¿Cuánto no daría la derecha política venezolana −y mundial− por recuperar el poder en el país? Es una pesadilla de sueño no realizado que le quita serenidad a más de uno. Sobretodo ahora que el país está remozado en casi todos los aspectos que ellos mismos, la derecha venezolana, volvieron trizas durante su gestión. "El zambo presidente de la república que tenemos −así dirán, con seguridad− ha servido para eso, para recuperarnos el país. Necesario es volverlo a tener. ¡Rescatemos a Venezuela!".
¡Y cómo no! El mismo zambo que tanto pelean jugó papel preponderante en afinar una estrategia política para afianzar el precio del petróleo en el mundo, hoy en bonanza, o por los menos en unos generosos niveles, nunca soñados. Satánizadoramente recuerdan la travesía del presidente por la tierras de Irak para reunirse con un mandatario sojuzgado por la política norteamericana, de un país miembro de la OPEP, Saddam Hussein; se acuerdan también de aquellas sus primeras intervenciones en la cumbre de la OPEP, proponiendo las famosas bandas de precios como medida para mantenerlos justos.
Procurando siempre la desmejora, vía ataque mediático, lo comparan con el dictador Marcos Pérez Jiménez, aduciendo que son familias del mismo tronco: la versión del pasado como un perseguidor de adecos y comunistas, y la del presente, de adecos y copeyanos, por extensión −en criterio propio− del pueblo venezolano. Los primeros −adecos, está claro−, montadores de la gran olla de la "democracia" venezolana; los segundos, sus grandes comensales y saqueadores. Ni cuenta se dan de que hasta así, buscando parangones militaristas lamentables en la historia, colocan el cuchillo en su garganta: la gente hoy, a pesar de la barbarie en materia de derechos humanos, recuerda a Pérez Jiménez como una especie de benefactor en otras materias: las mejores construcciones del país, una extraordinaria infraestructura vial y, entre otras, la entrega de una Venezuela libre de deudas, hecho al cual le metieron el guante las generaciones políticas venideras.
En tiempo pasado Juan Vicente Gómez (otro dictador) también había dejado un país sin deudas a los venideros “demócratas”. Pero estos, los sucesores de Marcos Pérez Jiménez, sumaron a ese contexto, tan favorable para implementar un extraordinario plan político, la bonanza petrolera de los años setenta, condiciones que no sirvieron más que para hundir al país en la miseria, la dependencia extranjera y el enriquecimiento de sus particulares bolsillos. Para más detalles, hicieron de Venezuela un desastre verdadero: 80% de pobreza, injusta distribución de la riqueza, $37 mil millones en deuda, el petróleo regalado (a $8), CANTV, Viasa, Sidor privatizadas; y PDVSA y su petroquímica en la lista. La educación estaba lista, también, para ser privatizada 1998. Ya había planes con la Universidad Central de Venezuela (UCV). Ni el metro se salvaría, según sus voraces cálculos entreguistas.
Hoy encuentran que Hugo Chávez −¡ah, el dictador!−, en la misma línea que Gómez y Pérez Jiménez, ha recuperado el país y presenta condiciones "a punto de caramelo" para tirarle un golpe de Estado, a objeto de hacerse nuevamente con la olla del país para volverlo a sumir en la desgracia. Suerte de especies depredadoras de naciones es la oposición política venezolana, como toda la derecha política neocapitalista del mundo: especie única que exige un modelo también único. Venezuela presenta hoy condiciones para, en el sueño derechista, sacarle punta nuevamente al modo muy particular que tienen de conducier países: la explotación capitalista, las riquezas personalistas, la subasta de sus riquezas naturales al extranjero, volviéndo, en fin, por los viejos fueros de la venta y la entrega, si es posible luchando contra Colombia en el afán de lograr ser el Estado Asociado número cincuenta y tanto de la Unión estadounidense, después de Puerto Rico. A grosso modo, presenta el país nuevamente condiciones de aguante para volverlo a joder, para hundirlo hasta que el pueblo aguante otro Caracazo, mientras los bolsillo personales crecen en las cuentas europeas, ni más ni menos como en el pasado.
Tienen los venezolanos el sueldo base más elevado de Latinoamérica, uno de los más altos ingresos per cápita (con proyecciones de primacía en este renglón para el año venidero) (1) , con deuda pagada, con certificaciones diversas sobre la fortaleza de la economía y hasta con menciones de ser el país más feliz de Suramérica, el segundo en Latinoamérica y el número veinticinco del mundo, según "mapa de la felicidad" elaborado por el psicólogo Adrian White, de la Universidad de Leicester, Inglaterra (2). Sí, en definitiva, el país está fino para recuperarlo y hundirlo nuevamente; rescatarlo es la consigna. Si antes aguantaron cuarenta años de laceración los pendejos venezolanos, ahora, según las condiciones dichas, probablemente aguantes unos cien. ¡Es imperativo recuperarlo de las manos del tirano! ¡Qué viva la democracia!
Y con tal razonamiento se lanzan manos a la obra, recurriendo a las más disímiles argucias de amoralismo político: reciben fondos desde el extranjero, realizan ingentes campañas mediáticas para promover su odio, no importándoles siquiera empeñar la soberanía del suelo patrio para lograr sus objetivos. ¡Venezuela a cualquier precio! La enjundia de los altos precios petroleros es una perspectiva que les hace frotarse las manos, chorrear la baba por las fauces y sobarse los bolsillos. Trabajan, sobretodo, la vertiente mediática, esa de que Chávez, como sus antecesores militaristas, es un tirano, debiendo correr la suerte del derrocamiento de todo tirano (no apoyado por los EEUU, habría que completar: Pinochet, Stroessner, Musharraf, etc., son bichos sostenidos en el poder a favor del interés imperial. Esos no se tumban; se fomentan).
Por ello se esfuerzan en delinearlo como un gorila militarista, atendiendo al realce formal de su ejercicio profesional (su carrera militar) como una condición de perdición en cualquier gobernante, obviando su obra de gobierno, el contenido, juntándolo históricamente con estigmas correteados del poder por la mano yanqui, como Saddam Hussein, Manuel Antonio Noriega y el mismo Pérez Jiménez (ya Betancourt estaba comprado como sucesor). Ni por carajo aparecerán en sus cotejos los "gorilas buenos" de la derecha, como Pinochet, Stroessner y tantos otros, no atreviéndose jamás a decir que Chávez es el Pinochet de Venezuela, por ejemplo. Fidel Castro, en su condición de líder de un país arrinconado por un depauperante bloqueo económico, es la constante más definida en las comparaciones; sin ningún tipo de concesión al daño criminal del bloqueo, sin ninguna vergüenza en honor a la verdad histórica, suelen presentarlo como el destino de Chávez, y a Cuba como el espejo en el que se tiene que mirar el futuro de Venezuela. Ni Venezuela es Cuba, ni viceversa; son sincronías históricas distintas, aunque no se puede decir lo mismo de la diacronía ideológica, misma que jamás cambia.
El problema para ellos, para todo el arsenal mediático de la derecha política nacional e internacional respecto de Venezuela, es que el Presidente de la República es una figura de reconocido prestigio democrático, por más campañas negadoras que hagan: una decena ya de elecciones sometiéndose a la consulta popular, popularidad elevada, conexión identificatoria con las masas, políticas de amparo social, ideas y humanismo a millón por los cuatro costados. ¿Cómo diablos hacer con semejante tirano que no mata, no viola derechos humanos ni colecciona fosas comunes y, por el contrario, se esmera por ejercer un modelo de dialogante hacer político? De allí los redoblados esfuerzos para que incurra en actos de autoritarismo (los de verdad) para trabajar con fundamento una final campaña de matriz de opinión: la provocación permanente, el reto, el irrespeto a las instituciones y la violación campante de la ley. ¡Que Chávez golpee para que entre en el formato de violador de los derechos humanos, prelación desesperada como condición para el derrocamiento! Como es la imagen de los dictadorcillos del pasado que permanentemente le trabajan asociativamente.
De continuo les envían estudiantes para que los asesine, como ellos mismos, la derecha política venezolana, hacían en el pasado. Trancan la vialidad, esperando una desproporción tiránica como respuesta represiva; mandan mujeres a escupir rostros de funcionarios públicos, profanan vidas privadas con sus medios de comunicación, mandan esbirros militares a pararse en plazas públicas para ofender a las Fuerzas Armadas Nacionales (FAN)... Sin éxito. Nada. Se les responde con diálogo, y en las situaciones más extremadas de uso de la fuerza pública, con proyectiles de goma. La oposición es, por ende, una entelequia desesperada por recuperar su vieja pernada, sin norte, desarmada, transida de odio, sin proyecto político, entregada a lo externo, resentida por el atraco que supuestamente este "dictador" les hizo al robarles las banderas del fervor popular, quitarles el servicio doméstico de las FAN, denunciarlos en su condición de traidores a la patria, exterminadores de pueblo... Y todo ello −semejante despojo− constitucionalmente, con el arma de la palabra, sin matarles un muerto −como diría uno de sus adalides ilustrados, el Filósofo del Zulia− , y como tendría que decirse en propiedad, porque así como están hoy, ellos son unos cadáveres políticos desde hace tiempo, negados a la posibilidad de resucitar por mérito propio, sino a través de la esperanza del error ajeno (3).
Muy lejos, pues, semejantes estigmas dictatoriales respecto de Hugo Chávez. Muertos están los modelos cuya capacidad de ilustración rige para otras realidades. Venezuela es original. Y si hubiera que reconocer lo que a la oposición le da gana conceptuar, que quien porta una casaca militar es un gorilón dictador, reconózcasele, pues, que es cierto, que en Venezuela hay una dictadura, pero una tiranía de las grandes masas populares contra una pequeña élite, reclamándoles su responsabilidad en el agostamiento de la república. Y eso si un reclamo se puede considerar dictatorial. Lo cierto es que tal estupor es otro de sus grandes padecimientos: el temor al pueblo. Queda lejos, también, lejos, aquellos modelos de países con endeudadas economías cuyo mayor acto de soberanía es ceder a los chantajes de potencias imperiales. Hay demasiados ejemplos, como México, por ejemplo, con la segunda mayor deuda externa del mundo, donde la neoliberalidad gobernante ha dilapidado la riqueza del petróleo, hasta agotarlo, para quedar como siempre, sin nada, con millones de problemas y mayor dependencia extranjera inclusive: su última gran acción fue firmar un Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCN) donde los millonarios del país y las transnacionales proponen hacer su agosto a costa de expender lo que el país ya no tiene: hombres y tierras trabajando. Pero es harina de otro costal.
Notas:
(1) Someramente, hasta un vistazo
en Wikipedia ofrece tal perspectiva: "Anexo: Países por PIB (nominal) per
cápita". 13 mayo 2008. - Págs.: 14 pantallas. - http://es.wikipedia.org/wiki
(2) Vea estas animosas referencias en la web: "Venezuela es el segundo (II) país más feliz de Latinoamérica ", "El venezolano es el más feliz de Suramérica" y "¿Sabías que Venezuela es el país más feliz del mundo", "Venezuela el más feliz y Chile el menos", entre muchísimas otras.
(3) Aquí la columna "Marciano en domingo" es sencillamente contundente, cuando se trata de retratar al opositor de causa perdida: Diario Vea. - (2008) mayo 11; Últ. pág.
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