Siendo el hecho que en la oposición política venezolana no puede hablarse de un bloque unitario que no sea el furibundo antichavismo (lo demostraron las recientes elecciones), muchas penas quedan para la reflexión, de entre ellas para oposición misma, que no puede ostentar la tan mentada unidad sobre la base de unos principios programáticos políticos (para no hablar de ideologías) que privilegien al país próspero, igualitario y soberano como meta final.
A la oposición la une el antichavismo, y ello es un hecho que consterna, porque el único plan de desarrollo de país que podría ofrecerle a los venezolanos es una agenda cimentada en el plan del "otro", sobre unas ideas ajenas, pero desde un enfoque contrario. Como si la negación fuese su principio primordial, su plan de gobierno fundamental, más conciso cuanto mejor ensambladas estén las fuerzas contrarias de la revolución bolivariana. Reacción maniquea antes que propuesta razonada de patria (porque eso es lo ha de proponer un político a su país, en esencia). Mayor irracionalidad política como axioma ante el uso inobjetable de ella, alusión ésta última que enarbola el proyecto de transformación socialista cuando se hace a la mar con el viento favorable de las comunidades.
¿No es, pues, la democracia, con su implicación de mayoritarias masas, el eje sostenedor de toda práctica política en cualquier sociedad "progresista" y "evolucionada"?* Como si cupiera decir la perogrullada que si se tiene la mayoría se tiene la razón democrática, no quedando fuera de tal argumentación más que discurso periférico y hasta extremismo político cuando se emprenden acciones contra ella. Ni más ni menos la oposición venezolana, con su tentación de extremos, sintiéndose desarmada de palabra y razones, cuanto más si carece de bases ideológica programáticas como propuesta política. No puede ser que se tenga la determinación de hacer política partiendo de la realidad ideológica del otro y no desde la convicción misma de hacerlo porque hay que incidir sobre un espacio político determinado según bases progresistas convenidas por el Hombre. Eso, de que a mayor chavismo, mayor radicalismo, comporta un primitivismo psicológico humano sólo rozante en extremismo con su contraparte evolucionada, civilizada y universitaria, como se postular ser en naturaleza los adeptos y líderes de la oposición venezolana. Para estas personas, el chavismo con sus barrios son unos monos dirigidos por un macaco principial, el presidente de la república.
El chavismo en Venezuela, con una fuerza demostrada del poder público nacional mayor que 75% (453 cargos de 603 obtenidos en las elecciones regionales), tiene el argumento democrático de su parte, probablemente por compendiar un más generoso plan de atención social y concitar un mayor liderazgo nacional, encarnado en la figura de Hugo Chávez Frías (hay la tesis del "No volverán", que explica el proceso de cambios sobre la base del castigo político al pasado); y en modo alguno es responsable de la quiebra argumentativa del adversario, quien dispuso del país a voluntad durante bastante tiempo para desplegar su intencionalidad política, desastrosa en sus resultados desde todo ángulo, por cierto. El actor político opositor cayó como clase política por peso propio, producto del apuntalamiento de una conciencia nacional que impidió el hundimiento del país en primer término. El chavismo, como expresión de fuerza de cambio, lo que hizo fue apalancar una esperanza, sumando descontentos.
En su concepción ideológica mayor, como movimiento bolivariano, insurge en una hora de desgaste del ejercicio capitalista y neoliberal en el mundo, escuelas político-económicas hoy en el banquillo de los cuestionamientos. Fresca estaba en la memoria la desgracia de los países vecinos, emblemáticamente la de Argentina, quien había sido reventada internamente en su economía, entregada como estaba a la doctrina neoliberal. Venezuela marchaba por el mismo camino, de cómo estaba penetrada por la garra neocolonialista de las potencias occidentales, exponente de una descomunal franja social de pobreza. El advenimiento de Hugo Chávez, necesariamente bajo la aureola redentora socializante, encuentra el momento histórico para ensamblar un poderosísimo aparato de conciencia y de cambios políticos, sobre el descrédito y ruina de la práctica política imperante.
Mal, pues, se puede argumentar que nadie haya ido contra nadie, como en las viejas épocas de persecuciones partidistas y de cacería de brujas. Ni siquiera en momentos en los cuales el Estado pudo justificar el uso de la fuerza (como en los hechos de abril de 2.002), fue contra el oposicionismo la fuerza del chavismo; todo lo contrario, durante y después del golpe de Estado de ese año, ha estado a la defensiva por el sólo hecho de ser cónsono con el humanismo que predica: el encuentro, el hallazgo de país, la superación de Venezuela. El oposicionismo (o el poder viejo) cae, en fin, por si mismo, por desgaste propio, perdido en el marasmo dialéctico del fraude y el robo, y la guarda de apariencias democráticas; sin liderazgo, desenmascarado por los hechos históricos (como la pobreza), vertiginosamente envejecido en pose y discurso por las fuerzas renovadoras del presente, sin argumentos, quedando como cuenco vacío. Para nadie se oculta que Hugo Chávez ha abogado siempre porque emerja una oposición sería, leal con el país, política de gran política, como él mismo ha dicho.
Hoy, ganando el chavismo en las barriadas, tal vez perdiendo en los predios de la clase media (conformada por un 17% de la población, aproximadamente) y perdiendo con seguridad en el escuálido sector de los más ricos (2 ó 3%), se viste su movimiento político con el argumento fundamental de toda democracia: las mayorías, sean éstas ilustradas o no (en ningún acta de los derechos humanos o desderechos consta que una persona apta para votar es menos ciudadana que otra, aunque viva en las alturas de un cerro o posea otras características propias de su indumentaria, cultura y hábitat). De modo que hay que sentar dos cosas: la existencia de una enorme capacidad de encanto político (carismático liderazgo) y un programa "recuperador" de gobierno, con efecto de redención social en las masas, puntos ambos de los que adolece la oposición política, hecho mismo que la conduce a la irracionalidad política y a actuar por reflexión de las ideas ajenas. (Hugo Chávez es su quiebra por contraste, no por ataque).
Véase: el hecho moral y programático (socialista) de atender a los sectores más depauperados, deja sin argumentos al oposicionismo venezolano, que no encuentra el modo cómo inferir barbarie sobre un gesto de enorme valor humano y ecuménico: la atención del prójimo, mejor si más necesitado (decía Jesús que no venía en busca de justos, sino de pecadores); por el contrario, incurre ella, el oposicionismo, en barbarie y extremismo político cuando adversa semejante accionar de gobierno, tildándolo de bajo, populista, si es que no se desliza por la vía del racismo o el etnocentrismo. Otro punto: Hugo Chávez comporta liderazgo, dolor crítico sobre el vacío organizativo opositor, que luce desmembrado y huérfano como sistema, y que es combatido con el mismo argumento primero del populismo y de la política de baja ralea.
Semejante peculiaridad, liderazgo carismático y programa de gobierno de alta calidad humana, deja sin argumentos y programación que valgan, como dijimos, a ese dislocado sector del oposicionismo venezolano, que sólo encuentra sentido de unidad cuando asume la teoría y praxis de ir contra el plan de gobierno de Hugo Chávez como eje propulsor del chavismo. Como si pudiéramos decir que en Venezuela no existe oposición como tal, con sus credenciales alternativos de propuesta de gobierno, sino antichavismo, efecto preciso de nada poder en contra de su liderazgo incuestionable y de su alta concepción del hacer político. Tal es la fortaleza de la definición ideológica que trasciende y suple de ideas al vacío opositor; ante su contundencia de ir hacia los sectores más necesitados, no queda otra alternativa que unirse o desbarrancarse por la irracionalidad de objetarla.
A menos que se pretenda llamar propuesta de país a la tesis de su disolución, la oposición (el antichavismo) tiene la obligación de hacerse con un plan serio de gobierno, que olvide el entreguismo del pasado y la propuesta apátrida de que sean los asesores norteamericanos quienes gobiernen en Venezuela. No puede -menos- andar concibiendo tampoco que sus ideas políticas se funden en la otredad. Tiene el reto de olvidar que un país democrático es aquel donde una sola ideología política comanda los espíritus y engaña a las mentes con la apariencia de diversidad, con la variante del bipartidismo. Como en el pasado lo fueron Acción Democrática y Copei en Venezuela, o como lo son hoy los demócratas y republicanos en los EEUU, o los mismos Partido Popular en España y el Partido Socialista Obrero, todas facciones, dígase lo que se diga, expresión de la misma derecha política.
La actitud adeca o copeyana (para de algún modo decir oposición), ni en el pasado cuando ejercía el gobierno, ni en el presente cuando ejerce el antichavismo, ha dado con una figura central en torno a la cual arremolinarse, a pesar que su era política haya sido calificada como de caudillista. No hay nada parecido, porque a los exponentes más conspicuos, como Rafael Caldera o Rómulo Betancourt, no se le puede atribuir otra agenda que el personalismo y el pillaje, sin distingos, como dos malandros reunidos en una celda que obraban a favor de exclusividades. De allí ese aire elitesco y "superior" con el que muchos exponentes oposicionistas se revisten, como para denigrar de los nuevos tiempos y guardar las distancias, propias de las estirpes más clasistas.
Sin duda, ha de pasar una generación para que viejas actitudes mueran con sus mismos exponentes. Mientras tanto, la figura imponente de Hugo Chávez, con su plan socialista de gobierno, ha impactado de tal manera que ha sembrado el panorama opositor de lo inusual, de lo inesperadamente invencible cuando de contar con el favor popular se trata, o de hacerse con la razón democrática de manera incontestable. Ante semejantes perlas de la razón política, si no se recapacita y se invoca una unidad de intereses nacionales para el trabajo, tiene que recurrirse a las mil argucias y sutilezas para iniciar un contraataque, intentando escurrir el bulto de la carencia política propia: no es Hugo Chávez ni sus programas, sino su entorno; no es Hugo Chávez, sino su populismo, cuya permanencia amenaza la estabilidad republicana; no es Hugo Chávez, sino su verborrea, sus cadenas, su molesto empeño de andar dirigiéndose a los pobres a través de las vías comunicaciones de los ricos; no es Hugo Chávez, quien es un hombre bueno, con grandes intenciones y actitudes cristianas, sino su familia..., etc.
Y ante tanta negación no queda más que inferir lo negado: que la oposición política tiene por discurso político una sola letra: el antichavismo, nada de cuño propio a no ser añoranzas por detentar el poder nuevamente, como por arte de magia. No puede la derecha política esgrimir plan político que valga cuando no tiene el bautizo de la razón democrática, como la tiene la propuesta socialista que cursa para Venezuela: liderazgo, apoyo popular y programa ético de gobierno, de redención social, recuperación y construcción de patria.
* Proceden las comillas porque mucho es el país en el mundo que pareciera querer redimensionar, pervertidamente, los términos sin dejarse de acompañar por la noción de democracia.
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