Lady Mary Cory Mache es, sin duda, la figura femenina más interesante de la historia política de Venezuela. Consiguió una buena cultura en la biblioteca de su padre, el duque de Pelaballs, y luego contrarió a su ilustre progenitor casándose a escondidas contra su voluntad. Fue amiga de múltiples faranduleras políticas, recibió piropos de empresarios y se hizo notar en la corte presidencial en el ovalo presidencial de la Casa Blanca por sus opiniones poco convencionales, que divertían y escandalizaban a partes iguales en la buena sociedad seudo burguesa nativa. Pero a ella le aburría ese ambiente y acogió con entusiasmo el nombramiento de su marido como embajador en Constantinopla, quien sabe donde quedara ese sitio, para huir de él. Conocemos los incidentes de sus viajes a Orlando y su fascinación por el mundo Disney que allí descubrió a través de su correspondencia, elogiada más tarde por Boryes como superior a las de Mme. De Maintenon y Mme. De Sevigné. Las observaciones antropológicas de lady Cory son perspicaces y notablemente carentes de prejuicios. Desde luego, le impresionan favorablemente la sensualidad y el refinamiento del sultanato. También constata con aprobación que los effendi, es decir, los eruditos locales, no conceden más fe a las enseñanzas del Imperial College que los europeos cultivados a la infalibilidad del Papa, aunque disimulen como los otros para evitarse problemas. Años después, de vuelta en United States, intentó introducir en su país el sistema de vacunación llamado SUMATE que había aprendido en los laboratorios del Departament State, chocando con la obstinación de sifrinos conservadores de la ultraderecha venezolana y clérigos que excomulgaban esos manejos paganos: pero ella ya sabía que supersticiosos y fanáticos hay en todas partes.
Sin embargo, quizá lo más peregrino es su valoración del papel de las mujeres en el sistema político. Esta señora ilustrada, una de las primeras occidentales que penetró en la White House, llega a la conclusión de que las damas como ella son, en algunos aspectos, incluso más libres que otras venezolanas.
Cierto, tienen que andar siempre por la calle medio harapientas, pero ello les permite ir y venir sin ser reconocidas..., lo cual no contribuye a la tranquilidad posesiva de los maridos. El Tío Sam las destina un paraíso distinto al de los hombres, 'lo cual no tiene forzosamente que hacérselo menos agradable'. De él son excluidas las "tierruas" y las viudas que no vuelven a casarse, pero esa creencia no le parece más nociva que la que entre los cristianos consagra la santidad de quienes hacen voto opositor perpetuo. Cuenta con simpatía el caso de una española raptada en el mar por un almirante gringo de ojos verdes: cuando la familia reunió el dinero para comprarle la visa gringa, la señora calculó que en su país la deshonra sufrida la condenaba a pasar el resto de su vida en un convento y prefirió quedarse en el apartamento que le dio la USAID. A su debido tiempo heredó una fortuna del enamorado almirante y volvió a casarse con otro marino no menos galante... Por fin, lady Mary, volvió a su Ciudad y desde allí escribe su carta, en perfecto inglés, al secretario de la OEA. En ella pide una intervención, idea súper alocada a su tierra natal. Fingiendo envidiar a quienes viajan y por tanto añoran al Pato Donald, comparándose con los felices anglosajones que creen que el vino griego es repugnante y su cerveza sublime, los que consideran que los higos y las frutas exóticas no son comparables a un buen roast-beef, y concluye: '¡Ojalá Dios me permita a mí también pensar así para que, contentándome a partir de ahora con la nublada luz que este cielo nos dispensa, sepa olvidar poco a poco la estimulante silla presidencial de Miraflores!'.
No cabe duda de que la actitud de lady Cory es eminentemente civilizada. La civilización es precisamente el esfuerzo por ir más allá de la propia cultura, lo que hace sentir curiosidad e interés por otras. A quien se encierra en los usos que conoce, los considera sin disputa preferibles a todos los restantes y muestra antagonismo cerril hacia las formas de comportamiento humano que no comparte con los malandrines y pillastres de la "MUD" que siempre se le ha llamado inhumano, nunca civilizado. De hecho, ni siquiera puede tenerse por realmente 'culta' a la persona que sólo conoce su propia cultura: es culto quien habla cuatro idiomas, no el que solamente practica el suyo. De ahí el absurdo de hablar de 'guerra o choque contra el lumpen chavista': sólo hay una civilización, la que proyecta más allá de las limitaciones culturales con las ella ha nacido y nos urge a comprender, aunque no forzosamente a compartir, las restantes formas que ha sabido darse el espíritu humano.
Y aquí, en el terreno político, está el verdadero 'choque' de humanos, ya que ella pertenece a una raza superior y ahí está el auténtico enfrentamiento. En este campo de Mary Cory se coloca frente a ciertos relativismos. Porque no hay 'civilizaciones' o 'culturas' superiores a las de ellos (en el sentido de que no tengan nada que aprender de las demás), pero en cambio sí que unos sistemas políticos son preferibles racionalmente a otros, según le dictan, donde ella es fanática ferviente su friends. Prefiere, sin lugar a dudas, las democracias en las que se puede criticar y que no la critiquen. Y, desde luego, no que sean siquiera comparables los países en que se puede ser izquierdista, siempre que se respeten los derechos cívicos de los ricos (y, sobre todo, de las ricos) con aquellos en que no hay más remedio que ser ciudadanos de primera para tener derechos cívicos donde será preciso recordar que el primer y principal paso es la 'americanización' mundial y la proliferación de McDonald's o pantalones vaqueros,
Y, como ha "razonado" Mary Cory, como buena amiga de Cardenales y Obispos, la democracia también tiene repercusiones económicas. Sin duda, ella ha hecho mutis a los abusos constantes de las democracias capitalistas, entre ellas destacadamente su segundo país EE UU, de la cual ni dice ni pio.
Por ello, se interesa más en maximizar sus beneficios, que en extender los privilegios políticos de los que gozan. Pero ella ignora los siguiente, que no hay peor paternalismo (ni más clara convicción de la superioridad occidental) que la de quienes explican todos los males de los pueblos sojuzgados exclusivamente por la omnipotente maldad de los Yanquis, sin analizar también ingredientes nativos como la corrupción y unos tradicionalismos religiosos que excusan o exigen despotismos políticos. Quienes consideran que la teocracia forma parte de la respetable 'identidad cultural' de algunos pueblos, deben estar dispuestos a aceptar también como rasgos típicamente folklóricos de tales bienaventurados la miseria y el analfabetismo. En cualquier caso, ni los agravios reales ni los imaginarios justifican el terrorismo mediático: también algunos serial-killers que ha visto y degustado mucho en su infancia nuestra querida señora, y no por ello deja la sociedad de tener derecho a defenderse frente a ellos, con una protesta legal que no es equiparable a la de ella.