Tierra incógnita

A los Pacíficos Océanos que soportan los nuevos continentes de basura,

que a diario amontonan en sus cunas las cuñas ideológicas.

Son miles de años de la humanidad rogando a dioses soluciones para problemas paridos de su propia insensatez; caminos alucinados, que señalan su separación diametral de su único enlace de sangre: Tierra. A paso redoblado, esta humanidad apunta conseguir su propia desaparición antes de aclarar el sentido elemental de su presencia en este paraíso, que ha transformado en un estercolero. La humanidad de lo que sabe entre sí es de engaños en todos los sentidos, de injusticias clasistas, sea en sus colores epidérmicos, sea en sus gametos; es antojosa y tramposa, qué dejará con Tierra, su asiento, lo que menos le importa conocer y lo que más desconoce, pero es el adorno principal de sus discursos para pura promoción de su soberbia hipocresía. La muerte es divisa y escudo de esta humanidad, y, mientras más estrecho sea este vínculo con tal ignorancia, más alto alcanza su alcurnia separatista de Tierra.

Ni en el cadalso que ha tomado por vida propia, cerca de su hora final, el condenado descubre pájaros alrededor. Tan lejos ha llegado su separación con Natura. Es alienígena. Confiesa a diario de términos que la aterran como "infierno", y sus pies están embarrados de ese diario compañero de juegos. La marcha indetenible de Tierra no es de su incumbencia, anda muy lejos de su camino. En la enfermedad, inventa patrias, matrias, donde amarra sus conquistas para convencerse de tener resuelto por fin sus ensalmes egoístas; imperios, "imperizados" y enemigos van de jerga mansa a la ONU, donde lo único que se divisa como terrestre es el logotipo institucional; en lo demás, es un portón oxidado e irrelevante: la esclavitud continúa siendo la tierna madre patria de esclavizados y patrones.

Esta humanidad caída porta la guadaña, atenta y afilada contra el hermano; es su vigilia, su conciencia, del bando que sea. Hasta su despedida, Tierra compara a diario sus pasos atmosféricos, a los de sus hijos, superfluos y altaneros; cuanto más, es a boca del sepulcro cuando descubre que nunca aprendió a caminar, tantas oportunidades en el camino para escoger, echadas a la basura en a la entrada del túnel.

Por otro lado, la guerra es la maestra ejemplar de esta humanidad, en realidad, el paredón de sus oportunidades. Cómo le complace el hedor de la sangre vertida del hermano asesinado. Perdón, del enemigo eliminado. Mientras, a espalda suya, Madre de madres, inocencia redentora, anda, teje y teje oportunidades, descalza y desnuda, de carrera contra los dogmas enviciados que acicalan a esa loca humanidad de esperanzas mortales, que lo menos que le importa son los océanos niños, qué dejará de sus fronteras desfavorecidas, de sus vulnerables compañeros. Humanidad política. Humanidad basura.

La belleza no es un artificio sobresaliente o casual; es el atractivo peculiar de la voluntad terrestre en sus manifestaciones naturales, cada hijo suyo viene con ese poder; contraria a esa virtud terrestre está la discriminación maquillada en este espantapájaros que es la humanidad.

Con todo, aún queda un empalme con Tierra: el meditar, lo único que descubre y une nuestros ejes con el terráqueo, la piedra angular que empalma su velocidad con el de la mente desnuda. Que simple. Meditar es transformarse en Tierra impositiva sobre los juicios separatistas; es cura de nuestra enfermedad terminal y ese poder nos enlaza contagioso con lo que nos rodea. El infectado descubre a Tierra, lo más centrado, lo más maestro desde su silencio ¿pero cuánto se enseña de esta disciplina desnuda y sin ideologías? ¿Cómo comenzar? Estando en silencio con uno mismo, y se abre la puerta anudada de la garganta, mediante ciertas llaves, la más exacta, la de la respiración, para que se calle nuestra mente y se detenga por fin nuestra nave física en el silencio, y, de esta manera, se pose nuestra vida EN Tierra, y aprender andar en su curso, sin juicios. Con este preliminar podemos echar andar. He allí la mejor de las armas, solo-mata-alienados que evita la penetración de las nimiedades que obcecan nuestros pasos diarios. Y el siguiente paso, proporcionar ese alimento a los niños, minas millonarias que saqueamos antes de su pubertad vía las ideologías que nos han mutilado. Si algo hemos aprendido, ya sabremos dejarlos para que aprendan de la mano de Tierra para conocer el verdadero poder de la libertad, el de Ella, para que fluya en ellos las vías que aún no percibimos. Y tendrá esperanza esta humanidad. Los maestros los trae el camino. Lo que necesitamos aparecerá sin impaciencias. Tierra es nuestra madre antes que compañera, nave antes que maestra. No temamos.



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Arnulfo Poyer Márquez


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