La maravillosa gesta del 15 de agosto de 2004, se ha emplazado en el ángulo más vistoso y preponderante del arduo devenir de nuestro proceso bolivariano. El Comandante Eterno, Hugo Chávez, asumió con entereza de estadista la disyuntiva que se le presentó cuando el Consejo Nacional Electoral otorgó validez a las rúbricas recogidas por la Coordinadora Democrática y convocó a un Referéndum Revocatorio Presidencial, el cual sería el desenlace de tiempos turbulentos que habían azotado este país entre finales de 2001 y buena parte de 2004. La agenda desestabilizadora de la “oh-posición” buscaba sacar a Chávez de Miraflores y comenzar un entramado de subversión interna con el fin de provocar la intervención directa de Estados Unidos en nuestro país.
A pesar de las “firmas planas” y las rastreras estratagemas de la derecha vernácula para propiciar la atmósfera del Revocatorio, el Comandante descolocó a los agentes del imperialismo con su acertada decisión de “ir a la pelea”. En realidad, la Coordinadora Democrática apostaba a que nuestro Líder rechazase el dictamen del CNE y se produjera una crisis institucional sin precedentes que habría tensado las relaciones entre los distintos poderes del Estado. Lo pretérito hubiese creado las condiciones ideales para la sedición y la posterior ocupación militar yanqui. Por el contrario, el Gigante Chávez arrebató de manera magistral la “bandera” del Revocatorio a la reacción y la hizo suya, del pueblo; al desplegar la formidable analogía con la Batalla de Santa Inés, impulsada por el legendario general Ezequiel Zamora, el Comandante tocaba la fibra de las masas hastiadas de las maquinaciones de la burguesía para recuperar sus abyectos privilegios de clase. Además, Chávez contextualizó la prosa de Alberto Arvelo Torrealba y su obra “Florentino y el Diablo” en dicha hazaña electoral, con lo que dejaba claro al más humilde de sus seguidores que la confrontación era contra la maldad del Capital; si realizamos un análisis a la luz del discurso de los creyentes, podríamos concluir que la derecha criolla y sus jefes, los halcones del Norte, han sido la personificación del mismísimo demonio. O sea, del capitalismo. Para nada exageramos si nos remitimos al perjuicio que estos han infligido a la Nación con el pretexto de “salir del régimen”.
La Coordinadora Democrática y sus paladines de pacotilla, habían jugado todos sus maltrechos naipes contra Chávez: desde el paro patronal, pasando por el Golpe de Estado y el sabotaje petrolero. Ninguno había surtido un efecto permanente y el nivel de aceptación de la “oh-posición” venía en franco declive, verbigracia, desde que monigotes como Carlos Ortega habían confesado que “el paro (petrolero) se les había ido de las manos”. El Referéndum Revocatorio, consagrado en la Constitución de 1999, era el último recurso o solución desesperada de la oligarquía para dar el zarpazo a la Revolución Bolivariana. Irónicamente, esa derecha que se aprovechaba de un instrumento jurídico propuesto por el Comandante Eterno en la Asamblea Constituyente, había votado en contra de la aprobación de la Carta Magna y renegaba de ésta hasta el cansancio. He allí la cruda desdicha de la “oh-posición”: ha sido tramposa, mentirosa e inconsecuente con sus postulados.
La figura del Referéndum Revocatorio está estipulada en el artículo 72 de la Constitución Nacional y reza: “Todos los cargos y magistraturas de elección popular son revocables. Transcurrida la mitad del período para el cual fue elegido el funcionario o funcionaria, un número no menor del veinte por ciento de los electores o electoras inscritos en la correspondiente circunscripción podrá solicitar la convocatoria de un referéndum para revocar su mandato (…)”. Cabe destacar que, para 2004, la revocatoria de mandato presidencial era tan novedosa y atípica, que Australia, Islandia y Venezuela eran los únicos países del orbe donde existía tal herramienta del poder popular. A pesar de esto, sólo en nuestras coordenadas se había llevado a la praxis.
EL AGOSTO REBELDE Y LA DERROTA DE LA BURGUESÍA
La reedición de la Batalla de Santa Inés en el campo electoral, desafío lanzado por el Comandante Supremo en cadena nacional, puso de cabeza a la “oh-posición” y delató la faceta más torpe de ésta. La prueba más estridente de lo anterior yacía en el hecho de haber escogido el adverbio equivocado para su cruzada anti-Chávez. La Coordinadora Democrática se apresuró a asirse del afirmativo “sí”, con lo cual desgañitaba su dilatada incultura política. En cualquiera parte del mundo, la opción del “sí” es para aceptar y la del “no” es para rechazar; al adherirse al monosílabo asertivo “sí”, la Coordinadora Democrática cometía un yerro de dimensiones galácticas y enviaba un mensaje contradictorio hacia quienes la apoyaban. El Comandante Eterno, flanqueado por la certitud de su arrolladora victoria, se dio el lujo hasta de obsequiarles el mentado vocablo a los oposicionistas y, sin complejos, esgrimió el contundente adverbio negativo que sería el buque insignia de la campaña hacia la novel Batalla de Santa Inés. En un panorama inédito, el “no” se convertía en la fuerza más afirmativa y reiterativa de una devoción impecable: la del Gigante Chávez con la Patria (*).
Aquel 15 de agosto de 2004 hicimos la cola, en el centro de votación correspondiente, desde las cinco de la mañana. El sonido de la diana nos despertó y nos puso en combate. Poco después de las once logramos sufragar y sellar nuestro compromiso con la Revolución. Las interminables filas por doquier presagiaban un evento de antología que no dejaría lugar a dudas acerca de lo que acontecía en Venezuela: con 19 puntos porcentuales de diferencia y una brecha de casi dos millones de votos, Chávez provocaba uno de los descalabros más dramáticos que hubiese experimentado la derecha venezolana desde 1998. Tan arrollada y atolondrada yacía la Coordinadora Democrática después de un “revocatorio” que se transformaba en “ratificatorio”, que las acusaciones de fraude no se hicieron esperar de boca de sus irresponsables voceros. Hasta un escuálido nos increpó, alguna vez, que ese Referéndum Revocatorio no había sido más que una “pantomima”. Según él, sólo debía haber una alternativa en la pantalla de la máquina de votación y ésa debía ser la del “sí” (¡!). C’est-à-dire, quienes apoyásemos a Chávez no existíamos, no teníamos derecho a opinar. Tal día, ante semejante galimatías sintagmático, corroborábamos nuestra inquietante sospecha: la “oh-posición” estaba loca de atar.
Aquel ecuador del octavo mes brindó el espaldarazo del pueblo al Comandante Eterno y lo cimentó en su indiscutible liderazgo, no sólo en Venezuela sino en el mundo. El proceso bolivariano tuvo una prueba de fuego con el Referéndum de 2004 y la superó con creces; Chávez y las masas fueron protagonistas de un escenario que ha sido paradigma universal. La democracia participativa desacraliza la investidura presidencial burguesa y la somete al dictamen del “hoi-poloi”: los gobernantes no son intocables o inmunes al escrutinio público. Chávez demostró que no tenía miedo al pueblo y se entregó a sus designios. El Gigante de Sabaneta fue ratificado en las esperanzas y corazones de todos los venezolanos. ¡Viva Chávez! ¡Viva el socialismo!
(*) Debido a que la Coordinadora Democrática se había arrogado el derecho a utilizar el “sí” para la campaña contra Chávez, la pregunta del Referéndum de 2004 quedó así: “¿Está usted de acuerdo con dejar sin efecto el mandato popular otorgado mediante elecciones democráticas legítimas al ciudadano Hugo Rafael Chávez Frías como presidente de la República Bolivariana de Venezuela para el actual período presidencial?”.