Los Consejos Comunales: Semillas de Liberación, Justicia e Igualdad

Desde el descubrimiento de la agricultura y la ganadería por el hombre, y con ello la generación de excedentes, más la consabida aparición de la propiedad privada, la historia de la humanidad ha sido la historia de los que acumulan, atesoran y explotan el trabajo humano contra quienes explotados y saqueados se han visto privados del fruto de su sudor. Hoy, cuando el pueblo trabajador tiene en sus manos la oportunidad de construir una sociedad comunal basada en el trabajo y la propiedad social, la lucha se plantea en el seno mismo de nuestro pueblo. No en balde pesa sobre todos nosotros miles de años de historia en los cuales el botín se lo ha llevado el más vivo, el más fuerte, el mejor dotado por la naturaleza o por herencia.

Sólo si tensamos todas nuestras fuerzas y nos proponemos impedir que la mala hierba del egoísmo crezca entre nosotros podremos regresar –un regreso paradójico, un salto hacia adelante- a formas de vida basadas en la preeminencia del humanismo, del amor de los unos por los otros, de la solidaridad y en fin… del socialismo. La comuna debe entenderse y vivirse como la inauguración de un nuevo tiempo entre nosotros, un tiempo de lucha del bien contra el mal, de la libertad contra todas las formas de opresión. Un tiempo de apertura a los más profundos valores humanos de todos y para todos. Vivir esta dimensión es lo que constituye nuestro socialismo. Una vida nueva que se entiende a partir de la solidaridad militante con los más débiles, es decir, con aquellos a quienes la naturaleza no ha dotado de suficiente fortaleza. Esta solidaridad es la que está llamada a ser la misión de los fuertes en una comuna.

A diferencia de la cultura de la muerte propia del mundo capitalista, el preferido no debe ser el más fuerte sino el más necesitado. La comuna tiene que ser liberación, justicia e igualdad. Urge pues, una praxis liberadora que una el pensamiento con la acción, un encuentro real entre ortodoxia y ortopraxia, por tanto, la unión armónica entre el cerebro, el corazón y las manos. No podemos repetir en la comuna la grotesca desigualdad que propone el capitalismo El capitalista no produce un determinado bien porque le duela su falta entre la gente; produce lo que le genere más ganancia: principio y fin de su filosofía de vida. Producirá zapatos o maíz si eso le genera beneficios, producirá lo que sea, desde cremas de belleza hasta pornografía si en ello encuentra mejor negocio. La comuna debe producir con la necesidad del pueblo como objetivo y no la ganancia inmoral. La comuna debe asistir no sólo al que puede pagar por el bien, sino al que lo necesita.

Una correcta percepción del mal en nuestras sociedades trasciende los meros actos de moral -por ejemplo, no basta con ser buen esposo, buen padre, buen amigo y funcionario cumplidor de su horario de trabajo-. Nuestro socialismo no se agota en una vivencia privada moralmente aceptable, tiene que ir más lejos. Nuestro socialismo tiene que lograr que cada uno trascienda la moral individual y se proponga hacer derivar toda la riqueza socialmente creada hacia quienes más lo necesiten. No es suficiente la caridad, ni siquiera el acto individual generoso; hemos de quebrarle el espinazo a las causas profundas que producen la desigualdad. El pobre y marginado no existe entre nosotros como un hecho fatal e irreversible, el pobre y marginado es el producto de una manera de relacionarnos y un sistema de producir, distribuir y consumir los bienes. El pobre y marginado es nuestra responsabilidad, la mía, la tuya y la de todos. El pobre es un empobrecido, un estafado, un robado, un defraudado del fruto de su trabajo, un castrado en sus potencialidades.

Cuando nos propusimos –y logramos- abrir la cárcel del analfabetismo a millones de nuestros compatriotas, pensé muchas veces cuántos poetas, matemáticos, ingenieros, médicos, etc., mueren en el mundo sin haber podido jamás entregarnos sus versos, sus ecuaciones o su ingenio. Cuántos Andrés Eloy Blanco, García Lorca, Benedetti, Galeano, Einstein… pasaron por este mundo sin que el sistema les diera la oportunidad de escribir una O por lo redondo. ¡Qué pérdida!, ¡Cuánto hemos perdido y seguimos perdiendo todos! ¡Esa es la misión, compatriotas! Abrirnos a la vida, a la justicia, a un mundo hermoso de para todos, por el sólo hecho de haber nacido y no por tener eso que el capitalismo llama "oportunidades", y que se traduce en no haber nacido hijo de un pobre para indefectiblemente continuar en ese círculo maligno y vicioso. Hermanos…EL FUTURO NOS PERTENECE… ¡VAMOS A CONSTRUIRLO, PÉSELE A QUIEN LE PESE!


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Martín Guédez


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