"¡Durante cuánto tiempo nos han engañado!", protesta en uno de sus poemas Walt Whitman, refiriéndose al discurso civilizatorio sobre la incapacidad y manipulación humanas. Conocido es su mensaje sobre el poderío del yo y sobre sus loas a la democracia, suma sagrada de la voluntad de cada individualidad. Es, en fin, una frase que se me antoja de descubrimiento y decepción, como cuando uno mismo de niño conoce la vida de determinada manera y al crecer, al descubrir su real entramado, empieza a mirar al fondo y también a desilusionarse. Tal cual ocurre con aquellas mentalidades que rigieron el destino del país durante años, siendo doctos ellos en las más diversas disciplinas, ahítos de poder y prestigio, que de pronto se caen de sus alturas al penetrar la comprensión de la gente en la verdadera esencia que los caracteriza: su vasallaje, su naturaleza y condición de vasallos, su carácter de alma prestada para el engaño de los suyos, sin ellos mismos darse cuenta de la condición propia -lo cual es un extremo de gravedad.
Es el vasallaje, más denso conceptualmente mientras más se encuentre institucionalizado en un Estado, como en la Venezuela de los anteriores 50 años. Sus voces prestigiosas (entonces no se sabía que eran vasallos, se veían como demócratas, al menos para este muchachito viejo que escribe) se desprendían de las alturas, con su cargamento de historia y de erudición, para cundir y promediar en cualquier situación o espacio de la vida nacional. Lo copaba todo y, como luminarias del propósito humano venezolano, enceguecía el crecimiento de las llamadas "nuevas generaciones", para aludir así a los muchachos que crecían y miraban la realidad del país a través de los medios de comunicación. Era la intelectualidad y la dirigencia nata del país. El modelo –nada de vasallo o traidor ¿qué es eso? La élite adeca y copeyana, con sus enclaves empresariales, quienes desplegaban la cultura del "primer mundo" como modelo de vida, pero para ellos mismos con exclusividad. Los demás, el resto del país, estaban destinados a ser sus émulos o admiradores.
La mentalidad vasalla creó escuela, se institucionalizó en el aparato de la administración y el Estado. Se connaturalizó y se hizo ciega en sí misma, aceptándose así misma como único colmo, modelo y propósito de vida, edificando el patrón a seguir por todos. La voz del vasallaje halló perfección en las más prestigiosas universidades del norte y otros lares, como Harvard, Cambridge, Stanford; sus militares destacaron en la instrucción recibida en la Escuela de las Américas; su empresarios y comerciantes, monopolizantes de la economía venezolana, estrecharon lazos con los hombres más adinerados del mundo (competían con ellos) e inscribieron sus nombres en las losas de los más caros club de la humanidad. Escribían libros de autoalabanzas, pues –decían-, cada grandeza amerita un canto. Convirtieron en santuarios del progreso cada rincón o cosa del mundo que tocaron. Instituyeron estilos de vidas y sembraron sus semillas en la institucionalidad misma del país, respirándose hasta en la sopa el amor por lo maravilloso exterior y la vergüenza por lo interior degradado.
De forma que no era extraño ver, a modo de emblema triunfador, como hacían los patricios en la época del imperio romano, a una catirita montada en un vehículo 4X4 (aquellos en una carroza) repartir caramelos y equipos deportivos entre los febriles "negritos" de los barrios, amontonados en la admiración por sus bienhechores. Pero -ojo, repito-, entonces no eran vistos como seres de conciencia prestada, sino como puros venezolanos patriotas, guías del futuro.
El vasallo hizo de los EEUU y Europa un templo, oficiando luego, como cancerbero cultural, lo que procedía y era pertinente de entrada a su interior, y lo que no era aceptable y decoroso. Así, nos llenaron de costumbres de otros pueblos. Vestido el vasallo con su ennoblecedora sotana, se acostumbró a ella y se hizo ciego ante el colorido y el hábito del uso consuetudinario. Se construyó la escalera del cielo en su interior; se ensambló pelo a pelo su visión de mundo, interiorizándosela como la "visión", profundamente, hasta el grado de la mutación genética. Se hizo gringo, aunque de Venezuela. Y todo asumido como el hecho más normal y apetecido del mundo: ricos demócratas trabajando por su pueblo.
Su rostro -el del vasallaje- gesticuló infinitamente el discurso de la panacea del mundo: no ser nosotros mismos y ser otros. Discurrió profundamente, en horas de pantalla televisiva. Impartió clases magistrales en las universidades. Ascendió laboralmente, la cabeza llena de las proezas de famosos millonarios del mundo, que habían empezado por ejercer un oficio de mecanógrafa (pero eso era un discurso, porque así persuadían al servilismo a los más pendejos). Fue el pan y el café con leche de los niños que crecían en la patria de Bolívar en tiempos de la gran democracia betancourista. El rostro del vasallaje fue admirado furiosamente, como el modelo de vida a seguir por aquel que aspirara a quebrar las barreras del progreso humano y descubrir galaxias.
Algunas voces por ahí llegaron a cuestionarlo, acusándolo de transculturado, de alienación, de tránsfuga o engaño, pero fueron tapiadas inmediatamente por la cayapa poderosa de sus voces multiplicadas en los medios de comunicación. Hacían encuestas cuando era necesario y obtenían de la población, perfectamente adiestrada en el espíritu de la "superación y el progreso", las condenas que su alta cultura aspiraba: comunistas asesinos, come niños, bolcheviques, anacrónicos esperpentos, etc. Fue el mundo perfecto, soñado y ejercido por las cúpulas dominantes de un país llamado Venezuela. Daba gusto mirar cómo la inteligencia de estos vasallos –líderes, repito- arreglaba todo con sus palabras: a las acusaciones de traición o venta de la patria que el pequeño comunista aquel le endilgaba, hacia gala de un discurso patriota que no dejaba lugar a dudas: el vasallaje amaba a su país, con toda la fuerza que podían desplegar personas empeñadas en que su país progrese, como cualquier otro país del norte o de Europa, donde se había instalado el primer mundo.
Así el vasallaje convirtió el patriotismo, la libertad, la igualdad, la democracia, en hermosas piezas de oratoria y bellas composiciones discursivas. Al oírlo expresarse en televisión, en la prensa escrita (de las que era dueño), no quedaba la menor duda de que amaban a su patria. Guerreros de la democracia. Procurantes del progreso de altas formas de vida. El país estaba mal -reconocían-, pero iba bien, y era cuestión de que ellos trabajaran un poco más por la patria y se enriquecieran en algo más para solucionar los problemas de los venezolanos.
Se era vasallo, oficiante del vasallaje, pero sin saberlo. (Ojo, redundo deliberadamente). Por el contrario, nadie hablaba en tal sentido: más bien, se era salvador de la patria, adalid, luchador, instruido, demócrata, refinado, culto, blanco, hermoso, artístico y talentoso. No existían argumentos para recibir tan espantoso mote descalificador. Además, como se dijo, eso era una condición en la que ni se pensaba o reflexionaba: se había interiorizado como la nueva ciudadanía, se había hecho gen, y gen patriota.
Hasta que llegó Hugo Chávez e hizo rodar las caretas. De inmediato, cuando se levanta el maquillaje de la tan refinada y extraña cultura, se deja al descubierto la gran verdad y progreso de Venezuela, una gran herida de 912.050 kilómetros cuadrados llena de hambre y miseria, signos soterrados del modelo de apartheid que se había establecido en Venezuela, donde unos soñaban con los países y aires de pastos europeos y otros con un simple y tubular pan. El engaño enterrado, ahora a flor de piel.
Y con Chávez, morenito él, ordinario, con su nuevo discurso desbarrancador, creció y maduró un mundo de conciencias, secularmente engañado, exclamando de pronto, como el viejo poeta que citamos al principio: "¡Durante cuánto tiempo nos han engañado!"
Una nueva era que paró en seco el endiosamiento de unos en las alturas y el estupidizamiento de otros en las bajuras. El ruido de la caída de la falsa cultura venezolana, de las caretas al quebrarse en el suelo, hizo despertar a media Venezuela, ahogada en la baba de las propias necesidades. El muchacho que "tranquilamente" crecía mirando como dioses a esa gente educadísima, de primer mundo, moderadora de la vida nacional, de pronto miró al país partido en dos planos, bajo shock, donde una de las partes se revolvía furibundamente por defenderse de las imputaciones que de pronto se le hacían, acusándosele de haber sumido en el engaño a la otra. De pronto descubrió que el mismo hombre zambo de Barinas, en su porte y estampa, resultaba un verdadero problema de encaje racial para el gusto y aceptación de la parte repentinamente puesta en tela de juicio, agregándole al engaño otros elementos de carácter etnocéntrico.
Y cuando empieza la reacción natural de las viejas cúpulas en fuga, defendiendo a "su manera" su cultura anterior, su modo particular de hacer patria, sus santuarios del saber norteño, sus fiestas extranjeras, su halloween, lo hacen de un modo verdaderamente apenante para las nuevas generaciones, de pronto maduradas, aquellas arrancadas a su influjo. ¡Ellos estaban ahí, en el mero centro del medio! Se defienden con toda la fuerza del amor por sus EEUU y capitales europeas, con toda pena de la decepción de no poder llevar a nuestro país hacia las esferas del progreso por ellos soñados, praderas celestiales pobladas de reyes y súbditos feudales. Atacan con toda la fuerza de su vasallaje al descubierto -¡ahora sí!-, sorprendidos ellos mismos en la posibilidad de haber estado viviendo el lamentable sueño de una vida prestada, donde su misma autohipnosis cultural había hecho de ellos unos civilizados ciudadanos traidores; con toda la fuerza de no darle la razón a quien de pronto viene y quiere hacerte comprender que no habías vivido nada realmente, nada tuyo genuinamente, que tu vida es un fiasco y era una especie de molde vacío al servicio de otras agencias de la cultura humana. ¡Vaya, vaya, vaya!
No es de extrañar, pues, que el vasallaje ataque defendiéndose con lo único que conoce: lo extraño. Rechazará, orgánicamente, todo aquello que propongan los nuevos tiempos de la autonomía soberana, háblese de mancomunidad regional, integración económica, consejos militares de defensa, mercado y monedas comunes, petróleo de alto precio, nacionalizaciones de recursos naturales... Cualquier cosa que haya demostrado progreso en su implementación incluso en las áreas de primer mundo que tanto ellos mismos -los vasallos- defienden, como el concepto de Comunidad Económica Europea y su Euro. ¿Por qué y cómo así de semejante loquera? ¿No es buena una Comunidad Económica Latinoamericana? Simple: como fanáticos religiosos de los primeros siglos, no conciben la vida sin su gran templo: EEUU. Un consejo militar de defensa latinoamericano no tiene sentido para ellos si los EEUU no están presentes.
Es, pues, nuestra oposición política venezolana una sarta de viudas de una farsa desenmascarada, de obligados anacoretas sollozantes -sin templos-, de licenciados traidores en las mejores universidades del mundo.
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