Lo vi venir a lo lejos. Su cara radiante de felicidad delataba la presencia de pensamientos bienaventurados en algún rincón de su masa encefálica. En la mía el pensamiento era un tanto frívolo y totalmente erróneo. “Este”, pensé, “o se sacó la lotería o le aumentaron el sueldo”.
Había olvidado la última vez que lo vi así tan resplandeciente. Fue un día viernes del mes de abril del año 2002. Él celebraba con otros miembros de la sociedad civil “el regreso de la democracia a Venezuela”. Aún tenía puesta la franela tricolor. La misma que había usado en la marcha “pa’ Miraflores” el día anterior. Recuerdo la euforia del famélico instante.
Una semana más tarde me confirmó el rumor que caminaba por la red en ese momento. “A Carmona lo engañaron”, me confesó alicaído. “Solamente a Carmona”, enfatizó.
Respecto a los eventos de ese día, todavía se debate entre las contradictorias teorías del vacío de poder y la del autogolpe, ambas protagonizadas por el odiado “dictador”.
He aprendido que de un tiempo para acá, solo una cosa hace feliz a mi compatriota “el disociado”. En diciembre de 1998 descubrió que existía en su corazón un sector fervorosamente patriótico. “¡Amo a Venezuela!”, lo he escuchado decir con una emoción que lo embarga. Es una emoción tan pero tan grande que, como se las describo para que me entiendan, que solo una buena sección de bailo-terapia pareciera ser capaz de apaciguar.
Lo veo feliz y no lo entiendo. ¿Cuál será el motivo de tanta felicidad?
Chávez todavía gobierna. Y no solo eso. El Presidente que tenemos gobierna con apoyo del 60%.
Atrás quedaron los tiempos cuando en Venezuela se podía gobernar con solo 27% de los votos. Ahora el Presidente si representa a la mayoría de los venezolanos. Pero esto será tema para un futuro encuentro.
Volviendo a mi compatriota, ¿Cuál será la razón de su felicidad?
Aparte de que “su querido” Hugo Chávez es todavía el Presidente, una encuesta publicada recientemente señala que solamente el 10% se identifica políticamente con la oposición. Por otro lado, el 34% se considera de “clase” chavista.
-“¡Épale, vale! ¿Cómo estás?”
-“¡De pinga!”, me dice sin titubear.
-“¿Y a qué se debe tanta alegría?”, pregunté con curiosidad.
-“¡Me acabo de enterar que hubo un derrumbe en la trocha!”
Lo vi alejarse al ritmo de un, “¡Uh!”, “¡Ah!”. “¡Y Eduardo Lapi se escapó!”, me gritó antes de cruzar la esquina.
La misma encuesta mencionada anteriormente señala que un 57% de la población piensa que la oposición ha perjudicado a Venezuela.
Y como que todavía desean…
¡No! ¡No volverán!
elio@vheadline.com