El cuento del fin del mundo es ya milenario. Cada cultura tiene su propia voz condenatoria. Para nosotros, mundo cristiano, existe en Revelaciones un manual detallado de cómo habrán de ocurrir los eventos. Es, prácticamente, una apocalítica costumbre de la humanidad concretada en acciones de grupos o sistemas humanos en momentos específicos. Échesele un ojo a pueblos antiguos de toda la topografía terrestre, a sectas y hasta a organizaciones políticas. El mundo se acaba, arrepentíos. Naturalmente, el ámbito religioso es el campo abonado más óptimamente para el despliegue de semejantes actitudes.
El mundo se acababa hacia finales del primer y segundo milenio, no obstante siendo este último asiento de una era derrocadora de sombras y mitos virtud al desarrollo científico e informático. El mundo se acababa para los davidianos en Estados Unidos en los ochenta, para los cientos que se suicidaron en masa en Guyana hace unas décadas, para algunas sectas religiosas como los Testigos de Jehová que pronosticaban el fin para cuando muriera el último hombre nacido en 1.914, para los creyentes en los escritos de Nostradamus, quien avistaba el cataclismo para el año 1.998 y el fin humano hacia el 2.010, teniendo inclusive imágenes de desolación hasta para la década del 2.030 (¿cómo, si ya no habría humanos?). Diría mi abuelo ilustrado del campo que para las mentes medievales en todo momento existe el fantasma de fin del mundo, el apocalisis, el redentor, mesías, salvador, vengador o como se le quiera denominar a quien se supone vendrá a destruir para salvar. En toda era siempre habrá una oscuridad cultural que atentará contra sí misma, vaticinando su destrucción.
Pero a medida que los tiempos se sofistican, se sofistican también las doctrinas o posturas humanas para desear el ansiado y temido momento de destrucción. Nuevas formas surgen para predicar el final, unas subsumidas en el caldo político, otras, en el poderío económico, otras, en el racial, y las de siempre en el tema religioso. La sofisticación consiste en la elaboración de doctrinas que incorporan el conocimiento científico, sociológico y psicológico para el dominio y perversión de las masas, ahora en la era comunicacional. Aquel viejo hallazgo hitleriano de que el individuo en masa se estupidiza fenece ante la orsonwelliana idea de que el ciudadano es un molde vacío que se llena con el bombardeo mediático creador de necesidades. De allí a que pululen sectas u organizaciones de tipo político que amenacen a sus conciudadanos con el fin, hay un soplo. En el ser humano siempre habrá la magia, el misterio y la ignorancia suficientes para espolearlo hacia irracionales propósitos. Llámese a las nuevas modalidades apocalípticas partidos políticos, élites, sectas, grupos económicos, empresas o corporaciones, o cualquier otro nombre que despliegue esfuerzos descomunales para preservar su estatus de privilegios en un mundo que se revoluciona por los efectos de su propio paso. Los esclavistas del sur de los EEUU, época de Lincoln, intelectuales ellos, doctos, académicos, nunca estuvieron dispuestos a aceptar las ideas progresistas porque con ellas se veían condenados a perder sus sirvientes negros. Sus ideas de progreso, asimiladas en los centros de estudios de la clase dominante, seguramente quedaban circunscritas para el ejercicio de la lengua en la conversaciones de café y salón.
En Venezuela, principios del siglo XXI, ocurre un fenómeno curioso digno del estudio político-sociológico. La oposición política, vislumbrando una era que proclama el final de su tradicional estructura de privilegios económicos, se ha lanzado a predicar, cual secta fanática, el final de un sistema de cosas, entendiendo en este caso, el país, Venezuela. Proclaman a los cuatro vientos el armagedón, el hundimiento de la nación completa en una vorágine caótica huérfana de la luz redentora de su docta cultura, cimentada en la mejores universidades privadas del mundo. Al desaparecer sus huestes del panorama político, desaparecen con sus filas los mejores técnicos, abogados, economistas y avispados políticos de la tierra de Bolívar, es decir, las ideas, es decir, la posibilidad única de sobrevivencia. Piden a gritos al redentor mesías, sea hombre o invasión (da igual), y amenazan a diario a los ciudadanos con las plagas del hambre, la desinversión, el comunismo, el populismo, la horrible autocracia y el final y consecuente ostracismo del país, ahogándose en la materia fecal del atraso.
En 1998 satanizaron el triunfo electoral de Chávez, tiempo después, su relegitimación y muy recientemente su reelección presidencial. Pasaron por la experiencia del golpe de estado y en los actuales momentos se la juegan profetizando el juicio final para el país con motivo de la no renovación de la concesión de una estación televisora, ya expirada. Pero como usted mismo lo puede constatar, señor lector, el firmamento sigue en pie en el exterior. ¡Asómese a la ventana! La gente sigue respirando y a lo lejos no parece avisorarse la amenaza de apertura de algún sello sagrado y profético de la destrucción. Ningún caballo volador ni jinete con espada. Ninguna paja profética se ha movido por causa de los vientos agoreros de una satrapía que se resiste a perder sus ostentosos privilegios. Eso es todo, señores, nunca como ahora han estado tan ciertos dentro de una frase refulgente de la historia de las doctrinas filosóficas: lucha de clases, pues semejante lucha empieza cuando el mundo deja de pertenecerle a uno solo.
¿Qué hay jinetes? Sí, cómo no, los hay: en los llanos venezolanos constituyen una visión del gentilicio nacional, y en los centros urbanos, como la ciudad capital, si son avistados, ¡óigase bien!, son los caballos de la revolución que rescata el país de una fosa de sombras y lo enrumba por la senda de la dignidad nacional: Venezuela para Venezuela.
Cuando de falso profetas se trata, no se habla más que de pájaros de mal agüero. Los sacerdotes de la oposición venezolana no parecen ser más que esos plumíferos, oscuras sombras agoreras que muy a su pesar contemplan el avance de los nuevos tiempos. Ni por un momento se han preguntado ¿por qué?: ¿por que no ministro más en el templo sagrado del pueblo? y ¿por qué mi sotana ha pasado a simbolizar país destruido?
¿Por qué?
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