“La mentira, por ser una violación de la virtud de la veracidad, es una verdadera violencia hecha a los demás. Atenta contra ellos en su capacidad de conocer, que es la condición de todo juicio y de toda decisión”
Catequismo de la Iglesia Católica (1)
El Cardenal Urosa Savino en la Basílica de Santa Teresa en la misa que ofició el Jueves 13 de abril de Semana Santa, durante la lectura de la homilía tradicional muy esperada por los creyentes de la Fe en Cristo, se atrevió a calificar al Presidente Nicolás Maduro de “dictador”, sin considerar su propia y muy alta jerarquía eclesiástica, lo cual nosotros calificamos de muy grave, porque más allá de que allí él hizo un llamado explícito a atentar contra la estabilidad de las instituciones del país, tal cual lo ha venido planteando la oposición y otros altos prelados de la Iglesia Católica, desde que Hugo Chávez llegó a Miraflores en 1999, con golpes de Estado, paros terroristas, invasiones de paramilitares colombianos, así como incontables actos de la mayor violencia que han dejado el saldo trágico de muchos muertos y heridos, es la voz más autorizada de la Iglesia Católica venezolana del momento, dada su condición de ser el Cardenal de mayor antigüedad del país y quien -así lo hemos entendido- funge de tal, cuando se dirige a los fieles de su Iglesia, los que -además- son casi la mayoría de nuestro pueblo.
Al haber llamado dictador a Maduro y agregar a los medios una vez que terminó la misa a la salida del Templo que: “El Presidente de la República Bolivariana de Venezuela (..) debe cambiar el rumbo que lleva su gobierno al querer instalar en Venezuela una dictadura socialista comunista”, este señor Urosa incurrió en el mayor de los desvaríos; cometió, ciertamente, una falta muy grave que tiene, en nuestra opinión, consecuencias legales y morales a las que él tiene la obligación de responder. Sobre las primeras, por cuanto en ese calificativo de dictador quedó, como lo hemos dicho, claramente manifiesto su llamado a la desobediencia de la institucionalidad del país, pues el Presidente Maduro ejerce la primera magistratura de Venezuela por mandato expreso del pueblo en libérrimas elecciones y tanto la Constitución Bolivariana y leyes de la República preservan y garantizan la estabilidad de esa institucionalidad, a todo evento, por lo que un intento abierto y descarado de hacer llamados públicos a vulnerarla, acarrea sanciones penales que deben ser calificadas por los órganos competentes del Estado.
En cuanto a las consecuencias morales, las hay de todo tipo y en apreciable cantidad y es allí -desde nuestra particular óptica- donde vemos la necesidad imperiosa de precisarlas en el marco de lo que han significado para la humanidad todo ese tipo de afrentas y calificativos que terminan, generalmente, propiciando la violencia incontrolable y generando a través de la misma, la iracundia y el odio entre los propios integrantes de una misma población o comunidad.
La mayor degradación de una gestión política es que su dirigencia opte por seguir el camino de la instigación persistente para que se desconozcan los poderes legalmente establecidos en una democracia viva y activa como lo es la nuestra, negando -además- no sólo la existencia del pueblo que apoya y respalda esa institucionalidad, sino la de plantear su exterminio, como sabemos que ya se ha voceado y planteado no sólo en sectores de la llamada “sociedad civil” de nuestro país, sino hasta en muchos de sus propios dirigentes, quienes no ahorran palabras para descalificarlo, llamándolo "hordas chavistas", “pata en el suelo”, “tierrúos”, “desdentados”, “narcotraficantes”, “malvivientes, “hijos de puta”, “sucios seres que la tierra se los debe tragar”, como le escuchamos decir no hace mucho tiempo a una señora en un supermercado "del este del este" de Caracas o matarlos como se matan a las cucarachas, como lo dicen con el mayor desparpajo los guarimberos en sus plenas faena del terror…
Titulamos esta nota en esos términos porque es realmente importante reiterar que el odio inoculado por largo tiempo en contra del adversario político, como ha venido sucediendo en nuestro país en estos últimos 18 años, a nada bueno conduce. Han sido trágicas las experiencias que en ese sentido recoge la historia de la humanidad, sobre hechos hasta diríamos bien recientes, pues seis u ocho décadas no es realmente mucho tiempo, como fue el holocausto que acabó con la vida de forma atroz de seis millones judíos (incinerados, asfixiados con gas venenoso, disparos en la cabeza, ahorcados, trabajos forzados, por golpes, por torturas médicas en experimentos seudocientíficos y por otras fórmulas de la mayor atrocidad), muchos de ellos militantes del comunismo en cuyos registros policiales quedaban asentados como “bolcheviques” o aquellos que eran seguidores de los Testigos de Jehová, para no alargarnos enumerando las otras muchas agrupaciones sociales y políticas que fueron víctimas del nazismo, debiendo reseñar como algo sumamente importante, que éstos últimos, haciendo valer su coraje y valentía contra ese régimen demoníaco, se “resistieron a pelear en el ejército nazi, a servir en las juventudes hitlerianas, saludar la bandera nazi, decir "Heil Hitler", apoyar de cualquier manera el esfuerzo de guerra nazi…”, como si lo hicieron no solamente católicos practicantes, sino sacerdotes y altos pelados de la Iglesia Católica.
Tenemos, además el más reciente de esas abominables experiencias en el genocidio de Ruanda en la década de los años noventa del recién terminado siglo XX, donde el odio exacerbado condujo a un genocidio que dejó el terrible saldo de casi un millón de personas asesinadas en menos de tres meses y en donde, vale resaltarlo, también el clero católico de ese país tuvo activa participación cómplice en esos crímenes y tanto lo fue, que hace escasas semanas el Papa Francisco pidió perdón al pueblo ruandés y a la comunidad internacional por "los pecados y las faltas de la Iglesia católica y sus miembros" durante el genocidio que devastó a Ruanda en 1994 (Papa pide perdón por rol de la Iglesia en genocidio de Ruanda) ...
Pero no queremos cerrar esta nota sin recoger fragmentos de lo que fue el discurso de algunos obispos de la Iglesia Católica Nacional tanto de la Alemania de Hitler, como de otros países que ocupó ese régimen en lo que fue el resultado de su política de expansionismo y control del mundo todo y que dejó como secuela de su aterradora gestión la mayor matanza de seres humanos que conoció el mundo por el odio inducido en sus más altas expresiones, como parte, efectivamente, de una política de Estado explícita y que nunca se ocultó ante un sociedad mundial que optó por guardar el mayor de los silencios cómplices ante tan horrible matanza, pero que, por el contrario, sí hizo todo cuando pudo para impedir que las comunidades de judíos de toda Europa y hasta en nuestro propio Continente, pudieran evitar su muerte, dejando a salvo -por supuesto- muchos casos donde la solidaridad y el amor jamás faltaron, como sucedió en Suecia, en Dinamarca, en Holanda e inclusive aquí en nuestra propia patria (2), por citar sólo estos pocos ejemplos, en donde fueron muchos los cristianos laicos y no cristianos de esos países que a título individual, ayudaran a salvar víctimas potenciales del régimen hitleriano arriesgando sus propias vidas, en algunos momentos con el apoyo de sus propios gobiernos…
El obispo jefe de la Iglesia Católica Polaca, August Hlond, publicó en febrero de 1936, cuando apenas comenzaban los asesinatos de judíos en masa, una carta pastoral con este tenor: “Es un hecho que los judíos están librando una guerra contra la Iglesia católica, que están empapados de librepensamiento y que constituyen la vanguardia del ateísmo, el movimiento bolchevique (comunista) y la actividad revolucionaria (..) los judíos corrompen la moral y sus editoriales están difundiendo pornografía. Es cierto que los judíos están perpetrando fraudes, que practican la usura (..) Es cierto que, desde un punto de vista religioso y ético, en nuestras escuelas la juventud judía está teniendo una influencia negativa sobre la juventud católica.”
Por su parte el obispo austríaco de Linz, Johannes María Gföllner escribió al poco de llegar Hitler al poder: “…no hay ninguna duda de que muchos judíos, ajenos a cualquier preocupación religiosa, ejercen una influencia extremadamente perniciosa sobre casi todos los sectores de la civilización moderna. La economía y los negocios (..), el derecho y la medicina, la sociedad y la política se están viendo infiltrados y contaminados del judaísmo (..) no sólo es legítimo combatir el judaísmo y poner fin a su perniciosa influencia, sino que, en conciencia, constituye realmente el deber absoluto de todo cristiano informado. Sólo cabe esperar que los arios y los cristianos reconozcan cada vez más los peligros y problemas que acarrea el espíritu judío y que luchen contra él con más tenacidad”.
Y esto otro escribió en el periódico de la diócesis de Sarajevo su arzobispo Aloys Stepinac en mayo de 1941: “Satán les ayudó (a los judíos) en la invención del socialismo y del comunismo. El amor tiene un límite. El movimiento de liberación mundial que pretende liberarse de los judíos pretende la renovación de la dignidad humana. Dios, omnisciente y omnipotente, está detrás de dicho movimiento.”
Y así pudiéramos llenar decenas de cuartillas con este tipo de mensajes de altos dignatarios de la Iglesia Católica y Romana contra el pueblo judío que fueron apoyos muy necesarios para que el régimen de Hitler pudiera haber liquidado a millones de ellos, muchos de los cuales tuvieron que pagar por sus perversas conductas cómplices de esa mortandad, como ocurrió, por ejemplo, con el sacerdote de la Iglesia Católica Jozef Tiso, quien llegó a ser presidente de la República Eslovaca Independiente, aliada de la Alemania de Hitler entre 1939/45, el cual fue condenado a morir al término de la segunda guerra y cuya sentencia se cumplió por ahorcamiento el 18 de abril de 1947, aun cuando es necesario reseñarlo que en su mayoría murieron en paz sin pagar por sus graves delitos, siempre protegidos por la propia Santa Iglesia Católica y hasta ocurrió que algunos de ellos, como lo fueron los obispos admiradores y propagandistas de Hitler, el austríaco Aloysus Stepinac, el Cardenal Italiano Humberto Siri, el Arzobispo Yugoslavo Kronislav Draganovic y, entre otros, el Obispo Croata Iván Bucko, quienes tuvieron a su cargo, una vez finalizada la guerra, la responsabilidad de planificar y salvar las vidas de los criminales nazis que buscaba la justicia europea y para ello inauguraron lo que se le conoció como la “Ruta de los Monasterios” a través de la cual se estima que algo más de cinco mil jefes nazis alcanzaron a escapar para América Latina, entre los cuales sobresalen los nombres de Adolf Eichmann, Erich Priebke, Klaus Barbie y Ante Pavelic.
Y cerramos ahora si esta nota resaltando un hecho histórico de mucha relevancia que para muchos seres humanos les resulta inconcebible. El Papa Pío XII que no estuvo ajeno a la matanza de judíos por los nazis (3), jamás se le ocurrió excomulgar a la plana mayor del gobierno alemán, incluyendo al propio Fuhrer, así como tampoco al italiano de Mussolini, cuyos integrantes se habían declarado católicos, pero -sin embargo- tomó la condenable y patética decisión de hacerlo con todos los comunistas del mundo (Papa Pio XII. Hoy 23 de junio de 1949 el Papa Pio XII excomulga a ...), no obstante que había sido -precisamente- el ejército de la comunista Rusia el que había derrotado a las fuerzas hitlerianas, propinándoles la estocada final…(Cómo derrotó a la Alemania nazi el Ejército Rojo | Asociación Cultural ...)
Notas:
Los textos entrecomillados han sido tomados de estos libros: “La Iglesia Católica y el Holocausto”, “Los verdugos voluntarios de Hitler”, ambos de Daniel Jonah Goldhagen, escritor estadounidense y ex profesor asociado de ciencias políticas y sociología de la Universidad de Harvard; “La Semilla de la barbarie” de Enrique Moradiellos, doctor en historia de la Universidad de Oviedo y profesor de la Universidad de Extremadura; “El Vicario” de Rolf Hochhuth, escritor y dramaturgo alemán que nació el 1 de abril de 1931 en Eschwege, Hessen, ciudad que se encontraba en Alemania Occidental antes de la reunificación y de varias páginas de la Internet relacionadas con la persecución judía por el régimen Nazi, entre las cuales resaltamos esta: La Ruta de las Ratas: Alois Hudal
(1) [PDF]Catecismo de la Iglesia Católica (PDF) - Vicaria de Pastoral, el cual recomendamos su estudio (¡ojo…!, no sólo leerlo) sobre todo a aquellas muchas personas que dicen ser católicas practicantes porque van a misa todos los domingos, pero que ni idea tienen del contenido de este importante documento, básico e indispensable para todo aquel que dice seguir la doctrina de la Religión Católica…
(2) “En 1939 el general Eleazar López Contreras - Presidente de Venezuela entre 1935 y 1941- colaboró con los refugiados judíos que abordaron en Hamburgo el Caribia y el Königstein a quienes se les negaba el desembarque en las Antillas. En contraposición a lo acordado en conferencia de Evian (1938) y el comunicado enviado por Hitler, notificándole este ultimo al gobierno de Venezuela que los echara al mar, en donde el presidente López Contreras autorizó el desembarque en puertos venezolanos a muchos refugiados cuya descendencia constituye una gran parte de la actual comunidad judía de Venezuela. Entre una de las anécdotas sobre el desembarque de judíos en costas venezolanas, se encontró el no poder realizar el atraque de los barcos por falta de iluminación en puerto, saliendo un gran número de venezolanos en todo tipo de vehículos y lámparas en mano para iluminarles la entrada al país, sorprendiendo a muchas personas que iban en estos barcos por el recibimiento” (Tomado de Wikipedia).
(3) Resulta del todo imposible pensar por un solo instante que el Vaticano en general desconociera los fundamentos teóricos del Nacionalsocialismo que aupó y que condujo Hitler al poder y hasta su libro “Mi Lucha”, en donde ya se anuncia abiertamente lo que sería su política criminal respecto del pueblo judío (El Mein Kampf, el libro donde Hitler avisó todo lo que vendría ...).