Miserias del espíritu y de la política

En todas las épocas, culturas, tradiciones y países, el sacrificio, la constancia, la entrega, la disciplina y el valor que –casi siempre- distinguen la figura de un atleta son virtudes que no sólo se reconocen con respeto y admiración, sino que inclusive -en no pocos casos- son objeto de culto y devoción.

Resulta proverbial la alta valoración que conferían los antiguos griegos a la disciplina deportiva, y es razonable afirmar hoy día que, a pesar de tanta agua que ha corrido bajo el puente de la historia, el deporte sigue siendo una fuente inagotable de valores positivos y cónsonos con el mundo de mayor equidad, solidaridad y honestidad que necesitamos con urgencia. Sin duda, quien realiza una actividad física con cierta frecuencia se ennoblece y enaltece, tanto espiritual, como físicamente.

Ahora bien, en el plano de la alta competencia, el deportista o más bien el atleta que cumple rigurosamente sus entrenamientos y se va superando a si mismo hasta llegar a estadios superiores, no sólo llega a ennoblecerse personalmente, sino que trasciende su tiempo y su espacio convirtiéndose en una suerte de deidad viviente.

Independientemente de las múltiples perversiones que ha sembrado el capitalismo en diferentes disciplinas, el deporte y todo lo que conlleva su práctica es y seguirá siendo un arte que permite aflorar lo más sublime, lo más hermoso y lo más humano de cualquier ser humano.

Por ello, sinceramente no resulta fácil de asimilar cómo se ha arremetido con tanta saña, con tanta bajeza, con tanta mala fe contra la legión de 109 héroes patrios que tan dignamente han ido a representarnos a Beijín, con motivo de la edición XXIX de los juegos olímpicos.

Más allá de algo tan simbólico como una estúpida medalla, hay que ver la entrega, la pasión y el coraje con que estos hombres y mujeres han ido tan lejos, a dejar tan bien parado nuestro pabellón tricolor. No he tenido la suerte de seguir en vivo todos los compromisos donde han participado los nuestros, pero la única emoción que se puede sentir cuando uno ve a una Mariangie Bogado dejando el alma en cada lanzamiento, a un Iván Márquez volando en el aire para hacer un remate, a un Silvio Fernández manejando la espada con destreza, a un Subirats devorándose la piscina, a una Fabiola Ramos haciendo magia con su raqueta de ping pong o a cualquiera de nuestros campeones dando el todo por el todo con tanta vergüenza, no se puede sino sentir un orgullo y una emoción enormes. En pocas palabras, un orgullo profundo de haber nacido en esta patria y compartir el gentilicio con gente tan noble que se esfuerza con coraje por ser mejor, cada día.

Entonces ¿Cómo es posible que haya “venezolanos” gozando cuando eliminan a un compatriota? ¿Cómo entender que se frotan las manos de modo enfermizo anhelando que los nuestros no obtengan ninguna medalla? ¿Cómo racionalizar el papel jugado por la mayoría de los medios de comunicación nacionales, que a una o dos semanas antes de que se inaugurasen los juegos olímpicos ya estaban apostando al fracaso de nuestra delegación? ¿Cómo comprender que haya gente que busque justificativos de cualquier tipo para arremeter contra nuestros atletas? ¿A ese extremo llega su odio por Chávez? ¿Cuál es el delito que han cometido estos muchachos, para que se les pague con tanta mezquindad e ingratitud por el tremendo sacrificio que han hecho? ¿Por qué no reconocer con humildad que el gobierno venezolano ha comenzado a dar un respaldo decidido a nuestros atletas y por ello ésta es la delegación más numerosa de venezolanos que asiste a unas Olimpíadas? Así como estas pueden surgir muchas preguntas más.

De este espacio sólo se puede decir que en vez de rabia e indignación inspiran lástima, una tremenda lástima, porque se trata de personas enfermas de odio que han perdido todo norte y ya no son capaces de discernir entre la frontera de una determinada ideología política y el interés colectivo que nos une a todos, por el sólo hecho de ser venezolanos. Aún esta fresco en la memoria colectiva el triste episodio de la Copa América, donde algunos de estos energúmenos se tomaban la molestia de ir a las presentaciones de la Vinotinto para canturrear sus consignas huecas.

Es innecesario seguir argumentando en favor de nuestros campeones, pero si vamos a hablar de medallas, sólo puede decirse que obtener una presea en una competición olímpica es una empresa nada sencilla. Desde siempre, a países de alto desarrollo tecnológico y económico se les ha hecho sumamente difícil obtener una medalla olímpica (En esta edición, véanse los casos de España, Holanda y Polonia que casi a mitad de competición no sobrepasan las tres medallas doradas cada uno).

Las asimetrías en el deporte también existen, por eso siempre han sido tan resonantes los logros de Cuba en estas justas internacionales. En el deporte de alta competencia no hay espacio para el inmediatismo y la banalidad tan propias de nuestra alienada clase media, sólo existe cabida para el sacrificio.

El sólo hecho de asistir a unas olimpíadas implica un sacrificio enorme y constituye de por sí un gran logro, por eso la única manera de seguir obteniendo resultados favorables en el ámbito deportivo es seguir aupando y reconociendo infinitamente el esfuerzo de nuestros grandes atletas, así como exigir al gobierno que siga dando un respaldo contundente al deporte. Lo demás son miserias del espíritu y de la política.

dcordovaster@gmail.com


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Daniel Córdova Z.


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