Ciertamente la experiencia sociopolítica y cultural de los Consejos Comunales echados a andar en Venezuela, muy especialmente durante el tiempo del comandante Chávez y la revolución bolivariana, continuados (en menor medida) en la actual gestión del presidente Maduro, han podido entregarnos reveladores informes y noticias variadas sobre las tantas agendas y asuntos colocados en juego por dichas microfísicas de poder.
Tal ristra informativa es de suyo bien polifónica, plagada de tantas positividades como de espesos "cuellos de botella", los cuales van licuándose dentro de nuestros distintos espacios residenciales de unos modos tales que, en buena medida y en la mayor de las ocasiones, amenazan con colocar a tales sentidos y experiencias unas veces en suspenso, otras empujándolas hacia peligrosas parálisis y/o declives.
Al establecerse los Consejos Comunales (por mandato de ley) como agenciamientos casi obligados para la organización sociopolítica local, para la captación de recursos materiales y financieros necesarios a las comunidades, así como expedir documentos con valor institucional (cartas de residencia), es por lo que se comprende por qué éstos se fueron haciendo lugares de gran interés y obligada concurrencia vecinal.
Tales nichos se volvieron figuras aún mucho más importantes para los heterogéneos vecindarios constituidos nacionalmente en tanto pasaron a ser, por efectos de la mismas leyes del poder popular emanadas por la Asamblea Nacional en el 2006, entidades que financieramente dependían exclusivamente de las asignaciones monetarias u otras similares que tuviera a bien destinar el propio presidente de la república, especialmente en vida del ex–presidente Chávez.
Vale la pena recordar en este sentido que precisamente en la gobernanza de Chávez a dichos consejos se le llegaron a girar no menos de 8.000 millones de dólares por su decisión directa, y que tal modo discrecional de obrar ejecutivo fue justamente aquel que han venido imitando tanto ministros, gobernadores como alcaldes al momento de querer comunicar con las comunidades cada vez que quieran o les interese entregar o sacar de allí alguna clase de beneficios.
Consecuentes con lo antes expresado es por lo que se va entendiendo la importancia política que pudieron haber alcanzado tales agencias localistas para las diferentes clases, clanes y tribus políticas que en verdad hemos venido teniendo en nuestra última Venezuela contemporánea. En un corto período ellos han venido resultado suerte de "plazas públicas" donde ha estado anidando parte estelar del soberano.
Por lo demás, la ampliación de la democracia que en tiempos de la revolución bolivariana hemos estado vivenciando de manera directa unos y otros, unas y otras venezolanos y venezolanas, traducida en aquellos de que (desde Chávez) en nuestro país "a cada rato hay una elección pública para casi todo", ha replanteado el asunto de la hegemonía política nacional en términos electorales sumamente recurrentes.
Nuestras distintas maquinarias y maquinistas (¿maquínicos?) ideopolíticos han creído entender que antes de emprender consuetudinariamente aquella ardua, pesada y desgastadora tarea de tener que ir directamente a cada lugar en búsqueda de cada sujeto votante, era mucho más práctico, económico y electoralmente rentable el hacerse del control de los precitados consejos, pues, en apariencia, tal hecho presuponía la administración fácil de las voluntades electorales de los hombres y mujeres locales.
Si los Concejos Comunales, sobremanera sus diferentes comités y vocerías, eran suerte de "puerta de entrada" franca para que los partidos y dirigentes políticos lograran estar en las comunidades, casi que las 24 horas del día y los 365-6 días del año, ha sido de esperar que las tácticas y estrategias por la apropiación de los mismos comenzaran a descollar una vez que tales microfísicas fueron sancionadas del modo efectivamente establecidas.
La misma dinámica electoral continua que impuso la democracia bolivariana, con aquello de saber que a cada instante se nos venía una elección pública, aunado a las mentalidades de cosificación que sobre lo propiamente público han venido teniendo nuestros dirigentes políticos, constituyeron elementos que se anidaron para que unas y otras maquinas y maquinistas fueran raudos por la posesión y uso de los nombrados Consejos Comunales, tal como si fueran sus anheladas peras o manzanas, tomates o cebollas, sin más.
Bien sabemos que desde hace muchos años nuestra cultura política labrada, particularmente aquella sostenida y manejada por los tantos partidos, grupos y proyectos ideopolíticos estructurados, han venido jugando a pensar y tratar al país de carne y hueso como si las personas resultáramos parte estelar de sus propiedades y dominios, por ello se entienden los intereses, demarcaciones y coloraciones que ellos han estado realizando de los tantos estados, municipios, parroquias y vecindarios donde efectivamente unos y otros residimos.
Las inquietudes e inversiones humanas, técnicas y materiales trazadas e implementadas por cada lógica ideopolítica, con independencia de sus signos, ha estado realizándose proporcionalmente (en buena medida) sobre la base que entreguen los conceptos de interés e identidad política concebidos por cada una de ellas.
La condición de gobierno u oposición nacional, regional o municipal que expongan las maquinas ideopolíticas ha venido privando en los modos mismos de expresarse las relaciones entre aquello que Gramsci llamaba y delimitaba como Estado y Sociedad civil, en consecuencia los procesos de cooptación sobre las construcciones sociales que desarrollan los grupos e individualidades ideopolíticas no son observables únicamente en el segmento orgánico de la política gubernativa.
Que las organizaciones ideopolíticas mayormente vinculados a la "derecha" venezolana hayan direccionado mucho de sus esfuerzos por controlar y manejar, casi a sus anchas, a los Concejos Comunales situados en espacios residenciales del tipo "A", "B", y en menor medida en los "C", en contraste con lo hecho por los bolivarianos, quienes decidieron estacionar sus esfuerzos preferentemente en los sectores "C", "D" y "E", a la par que es una suerte de "hecho social indiscutible", resulta así mismo expresiones sumamente mostrativas del modo y forma cómo las maquinas y maquinistas políticos criollos observan, piensan y ejercitan tanto sus conceptos de país como de poder y dominios (de poder).
Aquel llamado que hiciera durante el año 2007 la entonces ministra de las comunas (Erika Farías) a los Concejos Comunales para enrolarse duramente en la campaña política de Chávez por el SI a la reforma constitucional, observado por la oposición de la época como "muestras del abuso del gobierno" sobre los organismos populares, en parte de suyo fue ciertamente una denuncia inmoral, pues prácticamente el mismo llamado y acción fue el que practicaron los grupos ideopolíticos opositores identificados con el NO en aquellas comunidades y Concejos Comunales que políticamente controlaban, con el pequeño detalle que los grandes, medianos y chicos "medios de comunicación" nacional nada dijeron de esta suerte de abusos.
No hay mayor agregación en este espéculo cuando decimos que en las organizaciones político/partidistas venezolanas opera una visión fuertemente instrumentista de esa no menos compleja figura llamada "pueblo", el cual al habitar en los imaginarios de dichos agenciamientos y mentalidades como "cosa" o mercancías que se permutan fácilmente, conlleva a que los tratos dispensados con el soberano resulten tratos netamente objetuales.
Justamente la cosificación del pueblo, particularmente de sus organismos conjuntivos, es lo que ha facilitado que partidos, ideologías y dirigentes busquen y consideren a éste en base a sus conveniencias y necesidades político-electorales de ocasión, sin llegar a importarles mucho en realidad todo ese mundo de expectativas, imaginarios, anhelos y esperanzas que el pueblo (las comunidades) cultiva internamente, especialmente cuando se halla y se sabe colocado desigualmente frente a las maquinas políticas y los políticos.
No se trata que los habitantes de los espacios residenciales, en particular los de las barriadas populares, sean tan "inocentes" o muy crédulos respecto a las maquinas políticas y sus disímiles maquinistas, no obstante la misma condición de abandono, de tantas carencias y necesidades allí acumuladas, les hace por momentos tener derecho e ilusiones respecto a ese otro que viene a su encuentro, todo repleto de sonrisas, ofertas y promesas a granel.
A las tantas pugnacidades y conflictos reinantes en los espacios residenciales, casi que por propia naturaleza sociocultural (riñas o enemistades entre familias y/o vecinos), han de sumársele -en adelante- aquellas vicisitudes o "fracturas" ideopolíticas que han podido ocasionarles las maquinas políticas y sus descarnados maquinistas, lo cual complejiza y dificulta aún más los problemáticos caminos vinculantes a la unidad, la hermandad y la solidaridad de unos pueblos que geoculturalmente intenta vivir-se en comunidad.
No se trata de atribuirle exclusivamente a la política, a sus lógicas corporativas o a sus voluntades en despliegue la fragmentación o el despedazamiento del llamado pueblo en las tantas porciones o islotes que realmente hoy distinguimos, pues –a decir verdad- mucho antes que la política y los políticos comenzaran a llegar a los tantos vecindarios existentes en nuestra patria, ya el mundo de las diferencias, las rivalidades, las pugnas y atrincheramientos de las personas residentes en tal o cual espacio local, había prosperado su entrada triunfal, proporcionado bien haya sido por efecto de las consanguinidades, las uniones familiares, por razones de empatía y amistad, por migraciones o mediante las ligas religiosas, etc. que en verdad habitan en nuestras matrias residenciales.
El concepto de política, de partidos políticos, de gobierno, de lo público y del pueblo que tienen instalados en sus cabezas nuestros tropicales ideopolíticos apenas si ha contribuido a la afirmación en nuestras comunidades de las distancias y los fraccionamientos tenidos realmente en ellas, cuando no, a la inauguración de una nueva modalidad divisional, la impronta en los espacios residenciales de aquella huella germinada sobre el dicto y el dictado que imponen las ideologías y las coloraciones netamente instrumentales.
La versión criolla, profundamente instrumental, que de la política fermentan y maduran nuestros políticos, aún desde edades tempraneras, les ha permitido ver a las comunidades y sus Consejos Comunales acaso como buenas, bonitas y baratas cajas o bancas electorales, a las cuales, parafraseando el dialecto español, hay que "ir a por ellas", sin mucho reparo.
Una idea o experiencia distinta de la relación, por lo demás necesaria, entre partidos políticos y dirigentes ideopolíticos es justamente aquella idea y experiencia que se encuentra ahora represada en la esperanza misma que portan unas ciertas vecindades y unas determinadas sensibilidades, apuestas porque en la patria la política y lo político emerjan de otro modo, mucho menos cruel y sí más humano.
¿Tal clase de pedimento será acaso un caro e iluso ruego moderno, sin ninguna clase de lugar en nuestra agitada, sensitiva y vernácula Venezuela?
¿Habrá chance dentro de nuestras maquinas y maquinistas ideopolíticos, especialmente dentro de las autonominadas como "revolucionarias", para repensar y ejercitar, de un modo mucho más humano, la relación entre ideología-partidos políticos y consejos comunales?
¿Qué tanto pueden estar interesadas nuestras comunidades residenciales y sus Concejos Comunales en producir exigencias e impactos importantes en las maquinas y maquinistas ideopolíticos, a bien de inaugurar una nueva relación entre prácticas políticas partidistas y los vecindarios realmente existentes?
¿Qué dice al respecto nuestro especial amigo lector?