Semillas de Socialismo: Lo que mis ojos han visto

Los Consejos Comunales: el hombre nuevo, la tierra nueva

Los cuerpos más complejos se originan en diminutas células. Toda la maravilla del cuerpo humano se halla en la primera división de células. La información presente en esas células será después lo que se manifestará en el cuerpo complejo. La España conquistadora e imperial sembró sus colonias de cabildos e indefectiblemente cosechó Repúblicas. Fueron esas semillas de participación las que luego dieron origen a las Repúblicas, no podía ser de otra manera. En la Venezuela Bolivariana de nuestros días se están sembrando Consejos Comunales y mucho más temprano que tarde cosecharemos Repúblicas Comunales fruto de esa siembra.

En la siembra de las comunas el pueblo venezolano se juega más, mucho más, que el gobierno de la nación; se juega la revolución y todos los sueños de igualdad y justicia acariciados por siglos. De la salud de esta semilla comunal dependerá toda la estructura del cuerpo social. Las comunas son el ladrillo fundamental a partir del cual se construye el edificio social. No es extraño por lo tanto que los Consejos Comunales tengan tantos enemigos tanto a lo interno como a lo externo de ellos mismos. Tanto el viejo sistema social, agonizante pero aun poderoso, como una buena parte de animadores inconscientes a lo interno intuyen que en la comuna está su carta de defunción, lo saben y hacen lo posible y lo imposible por torpedear desde su nacimiento la semilla comunal pervirtiéndola y falsificándola u obstaculizando su desarrollo armónico. Al viejo sistema le va la vida en impedir el parto comunal, al nuevo sistema también le va la vida en parirse bien o morir en el intento.

Habiendo visto y sentido de cerca el poder revolucionario de la comuna popular concluimos que en su interior se encuentran latentes todas las fuerzas maravillosas del ser humano, toda su capacidad de amar, su solidaridad y entrega, pero también la fragilidad ante la molienda inclemente de una cotidianidad marcada por las necesidades materiales, la ambigüedad y la incapacidad para ser eficaces por falta de conocimientos.

La experiencia vivida entre estas comunas no sólo nos ha concedido la razón sobreabundantemente, sino que, más aún, nos ha demostrado la urgente necesidad de insertarse en el corazón de esas comunas para vivificar, capacitar y sembrar conciencia. Las fallas que hemos podido detectar tienen que ver precisamente con la falta de adherencia radical al perfil de una comuna socialista, en otras palabras, a la falta de claridad en los objetivos. Por ello nos dimos a la tarea de redactar una saga de documentos que se conviertan en oración diaria de la comuna, una suerte de atornillamiento de los valores que den rostro y corazón a la comuna socialista. Esperamos que estos capítulos puedan ser convertidos en un libro para la reflexión comunal. En eso estaremos justamente para darle concreción al esfuerzo.

No nos es ajena tampoco, la preocupación por la dispersión que poco o nada tiene que ver con la pluralidad sino con el egoísmo. En la comuna, junto a las más increíbles acciones de amor, se repiten los antivalores propios del sistema capitalista. La vanidad, la soberbia y el afán de figuración se hacen presentes y deben ser combatidos con dosis de humildad, entrega y discernimiento, en forma organizada y programática.

Cada día, ante cada tarea comunal, el grupo tiene que profundizar sus razones, sus causas y las consecuencias últimas de sus acciones. Ser miembro de una comuna no consiste sólo en conocer la doctrina o los principios socialistas sino que consiste fundamentalmente en vivirlos con alma, vida y corazón, despojados de orgullo, egoísmo e injusticia. Sólo ahí se verificará la fidelidad al verdadero espíritu comunitario. Adhesión a una profunda espiritualidad comunal es la raíz de todas las exigencias revolucionarias. Una adhesión práctica y cotidiana al seguimiento que muchas veces exigirá cruz, renuncia y entrega.

Hay que sembrar la semilla buena en la tierra fértil y limpia de nuestro pueblo. Hay que insertarse en el corazón del pueblo y cultivar con el ejemplo. Ser revolucionario en el centro de la comuna significa tomar la decisión de someter todo otro plan en este mundo a la construcción de la comuna socialista. Arrancar de nosotros todo vestigio de orgullo, vanidad o interés propio para convertirnos en apóstoles, discípulos y amigos del pueblo. Cada grupo de Consejos Comunales y Cooperativas tiene que ser atendido desde dentro. Se necesitan apóstoles, discípulos y amigos de la revolución capaces de dar la vida conviviendo y compartiendo saberes con el pueblo. Necesitamos apóstoles como aquellos que enviados por Jesús hicieron camino sin más garantías que el amor. El asunto es tan vital que, con mis pocas fuerzas y talento yo me ofrezco. Más aún, yo exijo que se me utilice.

Hay tal cantidad de valores naturales entre nuestro pueblo que sería un crimen imperdonable no ayudarlos, no fecundar sus saberes instintivos con los complementos doctrinarios propios del saber científico. Lo que mis ojos han visto, mis oídos escuchado y mis manos palpado es tan valioso, tan maravilloso y tan potencialmente transformador y revolucionario que exijo con todas mis fuerzas por un apostolado cercano, dactilar, personalísimo y directo en cada comuna.

Es bueno señalar que no siempre se tiene una clara idea de la autonomía de estos procesos y quizás por eso no lo valoramos. No hablamos de insertar profesionales de la revolución en cada comuna, entre otras cosas porque estos no existen, porque no hay nadie completamente revolucionario, porque ser revolucionario es un proceso de exigencias continuas. Hablamos de insertar personas capaces, llenas de amor y entrega, sin privilegios ni cargos, simplemente apóstoles dedicados en cuerpo y alma a compartir lo que saben y aprender con humildad lo mucho que puede enseñarles el pueblo.

Personas que, además de la experticia, sean capaces de encontrar sentido a sus vidas sirviendo al pueblo. Encontrar en ese servicio a los más humildes la respuesta verdadera a la condición revolucionaria, atornillando en el corazón estas dos reglas de oro. A la revolución por amor al pueblo y al pueblo por la revolución. Cualquier otra salida terminaría siendo un reduccionismo simple. En el pueblo, en sus mujeres y hombres, en sus personas mayores, en sus niñas y niños, le servimos a la Revolución, en ellos le cantamos, en ellos y a ellos nos debemos ofrecer como sacrificios vivos de suave olor.

Requerimos apóstoles del amor. Requerimos sembradores de esperanza. Requerimos sembradores de paz para todo el que entre en contacto con ellos. Requerimos de dispensadores de amor servicio para nuestro pueblo, amor bondad, amor ternura, amor perdón, amor alegría, amor ilusión, amor revolucionario…amor nuevo. Requerimos sembradores de socialismo.


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Martín Guédez


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