Nuestras experiencias históricas de formación residencial informan fehacientemente que las presencias pulsionales de las juventudes es justamente una de las marcas estelares que más distinguen a tan vitales y significativos espacios de vida humana.
Si bien es cierto que la figura de los Consejos Comunales fue pensada y diseñada políticamente en el curso de la revolución bolivariana para que constituyera la más viva mostración de empoderamiento por parte de las tantas familias y vecinos que conforman a nuestros espacios residenciales micro-locales, cónsono con las bellas contribuciones (políticas) emanadas por la Constitución Nacional de 1999, en aquello de animar una democracia social mucho más participativa y protagónica en nuestra última patria, hubo de esperar que en dichos organismos habitara en su máximo esplendor la real y maravillosa diversidad comunitaria.
Si los terruños vecinales, con independencia de sus tamaños poblacionales, se constituyen fundamentalmente por relaciones consanguíneas y afectivas, las cuales en la mayor cantidad de las veces exponen tanto una diversidad de sexos, ascendencias y descendencias multiformes como de francas distintividades etarias y empáticas, ha debido ser lo más natural que tan espesa polifonía se hiciera presente en las in-formadas estampas organizacionales.
Acorde con sus finalidades, los precitados consejos nacieron en modo importante de suyo para recrear la propia vida vecinal, a exponerse como la más lujosa vitrina de lo que efectivamente son nuestros espacios residenciales, esto es, vivirse como toda una plaza pública, en donde unos y otros, unas y otras de las diferentes multivocidades realmente allí existentes pudieran tener chance real de exhibirse en lo que ciertamente han venido y procuran continuar siendo.
Es justamente la violación a este caro principio de realidad plural intravecinal aquel que han venido cometiendo estas vitales y necesarias micro físicas consejistas, especialmente en lo tocante a no posibilitar ni animar en sus ejercicios ordinarios (ni extraordinarios) las sudorosas presencias de las tantas juventudes que complementan los modos de vida comunitarios, sobremanera en las explanadas barriales populares.
Obviamente que no se trata de pensar (para nada) que en nuestros Concejos Comunales existan, de antemano, una suerte de cuerpos y voluntades dirigentes expresamente anti-juventud, de voceros o voceras que sean abiertamente refractarias a la presencia y participación en las distintas tramas, programas o proyectos que habitualmente excitan, de los continentes de juventud que habitan en las distintas avenidas, calles, callejones o pasajes de unos y otros espacios residenciales.
El hecho cierto es que cualquier visitamiento o monitoreo que hagamos habitual o puntualmente a las diferentes puestas en escena adelantadas por nuestros Consejos Comunales, va a resultarnos revelador en cuanto a no distinguir en ellas mayores asistencias ni involucramientos de chamos y chamas.
Ciertamente que en las comisiones electorales, en las unidades financieras, contraloras o en los diferentes comités y vocerías, así como en las esporádicas asambleas públicas que promueven tales lógicas de sentido, podemos observar a unos ciertos números de muchachos y muchachas queriendo coadyuvar a logros comunitarios múltiples, sin embargo es bien resaltante constatar como en tales ambientes, programas, proyectos y actividades trazadas, las figuras de la sangre y las pasiones juveniles se tornan sumamente menguadas.
A partir de tan inobjetable y cruel dato es desde donde debemos empezar a preguntarnos por aquellas tantas situaciones que (seguramente) se licuan y juegan como negatividades para entregarnos finalmente el informe de unas juventudes nacionales y locales activando muy escuálidamente tanto en nuestros Consejos Comunales como dentro de la vida vecinal en general.
Interpelaciones por la ausencia de juventud en el poder popular local que estamos casi obligados tanto a producir como de avanzar contestas posibles, por cuanto se trata (nada más y nada menos) del extrañamiento, del silencio o "jubilación temprana", de un importantísimo segmento poblacional que, en la mayor de la veces, alcanza a más del 30% del total de los residentes que conforman a nuestros heterogéneos terruños de hábitat sociocultural y vivienda.
Tan o más importante y necesaria resulta la admisión de las demandas antes indicadas, al igual que sus correctivos inmediatos, para una revolución y/o un programa revolucionario que, por una parte, hace de la democracia inclusiva, participativa y protagónica, una de sus más caras banderas, en tanto que, por la otra, ella misma muere pronto en el camino si no está profusamente acompañada de la sangre, vitalidad y pulsiones que segregan la misma condición de lo juvenil.
Por lo demás, desde el ángulo estrictamente ideopolítico (de la hegemonía del poder) encontramos que si la revolución en deseo de curso no atiende y se engalana con muchos, sino con la mayoría, de los continentes de chamos y chamas que indistintamente colman nuestras matrias locales, llanamente ellos y ellas serán (tal cual viene en algún modo sucediendo), sujetos y objetos de deseo, interés y manipulación (subjetivación) de unas derechas y un "imperio" que instrumentalmente tanto los necesitan para sus inescrupulosos fines.
Por nuestra parte pasamos a avanzar inmediatamente algunas notas (inconclusas) que quieren ayudar a comprender (en parte) esos reales distanciamientos que en nuestros últimos días van manifestando los tantos chamos y chamas que habitan en nuestros espacios residenciales respecto a los Consejos Comunales, veamos:
1-. Una expresa des-identificación con las agendas y sentidos consejistas.
Por donde le miremos, la juventud, lo juvenil propiamente dicho, está correspondido con una expresa situación de vida etaria, de tener unas edades que traspasan a la adolescencia pero que tampoco llegan a vivirse ni considerarse como adultas, por ello es común que a los y las jóvenes nunca se les llama "señores" o "señoras".
Tal condición circunstancialmente juvenil viene acompañada inexorablemente de unos ciertos imaginarios (de juventud), de unas energéticas pulsiones y sudoraciones, con vista al juego, al relajo, al ejercicio del deseo, al goce y alcance de una clase de experiencias sui generis, sacadas ya no de la transmisión, de la herencia que produce el espejo de experiencias ajenas, sino, fundamentalmente, de ese "morral" que se va llenando con las suyas y los aportes que van entregando sus "panas" tribales.
Este tipo de sentidos contingentes, breves, de pulsiones y sudoraciones a granel, de ansias tremendas por crear directamente sus experiencias, etc., son justamente aquellas valencias que no parecen encontrar mayor espacio, mucha receptividad ni gran correspondencia en las tantas agendas, contenidos, climas y ambientes que recrean los actuales consejos comunales.
En paralelo tenemos que los chamos y chamas observan y presienten que los asuntos que tratan los consejos comunales (agua, luz, asfaltado de calles, tramitación de créditos) son cosas importantes, sólo que ellos le pertenecen a "viejos", en tanto que sus intereses inmediatos parecieran andan volando y recreándose por otros heteróclitos lugares y "no lugares".
2. Una muy baja, hasta casi nula- cultura de la transmisión familiar.
En las tantas reuniones ordinarias o extraordinarias que viven efectuando los consejos comunales, ya sea en asambleas o en cualquiera de las actividades que convocan sus distintos comités o unidades, es notorio observar en la mayor de las veces la presencia de los progenitores sin sus hijos.
De hecho, en las conversas que habitualmente generan los padres dentro de sus hogares, muy poco está presente el tema de lo ordinario que se viene haciendo (o no) en los precitados consejos, de las participaciones que los mismos van generando, menos aun éstos buscan informar y entusiasmar a sus hijos sobre lo valioso y necesario que serían sus presencias y actuaciones en dichos agenciamientos.
Es más, a demasiadas madres y padres les gusta que sus hijos no se metan "en esas cosas", por ello consciente o inconscientemente procuran mantenerlos lo más retirado posible de las agendas y eventos que en ellos se ventilan.
Con tal tipo de obrar conservador lo que se hace en familia es reforzar la exclusión y con ello la despolitización de las muchachadas en aquello que en tanto es público debería ser de su natural interés e importancia.
3. La no formación de una cultura comunitaria en los espacios escolares
Bien sabemos que los espacios de educación formal viven ocupando y llenando las cabezas de sus estudiantes con cualquier cantidad de contenidos, incluidos aquellos totalmente impertinentes, sin embargo las informaciones, las valoraciones y alusiones vinculadas a la vida que se genera realmente en sus espacios residenciales comunitarios están allí casi totalmente ausentes.
Cierto es que en algunos cursos y programas los aspectos de la ciudadanía tienen algún lugar, no obstante lo que de ella se habla y narra es de una abstracción tal que prácticamente no encuentra correspondencia con aquella cruda y cocida realidad donde habitan los tantos continentes de estudiantes que intentan educar.
En casi nada (por no decir en nada) la vida donde residen nuestros jóvenes encuentra mayor atención, seguimiento, evaluación o exigencias de naturalezas afines dentro de los recintos escolares en los cuales ellos y ellas van educándose rutinariamente.
Curiosamente la escuela piensa y pide reiteradamente a las familias que complementen y refuercen en sus hijos e hijas las lecciones transmitidas en sus aulas, sin embargo ella no resulta nada contributiva con la vida que cumplen los muchachos y muchachas dentro de sus lugares de hábitat y vivienda, por ello no causamos susto aquí en decir que para la escuela prácticamente la vida vecinal no existe.
4. La no formación de una cultura comunitaria en las agencias ideopolíticas
Otro tanto similar y triste a lo vivenciado dentro de la escuela respecto a la vida comunitaria, ocurre con los muchachos y muchachos que hacen alguna vida activa dentro de las máquinas políticas que en verdad tenemos, independientemente de las ideologías que éstas porten.
Curiosamente los partidos y demás organizaciones políticas que coexisten en la patria construyen sus agendas y movimentalidades diarias sobre aspectos que son totalmente vecindarios a temas como la participación, la ciudadanía, la responsabilidad, la solidaridad, etc., sin embargo llama la atención el poco o muy bajo compromiso que tienen sus juventudes militantes con lo real comunitario, por ello sus presencias en los consejos comunales vienen luciendo sumamente raquíticas.
Las exigencias de participación e involucramiento de sus militantes jóvenes al interior de la vida residencial, en particular dentro de los consejos comunales es muy poco valorada dentro de los procesos de formación ciudadana que cumplen nuestras agencias políticas, en consecuencia es frecuente saber del gran desconocimiento y/o desinterés que muestran los jóvenes militantes, de izquierda, centro o derecha, sobre aquellas vicisitudes, padecimientos, conflictos y tensiones que en verdad acontecen dentro de sus espacios residenciales.
Las exigencias que hacen las máquinas ideopolíticas a sus juventudes militantes ciertamente son múltiples, solo que llama mucho la atención el saber que dentro de tantos pedidos y ruegos, casi nunca suele estar aquel de la necesidad que dichos jóvenes (como la militancia en general) realicen auténticas, buenas y ejemplares vidas cotidianas en sus matrias residenciales.
5. La muy baja o nula cultura comunitaria en los espacios mediáticos hegemónicos
Bien sabemos que las industrias mediáticas encuentran en las juventudes un mercado de interés y aprisionamiento extraordinario. En las tantas modalidades y formatos que ellas comportan (radio, tv, redes sociales, cine, etc.) los cuerpos y sensibilidades juveniles consiguen suerte de "grandes casas" confortables para unas estancias que les van resultando bien placenteras, por ello sus reiterados encadenamientos en ellas.
Lo que llama la atención aquí es que en tales lógicas comunicacionales la cultura comunitaria, los valores y significaciones socioculturales, éticas y políticas relacionadas a la participación y los involucramientos de las personas a cuidar y fortalecer los espacios residenciales, y con ello a mejorar sus calidades de vida, no consiguen prácticamente eco alguno.
En los mass-meddia las poblaciones juveniles, que son a la vez las mayores consumidoras de los intangibles que ellas a cada instante vehiculan y animan, obtienen demasiadas gratificaciones, pero muy escasamente aquellas que les destaquen, promuevan e inviten a vivir a las personas en general, sobremanera a los jóvenes, activamente en sus disímiles terruños de hábitat y vivienda.
6. Más allá de las notas someramente señaladas, hemos de concluir finalmente que, con independencia de lo que sucede con lo juvenil en los consejos comunales, la escuela, los partidos políticos como dentro de la industria mediática, no tenemos una cultura societaria que nos estimule y exija vivir nuestras vidas residenciales con apego a verdaderas exigencias de ciudadanía local pues, por ejemplo, a nadie le cancelan una visa, un crédito o similares si llanamente se abstiene o renuncia a participar en la espesa vida comunal.
Epilogonalmente digamos que nuestras experiencias históricas de formación residencial informan fehacientemente que las presencias pulsionales de las juventudes es justamente una de las marcas estelares que más distinguen a tan vitales y significativos espacios de vida humana, hecho que tiende a desestimar nuestra sociedad en general como los consejos comunales en particular.