Existe un sustantivo que denota i connota todo lo negativo del espíritu humano. No tiene significado alguno, que pueda ser admisible para la conciencia i el honor –si es que el honor existe en el mundo de hoi-, de un hombre que se estime verdaderamente civilizado, decente i culto. Es la bajeza más deplorable de la existencia del hombre sobre el planeta. Es el sustantivo traidor. La T es de tahúr o tarado moral, la R de rata, la A es de anormal o ambicioso, la I de indigno o inicuo, la D dañino, la O de ofensivo i la R, otra vez, de rastrero como un ofidio. Para las definiciones más simples, traidor significa revelar un secreto a otra persona, lo que muchas veces, también se dice, no tiene por qué, ser moralmente comprometedor. Sin embargo, cuando repasamos la historia universal o la historia patria, vemos que traicionar es, sin duda, una de las más inicuas, perversas o bajas pasiones que, realmente, corrompen a la personalidad de los mortales. Para mí, un traidor, es peor que un asesino, puesto que muchas veces, quien quita la vida a otra persona, puede hacerlo por un momento de ira, de irracionalidad o de pasión, o hasta en defensa propia. El hecho, naturalmente, siempre es condenable, pero responde a un mal momento en la existencia, o quien es asesino lombrosiano, frecuentemente es un ser anormal. En cambio, un traidor, implica esa idea mal manejada por los juristas, del dolo. Hai voluntad de dañar; hai premeditación, falsedad, alevosía i cuidadosos cálculos, hai buena cantidad de maldad, de depravación i de miseria espiritual. El traidor es un ser despreciable, mediocre i asesino de la amistad, la confianza i el amor. El traidor carece, en absoluto, de valores éticos. El traidor, es lacra social, vicio.
La historia señala muchísimos casos de traiciones que, a pesar de la consumación de los propósitos del traidor, las consecuencias no son tan dañinas o reprochables. En tiempos mui remotos se traicionaba a un poderoso, por ejemplo un rey, para tratar de arrebatarle el poder, o robar una esposa, o apoderarse de alguna riqueza o de tierras, pero frecuentemente el área de influencia del delito, no era perjudicial sino a unos pocos, al punto de pasar desapercibida la traición, hasta para algunos allegados a los actores. Para eso, la actitud fundamental que debe desarrollar el que prepara una traición, es la simulación. Es la gran cualidad del Tartufo de Moliere. Hai que ganar la amistad i la confianza plena, de la futura víctima.
Expresa la autora Elisabeth Frenzel que “a diferencia del criminal, posee (el traidor) conscientemente la intención dolosa de hacer el mal; a diferencia del estafador no lleva su máscara por el placer del juego y mimetismo, sino con un fin perverso”. Como vemos, este rufián social, generalmente, o mejor aún, siempre, aspira a dañar, pero por intereses de poder o económicos, pues como dice la misma autora citada, la traición generalmente se cotiza, i ven su acción con “un fin superior”. I esa posición nefasta, perversa, es espontánea cuando se trata de un traidor en el sentido más amplio de la palabra, porque se busca un fin, un objetivo fundamentalmente egoísta, de manera que este personaje “se convierte automáticamente en contrincante de aquel a quien traiciona”. Además, desde la antigüedad, la traición política es una deserción de la Res Pública i de su estructura democrática.
Con estas características humana i de situación social, empiezan notables traiciones como las de Yogo contra Alejandro Magno, pero para nuestro mundo occidental, el prototipo de la traición sigue siendo la traición de Judas Iscariote, que es una especie de cuento o leyenda, más que una realidad i para justificarla, después de exponerla, se estableció en la Edad Media que, Judas, que no tenía motivos para traicionar a Cristo, se hizo pagar la traición con treinta denarios, considerando como fuerza motriz la avaricia. Desde entonces, la historia registra múltiples traiciones, algunas leyendas como la de Gamelón en la Chanson de Roland, pasando por la de Bruto a Julio César, la de Narciso en el drama de Racine Britannicus, hasta la que se dieron durante las dos grandes Guerras Mundiales. La traición siempre ha sido, la más nefasta i deplorable actitud que pueda cometer un ser humano, especialmente cuando su acción afecta a millones de personas o a la salud política i la paz de los pueblos. Es la acción antiética por excelencia.
Así en nuestra historia recordamos someramente la traición de Vinola, cuando la caída del Castillo de Puerto Cabello en la Independencia, lesionando al joven Simón Bolívar, o las traiciones de Santander o de Páez, también contra el para entonces ya, Padre de la Patria. I aunque existen otras menores, como la de Gómez contra Castro; la de conjunto (militares i civiles) contra Isaías Medina o Gallegos, la de Betancourt contra Luis Beltrán Prieto i muchas otras, como las protagonizadas dentro de los partidos políticos tradicionales, ninguna tiene la dimensión, el dolo, la malignidad planificada a largo o mediano plazo que, ha realizado a quien podemos calificar de ahora en adelante como el Traidor Mayor, el Gran Traidor o el Traidor por antonomasia: Luis Miquilena, a quien debemos todas las complicidades i las “dolarizaciones”, para la absurda, estúpida i viciada sentencia de los magistrados traidores del Tribunal Supremo…de Injusticia. Luis Miquilena, el oscuro octogenario, de pasado acomodaticio, desde sus actuaciones en URD i otros partidos efímeros, muchas veces junto a José Vicente Rangel (a quien hoi adversa i también traiciona), se dice que, con la ayuda económica de un comunista rico (Gustavo Machado) se hizo igualmente rico i poderoso, pero siguió fingiendo su pensamiento de izquierda i hasta se afirma que ayudó a financiar la campaña electoral del presidente traicionado, Hugo Chávez Frías. Lo cierto es que, después del rotundo triunfo electoral de Chávez i el comienzo de los hechos prometidos en la campaña, como lo fue de comienzo el llamado a una Asamblea Nacional Constituyente, este Tartufo para mí, como para muchos venezolanos un “ilustre desconocido”, fue elevado de buena fe a un máximo o elevado sitial, dentro de la historia contemporánea: ¡Presidente de la Asamblea Nacional Constituyente! Jamás un venezolano, en la era republicana, había recibido más elevado honor. Sorprendido escuché decir que era una maravilla de hombre de izquierda, aunque obviamente nadie podía convencerme de que era un intelectual u hombre de cultura, como me fui dando cuenta en el curso de los debates que condujo con habilidad, pero sin muestra de cultura. Recuerdo que, mientras varios constituyentes, entre ellos Gómez Grillo, me expresaron que las intervenciones que hice, siempre fueron medulares, con citas importantes, con detalles filosóficos i científicos, Miquilena en una ocasión dijo que “perdíamos el tiempo en discursos i consideraciones” que no le agradaban i, quien ocasionó aquella protesta que tuve en plena asamblea, cuando se dejó argumentar disparates respecto al aborto por parte de Olavarría, mientras se hacía “el loco” i no me concedió la palabra; luego constaté que lo había convenido con el arzobispo Velasco, quien sin conocerme, en un receso pasó a mi lado –después del acontecimiento- i me palmeó el hombro burlonamente. Empero, pese a todo, i a mi opinión desde un principio de estar el presidente mui mal rodeado, excluía a Miquilena i hasta admiraba que, a su edad, estuviese al lado del proceso revolucionario i pasase de un cargo a otro, aunque ahora veo que su interés era la vicepresidencia, lo que en este golpe en el cual estaba comprometido, hubiese sido fácil, tomar él el poder, desde la posición que pretendía. Empero, cuando se retira del gobierno, al cual no hizo ningún notable aporte, porque carecía de conocimientos i cultura para impulsar debidamente el proceso, se vuelve a las sombras, pero ya se empieza a hacer patente sus maniobras desde el comienzo, como colocar sus hombres incondicionales en la Asamblea Nacional (donde empezó su traición) i en el Tribunal Supremo de Justicia, i otros sitios políticos claves. Una vez dado el Golpe de Estado, el tartufo criollo sale a la luz vestido de negro como para un funeral, mientras antes lo vi en el Capitolio, hasta de blujeans i botas deportivas, como si fuese un común venezolano u hombre de pueblo. El mimetismo en práctica; la máscara puesta, la perversidad por dentro. El hombre a quien el presidente Chávez creía casi un padre i le veía en una nueva “primavera de vida”, parecía a todos la más firme columna del proceso. Una especie de Ché Guevara pero viejo, lo que a veces dudaba, por la desconfianza que siempre le tuve, desde que me dijeron que era rico i relacionado con los poderosos del dinero, que no del talento.
Ahora no hai duda alguna. Es el traidor más grande de nuestra historia, porque su fechoría no solamente lesiona al presidente que confió en él, sino al gobierno, al proceso revolucionario pacífico, a la paz de la nación, a la tranquilidad de espíritu i credibilidad del pueblo venezolano. Porque su fechoría fue dolosamente planificada; porque su fechoría lesiona a 23 millones de venezolanos, de los cuales, una minoría de poderosos del dinero, situados al Este de la Capital, son los únicos cómplices de este despreciable político venezolano; porque su fechoría demuestra la disolución interna de todo valor ético en el personaje a quien, solo resta para completar su faena de traidor por antonomasia, el traicionarse a sí mismo tal como lo vio el historicismo del siglo XIX en muchas novelas históricas i el Romanticismo –que debe aclararse que no es lo que estúpidamente creen que es lo “romantico” en el amor- romanticismo es lucha, rebeldía justa i tenaz, mientras que es realmente una traición al YO, ser desertor de todos los ideales posibles que se tengan en la existencia. Eso hace que al traicionarse a sí mismo, ya no es un perverso con máscara, sino un hombre débil, mediocre, desdichado, crapuloso i todo lo más negativo en su personalidad, que se convierte en su propia víctima. Esa el la última traición que falta al antes llamado “Don” Luis Miquilena, mancillando esa designación que en España, está por encima de la de Señor o de Doctor. Al eminente médico José Botella Llusiá o al brillante Pedro Laín Entralgo, ambos doctores, académicos, exrrectores, etc., se les decía Don. Aquí deberá estar prohibido por la ética, el llamar Don, al Traidor más grande de la Historia Venezolana. Mi intuición no me engañó. Desde el comienzo de la Asamblea Nacional Constituyente, intuía que el presidente de aquella asamblea, genéticamente, llevaba en lo íntimo, una escondida maldad i una incultura que, llegado el momento hizo eclosión en la más baja de las perversiones humanas: LA TRAICIÓN. La Historia lo recordará como el traidor, Luis Miquilena .
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