Claro, cuando el otro componente político del gobierno del país, es decir, la oposición venezolana, da un golpe de Estado, no se puede apostar a que en lo sucesivo haga causa honesta con quien detenta el poder constitucional, reconociendo lo favorable para el país que haya que reconocer y deplorando, de modo constructivo, lo que considere realmente lesivo al interés nacional. Es difícil, más si se recuerdan (los opositores) a cada trecho que ni el golpe les salió bien, por aquello del pueblo que bajó de los cerros a reponer a un presidente, lo cual evidenció y generó la roncha rencorosa de que el hombre de Miraflores vino a desmontarlos históricamente, haciéndolos lucir como anacrónicas especies sin capacidad para la interpretación política.
Desde entonces, desde el golpe de Estado, ha sido realmente penoso (¡nadie se alegra por ello!) que se haya tenido que oír por ahí a venezolanos opositores que, en primer lugar, deploren que una mayoría haya decidido seguir con "este hombre" y, en segundo término, en una suerte de evolución del raciocinio, que hayan concluido confundiendo a Hugo Chávez con el país completo, dirigiendo en consecuencia contra la venezolanidad sus propios malestares de incapacidad política, lanzándole sus rencorosos dardos de reclamo político, como si acusaran al pueblo de descubrirlos en su condición de fraudulencia histórica, más si se empeña este pueblo en apoyar al zambo barinés responsable de llevarlos a ellos a la bancarrota política. La ceguera, producto de la incapacidad del análisis político, los lleva fácilmente a meter a Hugo Chávez y a Venezuela en un único saco para luego aplicarles palos de castigo. Luego tenemos que el odio político contra un hombre es desplazado contra un país completo, incurriéndose en la tristeza de lo que dolorosamente se conoce como traición a la patria. El país, que es la silla donde "este hombre" se sienta para gobernar, debe ser desbancado de cualquier modo para que caiga. Es la conclusión final.
Y aunque la actitud sorprende, por aquello de evidenciar oscuras inclinaciones de la naturaleza humana, lógicamente no extraña si se considera que la oposición política venezolana recibió en dos grandes ocasiones la oportunidad para el cambio y la recompostura, pero rechazándola de plano. La primera, después del golpe, cuando Hugo Chávez le tendió la mano para la reconciliación nacional; la segunda, en 2.007, cuando la amnistía presidencial la eximió de culpa política por diversos conceptos de desestabilización en que había incurrido. Y ya sabemos que después del primer gesto de perdón presidencial, la oposición interpretó que el hombre mostraba debilidad al actuar de modo tan magnánimo; y que después del segundo gesto, ni corta ni perezosa, a años ya del primero, mirando a gobernante y al país como único blanco político, como en el 2.002 cuando el golpe, se esfuerza la oposición por repetir la aventura. "Si este hombre no mete preso a nadie", dicen por ahí, "Es un pan de dios."
Y a lo largo de los años, en los que la oposición parecía recomponerse pero no precisamente para el cambio, sino para seguir desestabilizando a un gobierno constitucional, se iban presentando pequeñas situaciones que apuntaban a que ya no concebía un golpe de Estado por mano propia (las Fuerzas Armada habían sido purgadas) sino a través de componentes extranjeros, lo cual es infinitamente peor porque se traduce en una situación en que venezolanos conspiran contra venezolanos. Poco a poco, al tener la certeza de que en lo interno, por sí solita, no podía intentar una aventura con éxito, nuestra oposición fue levantando el clamor de pedir auxilio internacional, con los más disímiles pretextos: libertad de expresión, violación de los derechos humanos, persecución política, asesinatos, narcotráfico, guerrilla, terrorismo, todas las pestes que apuntasen a la descalificación internacional para intentar servir al país en bandeja de plata a cualquier imperio extranjero que se animase. En eso se estiró durante cinco años.
Y así, de pequeñas situaciones que aprovechaban para soltar perlas declarativas y alistarse con los ejércitos del exterior en medio de una imaginada situación de confrontación militar, de pronto casi se llega a la consumación del sueño, esto es, a una guerra entre Venezuela y Colombia con la presencia tras bastidores de los EEUU. De modo tal que al presente puede decirse que la oposición política venezolana sumó a su anterior movida de piezas golpistas de 2.002 una movida de piezas en el exterior, esta vez el ejército imperial, siempre listo para entrar en países donde los mismos lugareños lo inviten. De agitar a una facción del ejército nacional en el 2.002 para insurgir contra la constitucionalidad, pasan a desestabilizar para contagiar y azuzar a ejércitos extranjeros contra su propio país.
El acaparamiento de alimentos, la guerra mediática con su desinformación, el sesgo insólito de voltear situaciones para la mal interpretación, siempre a favor del eventual enemigo invasor, buscaron sembrar la zozobra desconcertante en un país donde daban por hecho el miedo, así sea a la defensa. Como si se dijera que defender a un país donde mandaba Chávez no tiene importancia alguna. Canales y periodistas, impúdicamente, se volcaron a la tarea de filtrar información militar estratégica al eventual enemigo tras las fronteras, formando inaceptables alianzas comunicacionales con el país adverso. Dirigentes políticos y analistas internacionales coparon los escenarios para alebrestar a las masas y generar una situación de indefensión tal en el país de modo que la agresión extranjera -se dirá- fuese más fácil. Denunciaban sobrearmamentismo venezolano por doquier, injerencia del presidente, culpaban al presidente de llevar al país a una guerra, indirectamente invitaban a la desobediencia militar, y casi que invitan a los venezolanos a una actitud de brazos cruzados ante la eventualidad de una agresión extranjera, planteada por los EEUU a través de su peón de fondo latinoamericano, Álvaro Uribe en Colombia. Una pena.
Así como en el pasado la oposición tuvo y desperdició dos oportunidades de oro para generar una actitud de real conciliación en el país, en el presente, de modo increíblemente fatídico, no quiso perder tampoco la ocasión de aprovechar dos circunstancias pero para ir en contra, tumbando cualquier pronóstico moderado de ética política que se pueda imaganinar en un ente humano. La primera, su alianza con el interés extranjero en contra de Venezuela representado por la Exxon Mobil; la segunda, su alianza con el interés y ejército extranjeros en contra de Venezuela, representado por el ejército colombiano y estadounidense, a quienes empujaban animosamente creando sobre la población una zozobra interna.
De modo que se puede afirmar que esos pequeños conatos de traición que se descubrían en la gestualidad opositora cuando se inclinaba “racionalmente” por lo enemigo o contrario al país, adquirieron definitiva certificación con estos dos capítulos recientes de la historia política venezolana, la Exxon Mobil y el conflicto con Colombia, donde ellos, los opositores, privilegiaron al enemigo externo del país por encima de su propia defensa. Y como en el 2.002, cuando el golpe de Estado y el paro petrolero, cuando las circunstancia sirvieron para mirar con claridad dentro de las entrañas apátridas del monstruo, los acontecimientos recientes le vuelven a dar a los venezolanos la oportunidad de saber qué es la oposición venezolana y quién es, esa cosa política que vive convirtiendo oportunidades de redención y autocrítica en circunstancias de autocondena patriótica. La pregunta es si eso servirá para algo, para dar pasos de afinación política en el país en beneficio de todos.
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