fines abyectos, la mayoría de las veces, sin la conciencia del sujeto mismo, que pueda percatarse de es objeto de consumo como una vulgar mercancía maquillada, operada y vestida, no para su placer propio o sentido estético, sino para ser el objeto o propiedad de otro que la exhibe y la usa a su antojo, lo que fuerza dentro de las reglas del capitalismo consumista por un sujeto femenino falocéntrico y patriarcal, en oposición a ése que por su naturaleza emerge “tal cual es”, sin etiquetas y sin estereotipo.
Lo anterior expuesto, está explicado de manera más amplia y documentada, en la tesis de maestría de mi autoría, presentada y defendida en el año 2003, titulada El sujeto femenino en la literatura venezolana, a partir de la década de los sesenta del siglo XX: una aproximación a los procesos socio-psicológicos (ULA: 2003), partiendo del criterio de que la literatura en general y la venezolana, no cuentan verdades, pero sí, realidades que dan cuenta del sujeto colectivo y transindividual, amén de que en muchos casos, la literatura puede dar cuenta del sujeto femenino desde su geografía interior, íntimamente, con sus neurosis, traumas, tabúes, en confrontación con el contexto del mundo que le es más posible.
Pero, ese sujeto femenino, el individual como expresión concreta y colectiva de esta sociedad de mujeres mayoritariamente emancipadas, jamás ha sido, ni será esa mujer que de manera despectiva, peyorativa y deliberadamente ofensiva describe la doñita con ínfulas y un lastimoso complejo de inferioridad en esta entrevista https://youtu.be/EOmPpTb0xTU
En primer orden, todos los hombres, los varones, heterosexuales, transexuales, bisexuales, lesbianas y homosexuales, tanto como cualquier mujer, hemos de sentirnos aludidos ante tamaña ofensa proferida por la esposa del Diputado Henry Ramos Allup, con la firme intención de alcanzar notoriedad y ser noticiosa a partir de lo negativo. Hemos de sentirnos ofendidos y aludidos todas y todos, porque provenimos de una mujer, la que nos parió después de tenernos durante nueve meses en sus vientres, razón por la cual el experimento de estigmatizar a todas aquellas mujeres chavistas, que son la mayoría nacional, es un intento, desafortunado, infeliz, fallido y vulgar, tanto como si se ofendiera la condición de la doñita, Dora D'Agostino. Nada justifica agredir u ofender su feminidad.
Por otra parte, las mujeres chavistas no son las mujeres del gobierno, como sí lo fueron en la IV República de los adecos y copeyanos, con todos los vicios y miserias, como las que refleja y exhibe Henry Ramos Allup.
Y, aún así, esas mujeres falocéntricas de los hombres de los gobiernos de la IV República, de AD y COPEI, han sido víctimas silenciosas de esa sociedad opresora y ominosa, de las que muchas de ellas, por amor al confort y asidas de la frivolidad, gracias a su cuerpo y sensualidad decidieron ser las putitas privadas con pose de dama de esos gobernantes y de la vieja y parasitaria burguesía criolla, vicio que se ha extendido a otros estratos de la sociedad hasta hoy, como las mujeres de la mafia, las de los pranes y de muchos políticos de la derecha, que se corrompen en cargos como diputados, para mantener altos niveles de consumo de sus putitas privadas, a las que alojan en apartamentos lujosos alquilados en dólares en el Este capitalino, las pasean en Audi y les financian sus voraces gustos que poco a poco van refinando, a punta de botox y cualquier clase de biopolímeros en el cuerpo, para exhibirlas como el “hembrón”, plástica y buenota, con pose de aristócrata, que exhiben las hienas de la derecha capitalista.
Ésa, tampoco es la mujer chavista, ni lo es la mayoría nacional de todas nuestras mujeres. La mujer chavista no es sucia, ni sin maquillaje, ni con maquillaje. Tampoco es desarreglada. La mujer chavista no es ladrona, ni le ha quitado nada a nadie, al contrario de fortunas labrados por la empresa contratista D'Agostino, en complicidad con Henry Ramos Allup en la IV República.
Eso sí, la mujer chavista es empoderada de sí misma, es dueña de sus pasos, no depende de ningún hombre que tenga que darle algo, porque ella se da lo suyo y sin dependencia del hombre y sin flojera de trabajar.
La mujer chavista es, tan linda y sensual, como la mujer no chavista. La diferencia está en que la mujer chavista es inteligente, autosuficiente y no necesita exhibirse como objeto de consumo. Hoy, nuestra mujer venezolana, en su mayoría, es “tal cual es”, sin etiquetas y sin ser el adorno de ningún pendejo. Es ella: linda y no necesita exhibirse, ni mostrar lo que le dé su marido. La mujer venezolana es más que esa ofensa que ha proferido la doñita Dora D'Agostino, contra las de su género, a pesar de ser ella otra hermosa mujer que merece reflexionar un poco más, pedir disculpas a todas las mujeres, especialmente, a las chavistas y, sobre todo, aprender a sentirse bien y linda como lo es, consigo misma, a pesar del paso de los años, que borran con mucha dignidad la frescura de la flor, pero jamás la esencia profunda del sujeto femenino emancipado que es la mujer venezolana, gracias a ella y por ella, de las cuales parieron cada una de ellas, a los feministas Hugo Rafael Chávez Frías y Nicolás Maduro Moros.