Contundente en la palabra y el andar, sólido en las ideas y la resistencia, amable en el debate y el encuentro, Guillermo García Ponce es un árbol de poderoso maderaje, ramas seguras y sombra generosa, que amarra como botalón histórico la lucha del pueblo venezolano por su redención en los siglos XX y XXI.
Vaya suerte de gladiador justiciero que aguerridamente combatió la podredumbre de la IV República desde su apogeo hasta su decadente rabiar viéndose acabada a finales de la pasada centuria, así como sus intentos por restaurarse en los complejos días de abril de 2002, cuando, una vez más, García Ponce brilló con sus orientadoras reflexiones y su compromiso marmóreo.
Perteneció a una estirpe de venezolanos que nos hacen hinchar el pecho, al constatar el arrojo y la disposición combativa que los caracterizó. No se conformaron con ser pioneros de las ideas comunistas en una Venezuela sometida a dictaduras atrasadas, lo que de por sí, era todo un acto de heroísmo. Fueron tanto más allá que sus vidas desencadenaron en una vertiginosa cadena de riesgos, en cada uno de los cuales, escribían una página gloriosa de nuestra historia contemporánea.
La vida clandestina, la persecución, la cárcel, la tortura, la traición, las calumnias, la fuga, el exilio, la lucha armada, la conspiración permanente por tener Patria, todo lo vivieron, todo lo padecieron, todo lo entregaron.
Guillermo representa una especie en extinción llamada los bolcheviques. Supongo que así se llamaron en la Rusia de Lenin los bolivarianos de la época de Bolívar. Porque García Ponce parece un sobreviviente del Paso de los Andes o un joven combatiente antifascista en los bosques de Krasnodon de los que refleja Fadeiev en su espectacular novela La Joven Guardia.
Incluso cuando la revolución pasó sus momentos de mayor reflujo, cuando la adicción al petrodólar inundó nuestras calles de tránsfugas con la lluvia ácida de la concertación, cuando el fardo aplastante de todas las derrotas nos redujo al minúsculo verbo de la invisibilidad, los de la clase de Guillermo sacaron fuerzas de sus propias neuronas para alimentar la fogata de la izquierda que sólo quemaba en ensimismados reductos. Reductos para renacer.
Luego comenzaron a estallar esperanzas como luciérnagas. Del vientre del pueblo amanecieron partos como tablas para náufragos. Nos aferramos a ellas, a las canciones de febreros rojos y vino el día para el que vivimos.
García Ponce salta de la Junta Patriótica que organiza la insurrección contra Pérez Jiménez a la Asamblea Nacional Constituyente que redacta la Constitución Bolivariana. Mientras, redacta en el camino medio siglo de panfletos libertarios que son oraciones de nuestra fe revolucionaria.
Amante de la vida que se vive con pasión, amante de la historia que se hace cotidiana hasta sangrarla, como corresponde a su ímpetu y fortaleza, se da a la lucha política como acto creador por excelencia, como se entrega a la vocación literaria por plasmar la crónica de lo que le duele. Lo que ama.
Así vimos, conocimos y sentimos a García Ponce. Un tótem de nuestra Revolución. Una portentosa raíz para conjurar entuertos. Un afinque moral para asirnos de su ejemplo, y nunca desfallecer.
Constituyente
(*) Presidente de la Comisión Nacional de RefugiadosSimón Bolívar, El Libertador. Guayaquil 5 de agosto de 1829.