Quienes aviesamente han dirigido a la oposición política venezolana para conducirla por los caminos de la aventura y la violencia han consumido hoy su último cartucho con olor a pólvora onceabrilesca, dado los resultados electorales del 15 de febrero, mismos que evidencian una mayor participación política del colectivo ciudadano (volvió a disminuir la abstención) y un inusitado crecimiento de la conciencia cívica entre sus propias filas (más de 5 millones de venezolanos apoyaron su franquicia, como nunca antes en una década), con todo y que sea lamentable que se pueda inferir que estos votantes no comulguan con los postulados socio-humanizantes de la propuesta socialista bolivariana.
Mucho hay que se puede decir sobre este aspecto, desde que la tesis bolivariana sufre un natural desgaste a lo largo de una década (como declarara un ministro del gabinete recientemente) hasta que la ciudadanía sufre los embates perturbadores de una enfermedad mediática, dada la desproporción e impunidad con que actúa el aparato de propaganda de la derecha política. En cualquier caso, como se dice a la hora de cargar con los muertos, que cada quien cargue al suyo.
Para el primer caso, tema bolivariano, que asuma el partido de la revolución que no ha sabido plantear un frente mediático que sea capaz de contrarrestar el empuje derechista en esta materia, nada tímido a la hora de utilizar técnicas psicológicas de masas de la propaganda y hasta carente de escrupulosidad cuando se trata de echar mano del lado oscuro de la ciencia con fines políticos. Doble peso, por lo tanto: la mencionada incapacidad ni ha servido para defender a la ciudadanía del bombardeo morboso mediático de la derecha política ni tampoco ha sabido contener sus efectos políticos en su propia contra, dado que no es descabellado aseverar que el ventajismo mediático cultivó sus buenas lochas para el lado opositor, con todo y la derrota.
“Mediático” es la palabra que define a la oposición política nuestra, con su descomunal red de prensa y emisoras radiales y televisoras en el país, puestas al unísono a despotricar de una gestión de gobierno, con énfasis mayor si la coyuntura es electoral. Porque no de otro modo es posible precipitar que un colectivo olvide un pasado bochornoso, como el de los cuarenta años de “democracia”, y hasta lo llegue a añorar como una opción política preferible a la presente, que, de acuerdo con indicadores reconocidos internacionalmente, ha redimensionado la situación de los derechos humanos en Venezuela, ha incrementado la calidad de vida de la ciudadanía en general y ha conducido al país a una situación de relativa estabilidad económica, inclusive sobre el contexto de la actual crisis mundial.
“Mediática” sería el adjetivo para denominar la ventaja, en caso de que hubiese la oposición triunfado, como también sirve para explicar el significativo crecimiento que tuvo incluso en la derrota. Un millón de votos más que antes, aun intentando desmerecerlo con el hecho que en el plazo de una década la población de cualquier país crece; pero, finalmente, recogiendo un salvado psicológico histórico: la gente olvida con facilidad, se acostumbra a nuevas situaciones e incluso, en el contexto de una vida próspera, puede llegar conducidamente a ejercer la crítica en contra de su estatus teniendo como motivación nomás los detalles por encima del conjunto. Viejos son los filósofos que han pregonado la naturaleza ingrata de las masas, como nuevos los que propalan que son débiles mentales, susceptibles de confundir el amor por el odio.
O como –para seguir con la imagen y verla con ojos más cotidianos- cuando el bellaco se hace con el amor de la damisela y el príncipe, además de virtuoso, se bate en la retirada de la derrota. Como si ofrecer más y dar más no fuese suficiente en las lides del amor, y fuera necesario comprender que el efectismo, el “sacar cuadros”, el mentir estrafalariamente, constituyen recursos importantes en la batalla amorosa, y como si el amor se alimentase de los altibajos ajenos a la rutina. En muchas especies animales la vistosidad y capacidad de colorido atrae y convence a la hembra, ávida de ciertas premisas.
En fin, el punto es este, lejos de ninguna interpretación maquiavélica: se debe conocer la materia con la que se trabaja, en este caso, la materia de la especie política, humana por antonomasia, en su naturaleza y pasiones. Amor y política comparten parecidos de naturaleza en mucho, sobre todo en el aspecto pasional, pero existe un reducto –y tiene que reconocerse- donde la fría ciencia trabaja y con su técnica construye un mundo de previsiones y conductas. He allí el punto donde no ha podido calar la izquierda política en ejercicio del poder (imberbe, como se vea), con su atestado olor a dogmas y a ratones de bibliotecas, castrados sobre el viejo dilema del humanismo versus ciencia. Tiene que salir a flote en algún momento lo que de viejo es conocido: los humanos son seres asimétricos, reacios al molde, susceptibles de ciencia pero a un tiempo complicados con sentimientos, tontos o no cuando se reúnen en masas, monolíticos individualmente, mortales a la rutina (aunque sea próspera), vulnerables al efectismo sobre la sensibilidad, idiotas, genios o lo que sea, pero, ¡caramba!, nada que ver con lo que dibujen las estampas polvorientas de un libro.
Ello nos da pie para traer a colación el segundo caso: la guerra mediática la ha ganado el sector oposicionista, la derecha política, para decirlo con mayor propiedad, y ha concretado, en consecuencia, lo que arrojó la reciente cita electoral: un crecimiento significativo en sus filas, sea o no en su etiología de carácter y origen mediático, como insinúa el presente artículo. Porque, para nuevamente repetirlo, no de otro modo se puede entender tanto contrasentido, esto es, por ejemplo, que amplios sectores de la población que directamente se benefician de las políticas sociales y económicas del gobierno voten en su contra. Explíqueme alguien cómo es que un ciudadano con créditos obtenidos del gobierno para su pequeña empresa, con hijos becados o estudiando en universidades bolivarianas, con ayudas para su economía doméstica, con compras de alimentos en mercados solidarios o con proyecciones de beneficios de cualquier tipo, amén de ser testigo de que en el país se desarrollan obras de infraestructura para el bienestar ciudadano en general, se decida el día dado a votar en contra de la causa gubernamental.
El arte de la publicidad y propaganda hizo lo suyo en favor del segmento opositor, como lo ha hecho desde el mismo inicio de la Revolución Bolivariana. Ha logrado desencajar de la natural percepción a amplios sectores de la población, llevándolos a los extremos del morbo. Un discurso prehecho, unos canales de televisión delineando sus directrices políticas, una artera transmutación de lo blanco en lo negro, al mejor estilo pararrealista de la escuela de los sofista del mundo antiguo.
Mediático o no, el alza del voto opositor nos trae al punto central de estas palabras, mismo que nos conduce a la precisión de que a ella también, a la oposición política venezolana, con todo el contrasentido que pueda implicar, le toca recoger un muerto: su dirigencia política fundamental, la recalcitrante de la violencia, la de los sectores de tradicional ejercicio en el poder, la añeja que no cambia jamás, acaba de recibir una derrota aproximadamente mortal, para decirlo de cualquier modo. No puede interpretarse de otra manera que sus adeptos la hayan invitado a la civilidad del voto, con su importante comportamiento en las urnas electorales, de mayor participación y alza de apoyo, como llevamos dicho.
Porque no es posible interpretar que tanta gente (más de 5 millones) abogue por las medidas de fuerza de su extrema dirigencia, esto es, la violencia, la discriminación de clases y el golpe de Estado. Cabe pensar, más bien, que su población votante, con todo y que se pueda inferir mediatizada, disociada, conducida, enferma o lo que fuere en un amplio sector, ha utilizado el empujón mediático para decirle al dispositivo propagandístico mismo (la radio, prensa y TV) “¡Basta, ya. Resolvamos esto cívicamente: votando”.
De forma que quienes llaman a la violencia, al desconocimiento de las formas democráticas e invitan de continuo al caos, se les responde en su propia militancia con el voto, con la consagración de una vía de paz para tomar decisiones. Y habría que suponer, de paso, en el mejor de los sentidos, que éste ha sido el mensaje que la mayoría de su militancia le ha enviado a su loca dirigencia en el pasado, no siendo comprendida sino malinterpretada: mientras más apoyo popular recibían en las urnas, más se hacían a la idea que lo que se apoyaba era la línea del golpe de Estado o la conspiración perpetua.
La derrota, pues, hasta el grado de inutilización, es para ese sector extremo de la dirigencia política que hacen de la propiedad de sus medios de comunicación su bunker de guerra y que en los actuales momentos de mengua se apresuran a figurarse el surgimiento de nuevas situaciones que justifiquen su reaparición desmedida. Nada más lejos de las proyecciones: la toma de conciencia de la gente al votar, que hay que traducir como un mensaje de civismo, y la misma degeneración política y económica de los EEUU, bastión paradigmático al cual obedecen a través de financiamientos y lineamientos de desestabilización, colocan a estos exponentes políticos en una situación precaria. Fue, como se dijo al principio, su último cartucho político en la era desestabilizadora de George W. Bush; hoy, en la era Obama, aunque sea bajo los auspicios de una moderación formal política de lenguaje (pero moderación al fin), estos grupos de extrema derecha quedan expuestos a la intemperie más precisamente como de extrema contraprudencia, desde el ángulo de una nueva diplomacia.
No parece justificarse en el panorama inmediato -ni medio- el resurgimiento crudo de esta vertiente, con sus sempiternas propuestas de “¡Fuera Chávez!”, “¡Abajo el tirano!” y sus inacabables maquinaciones de defenestración. Nuevamente tendría que caldear los ánimos de la población con miras a una nueva aventura, quizás en el contexto de un referendo revocatorio presidencial. Pero luce cuesta arriba...
Nombre insistentes como Globovisión, El Nacional, El Universal, El Nuevo País, Unión Radio y tantos otros, fuentes directrices de la oposición política venezolana, devienen como los extremistas derrotados después del referendo del 15 de febrero. Su recalcitrancia tendría que comprender el mensaje de su militancia y la clase de civismo recién recibida, y tendría que mutar no para no perecer, sino para seguir existiendo de alguna manera efectiva.
Véase ahora mismo cómo internamente la dirigencia opositora se desgrana de estos sectores: hay una ola de opinión aguas adentro que no acepta la nueva pastilla mediática que los derrotados pretenden hacer tragar a la población venezolana con sus medios de difusión, machacándoles que la oposición creció desmesuradamente, tal vez insinuándose ellos como los próceres de la aventura. Que no fue una derrota, sino una victoria... Se han empezado a alzar voces desde que no hay ningún crecimiento “exponencial” de la oposición –mentira que propalan los dueños de medio- hasta que ella misma, en su dirigencia, es un “baile de alacranes” (o “saco de gatos”, como dijera otro político), que ahora sueña con que perdieron porque la abstención los afectó o porque presuntamente el gobierno tuvo ventajismo en el evento.
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