Ese día en Las Mercedes había frío. Era viernes, y el embotamiento matutino ya prometía un contraste severo con lo que sería la tarde caraqueña, y aun más la noche, dada al relajo y la celebración del término de la semana laboral de muchos.
Pero el Alcalde Metropolitano no estaba para parrandas durante esos días, cuando la comunidad internacional (hasta ahora el único argumento poderoso en la lucha contra Chávez) se había volcado con todos sus medios de comunicación hacia Honduras, donde ─en su criterio─ se había dado un “vacío de poder” disfrazado de golpe de Estado.
Ni siquiera porque era viernes, día de fiesta semanal, él declinaba en su afán de luchar por la libertad de Venezuela. En otros momentos, cuando la brega le daba un respiro, se iba a la isla de Margarita, donde gobierna un viejo amigo de partido, a solear un poco su espalda blanquecina y a liquidar otro tanto el estrés de trabajo tan heroico. Pero en esos días que el país casi había sido sometido al anonimato comunicacional, no podía darse el descuido que el mundo se figurase a una Venezuela sin cabeza opositora.
“─De ningún modo, nada de eso ─se decía con toda seriedad, no pudiendo luego contener una sonrisilla al imaginarse la planicie de su calva cabeza-: para cabeza brillante, la mía”.
Vería a los borrachos y a la gente feliz desde su colchoneta extendida sobre el suelo, pero de que haría una huelga de hambre por una patria libre en Venezuela no tenía la menor duda. Se lo había dicho el gordo Alcalay, ese viejo amigo embajador de la Cuarta República, conocedor del coeficiente intelectual internacional:
─Ledezma, la vaina está jodida. El hombre está empepado con Honduras, y esa vaina nos afecta a todos: a tí, a mí, a tu imagen de futuro presidente de Venezuela. La oposición está muerta, como si no existiéramos. El hijo de puta de Zelaya nos liquida y se traga todo como un agujero negro, y es una verdad de aquí a Cuba que quien determina en gran medida la atención de los medios es Hugo Chávez ─¡hombre, no nos mintamos!─, y caso es que el hombre lo que hace es mandar y mandar los ojos para Honduras.
─Gran verdad ─había empezado a reconocer Ledezma, pero el ex embajador del pasado no lo dejó terminar─:
─Hay que llamar la atención nuevamente, Toño, a cualquier precio. Buscarle pendencias con la oposición, sacarle la madre nuevamente, si es posible, como hizo aquel masista estupendo… ¡Cualquier cosa que haga que nos mire, que vuelva la atención a nosotros, que vuelva a la patria, como decía aquel viejo poeta de Catia, allá en Pérez Bonalde. Esa huelga que a tí se te ocurrió, ya la tenía yo en mente desde que explotó el vacío de poder en Honduras. Y me dije “Verga, nos jodimos, la oposición venezolana tendrá un receso”. Pero, Antonio, aquí estamos para echar mentes juntos: haz tú tu huelga frente a la OEA ─es una idea genial para llamar la atención─, mientras seguimos pariendo ideas para hacerte una imagen de presidente para el 2.012. ¡Mejoran las cosas! Y acuérdate que tiene que ser indefinida, Ledezma, huelga indefinida, o al menos así anunciada, si es posible agregándole “hasta que se vaya el tirano”.
Ledezma no pudo evitar sonreír nuevamente al ver la exaltación de su amigo, aquel funcionario que había vivido la mayor parte de su vida fuera del país, actual Coordinador de Asuntos Internacionales de la Alcaldía Mayor: al menos tenía otra opción entre manos, muy distinta al fiasco de pasar el día encerrado en su gabinete de burgomaestre sin hacer nada, mirando moscas y ventanas, recibiendo a chusmas que ningún crédito político le retribuían. Lo suyo era la política de alto nivel, la publicidad, los medios de comunicación (actualmente secuestrado por el tirano en Honduras), su imagen de futuro candidato y presidente de Venezuela. Nada le importaba que un señor mayor de la izquierda (José Vicente Rangel) insinuara por ahí que él era "capaz de dejar que lo fusilen si cuenta con un buen número de espectadores". Había que llamar la atención. Haría su huelga de hambre. La política es la política, y resalta y va de candidato para algo quien llama la atención. Y ese era él, el hombre estrella opositor.
─Y luego te vas a Washington ─proseguió el gordo ex embajador─, donde tengo muchos amigos, para que completes el tortazo de un escándalo internacional. Y mientras Chávez se vuelve a meter con la oposición, y los medios regresan, nosotros ciertamente ya estaremos en los EEUU, la patria grande, orquestando un ataque final sobre ese rolitranco de pendejo. Míralo así: gobernadores y alcaldes de la oposición que no gobiernan, porque no nos dejan; Chávez invadiendo a Colombia y Honduras, exportando su revolución, y, de paso, lo de costumbre, tratando de acallar a los medios. Los gringos se arrecharán, te lo aseguro, Toñito, y mis amigos harán que los EEUU preparen una invasión. Y de paso, para más peso, te vas con los otros gobernantes de la oposición, Pérez Vivas, Pablo Pérez…
─Tranquilo, Milos ─le tuvo que atajar Ledezma─. Calma, compañero. Se supone que el de las ideas soy yo ─poniéndole rostro de recriminación─. La idea de la huelga es mía, hermano, no tuya ─le dice sin ninguna piedad, algo ansioso por apagar aquella gruesa exultación de amigo, quien ya parecía celebrar la caída del tirano─. Debemos procurar realismo; ¿qué te ocurre? No ha caído en diez años y ya tu lo tumbas con una reunión ─le dice con severidad, aunque en el acto se retrotrae cuando mira aquel rostro demudarse hacía una mísera expresión de desencanto─. Así nos engañamos. Sin embargo, debo reconocer que lo de Washington es magnífico…
Milos había bajado el rostro ─recuerda Ledezma─, dejando que unas obesas gotas de sudor le chorreasen desde la frente. Su bigote rubio temblaba, como si hablara a solas, y se había puesto, como en un gesto incontrolado, a frotar el suelo con sus zapatos de cuero negro. Su corbata colgaba con una curva sobre su barriga…
Era jueves, un día antes de la ejecución de su nuevo plan. Había llamado al antiguo diplomático para consultarle sobre la posibilidad de su decisión de huelga ante la OEA y pedirle además asesoría respecto de cómo proceder ante el Secretario General, José Miguel Insulza. Algo molesto consigo mismo, puso su mano sobre el hombro de su asistente e hizo un esfuerzo de humor para contentarle.
─¡Piano, piano, compañero! Ni siquiera sé si sobreviré a la huelga de hambre indefinida, mi amigo, como tu la llamas.
Milos continuaba cabizbajo.
─Tus ideas son buenas y las agradezco, Milito… ─silencio─. ¡Serás mi canciller cuando sea presidente!
Entonces el Coordinador de Asuntos Internacionales levanta el rostro y ambos rompen a reír durante un rato.
En fin ─termina de recordar el Alcalde─, ese día de la huelga era viernes, hacía frío en la mañana baruteña (aquellas montañas y su vegetación hacían su trabajo) y ya había muchos curiosos preguntándose para qué servirían las colchonetas y almohadas que llevaban debajo de los brazos. No deja pasar que le provocaba arengarlos para decirle “Son implementos de lucha para una nueva Venezuela. ¡Únanse!”
Ledezma mira el rostro de los gobernadores del Táchira y Zulia, quienes le acompañan en su gira por los EEUU, y quienes rieron bastante con el cuento del embajador Alcalay. Les dice no le resultará fácil olvidar ese día, sobremanera el edificio Arpicenter, sede de la OEA, el cual le pareció fastuoso (como le parece a un adeco toda sede de un poder. Miraflores es una pesadilla que lo acosa) y una casi dulce herramienta de combate, dado que los medios de comunicación habían vuelto a pararle atención.
Sólo un detalle le molestó durante sus heroicos tres días de lucha, y así se lo refiere a sus correligionarios, apretándose fuertemente la chaqueta, porque en EEUU sí que hace frío del bueno: una defensora de los derechos de los animales le hizo muecas constantemente moviendo un perro de mascota entre sus manos, sin que él pudiera comprender nada.
─Cosas que le pasan a los gobernantes ─les dice a sus compañeros de viaje─, gajes de la grandeza.
Y todos vuelven a entonar sus risas.
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