El principio de la democracia liberal, que inspiró a los fundadores de la Constitución de Estados Unidos de Norteamérica, fue que las controversias se decidieran mediante la discusión y el debate, no por la fuerza. Años más tarde sus dirigentes a través de la política del Destino Manifiesto, se consolidaron como gobiernos tiránicos, que han impuesto luego el criterio contrario: que sostienen por adelantado, que ciertas medidas y opiniones son absolutamente indudables y que no deben permitirse los argumentos contra ellas. Lo curioso de esta opinión es la creencia de que, si se permitiese la libertad imparcial, llevaría al pueblo a la conclusión errónea, y que por lo tanto la ignorancia es la única salvaguarda del error.
Este punto de vista no puede ser aceptado por ningún pueblo que desee que la razón, la libertad y la solidaridad social, en lugar de la tiranía gobiernen los actos humanos. Se nos dice a veces que sólo el fanatismo puede hacer eficaz un grupo social. Creo que esto es totalmente contrario a las lecciones de la historia. Estamos contra la existencia de una clase superior cuyos conceptos intelectuales y morales están entronizados en un “ars amandi”, que sería un hecho bastante excepcional en el país. Estas son las épocas que ponen a prueba el alma y el saber del pueblo.
La Revolución Norteamericana ejerció una profunda influencia sobre las revoluciones latinoamericanas y su prestigio se mantuvo por algún tiempo; su compromiso político no podía menos que tranquilizar a las clases propietarias más preocupadas por la libertad del imperio español que por la igualdad del pueblo.
Todo esto implica, por supuesto, que las opuestas diferencias entre la “democracia imperialista” y la democracia socialista sean irreconciliables, y que estas diferencias sean de una importancia abismal para los socialistas. Los socialistas no tenemos nada que ver con ese barato y bastardo nihilismo político. Pero es necesario comprender claramente en cada oportunidad el contenido real de estas diferencias y sus verdaderos límites. Para los socialistas la lucha por la verdadera democracia, y la lucha por la independencia nacional, representa una etapa necesaria y progresiva de nuestro desarrollo. Por esta razón creemos que tenemos no sólo el derecho sino también el deber de participar activamente en la defensa del socialismo contra el imperialismo, a condición, por supuesto, de que mantengamos la total independencia y libremos una batalla implacable contra la apátrida burguesía.
La democracia imperialista se pudre y desintegra. Su programa de “defensa de la democracia” es reaccionario y contrario a los intereses del país. Aquí la única tarea progresista para los revolucionarios es la preparación de la revolución socialista. Su objetivo es romper los marcos del viejo estado nacional burgués y construir la economía socialista de acuerdo a las condiciones geográficas y a nuestras necesidades comunes, sin imposiciones ni obligaciones. Para comprender el rol actual del oposicionismo de su “democracia social condicionada” y de la burguesía racista excluyente, hay que recordar una vez más las bases en que se apoya el oportunismo en esos movimientos.
Por todos esos motivos ellos buscan salir de Chávez al coste que sea, ya que Chávez es la más poderosa piedra de tranca, para evitar que la burguesía y los imperialistas de todas las latitudes, puedan apoderarse de nuestros recursos naturales, y así, tratar de recuperarse de la crisis económica en la que están atrapados. Por tal motivo es muy necesario para salvaguardarnos de estos voraces seres rapaces, apoyar con todas nuestras fuerzas la Enmienda y al Comandante Presidente. Sobre cada uno de nosotros cae una tremenda responsabilidad histórica.
Uh! ¡Ah! ¡La Enmienda Sí va!
Salud Camaradas.
Hasta la Victoria Siempre.
Patria. Socialismo o Muerte.
¡Venceremos!
manueltaibo@cantv.ne