Diáspora del año 1960

Para 1942, cuando naciera Ángela Santa María, por aquí en los lados del antes Pozo Hondo, a los míos, la ciudad no les había aprehendido del todo, todavía se escondían en un sitio que mi madre y todos le decíamos el hoyo, aldea La Lejía, Sector Fiqueros, ubicada en Rubio- TACHIRA; allí todo dependía de nosotros. Fiqueros se le decía debido a un programa de siembra de la planta llamada fique, que se iniciaría en el gobierno de Isaías Medina Angarita, programa que adjudicaba tierras y algunas oportunidades a aquellos que quisieran tomar dicho proyecto, por allí entrarían mis padres a tomar la decisión de escapar del sector La Romera en San Cristóbal he irse para Rubio. A pesar de la huida de todos, todavía algunos reparaban las posibilidades del mundo rural, no se dieron cuenta que nacían nuevos tratos políticos, que la hipótesis Keynesina del consumo dominaba ya estos montes, por lo que el tiempo del trigo y el maíz pilao, estaba feneciendo.

El hoyo, como le decíamos, por estar ubicada en un lugar mágico, se adornaba con una vieja casa de teja de grandes corredores y aparte, un poquito más allá, a no más de 3 metros, su casa cocina con su horno de leña, no muy distante su baño, el lavadero y el pozo séptico, al cual yo le guardaba particular terror. No podía faltar el arroyo, que, como un cuento de hadas, cruzaba a menos de 30 metros de la gran casa. Esta vieja casa donde nací, sin partera, con la sola ayuda de las manos de mi madre y los mirares sorprendidos de José, Anita y Nora, poseía un gran pozo de aguas cristalinas, su piedra de saltos y su árbol de guamas. Para cuando yo nací, luego, del bregue de mis hermanos, en la casa no podía faltar la huerta de legumbres, el cafetal y un espacio de 50 hectáreas que escondían no solo a la vieja vaca careta, sino 70 animales más, sostenidos y abalados por los brazos de Meri, Claudina, Antonio y en especial Pablo, Teocano y Andrés, los cuales apenas descollando ante la vida, empleaban sus esfuerzos para que a sus hermanos menores nada les faltara o les agraviara, ya que todo, todo dependía de nosotros.

En plena guerra mundial, en la henchida crisis de la huida, cuando la escasez empezaba a mostrarse, allí, en el hoyo, en ese valle o angosto de montaña de estas estribaciones andinas, gracias al esfuerzo de mis padres y de mis hermanos, los pozuelos estaban llenos de arvejas, frijoles, maíz y en la huerta, sobraban las legumbres, que diligentemente mi hermano José, regateaba en el mercado de Rubio.

Al igual, por los lados de Barrio Sucre, escondidas en la niebla, Jacinta y Rosa, entre querubines y arlequines, daban gracias en sus rogativas a Dios, por escondernos del odio Nazi y tener seguro los cuatro o cinco puntales diarios. Pero ni el fique prometido a Agustina, ni los trueques de José, ni los ruegos de Jacinta, fueron capaces ante las pretensiones Keynesianas gringas de progreso; la huida era obligatoria, sí o sí.

Un progreso avasallador rompió los cirios, tumbo los altares, escondió la cruz de la misión, abandonó los huertos y, presionó la colina de los Pirineos para darle cabida a los huidos, facilitándole el crecimiento a una Villa, que nos exigía, que necesitaba de nosotros los fugados, para hacerse ciudad. Ninguna plegaria fue suficiente; ya que el hoyo, aquel campo y del más allá, quedaron solos y, a la falta de brazos de mis hermanos, el cilantro y el apio tuvieron que esperar por mejores tiempos, todos nos escapamos, atraídos por un mundo que se metamorfoseaba, un escape que apagó los cirios y luces de Rosa y Jacinta; sin respeto alguno ocupamos otras tierras; así nació este barrio en donde hoy yo trajino mis andares.

Rotas las luces de la esperanza, roto el lugar de sueños, de saltos, de bicicletas traviesas, de pozos y soledades, el camino se hacía pesado ya que el devenir dibujaba un horizonte distinto, contrahecho y menos cierto, pero que se pintaba como el mundo de las posibilidades y, entonces en mediados de diciembre de 1960, nos dejamos derrotar y sin empeños de quedarnos, buscamos las caminos de Juanita, Rosa y Jacinta para construir una red de calles de tierra que le diera cabida a la ciudad y lo llamamos, Barrio Sucre y Libertador. Ya Pozo Hondo, el viejo nombre, pasaba a ser un remoquete del pasado, un calificativo sin recuerdos y sin historia, porque allí estaba el asunto, nacía el país de consumo y, a los pocos dueños de las corporaciones les importaba mucho, muchísimo que no miráramos pa´tras, la huida era la estrategia; sin mirar para tras, nunca volvimos al viejo lugar de sueños, otros sueños ocuparon sus espacios, así fue y así tenía que ser..


 



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Gabriel Omar Tapias

Investigador

 gotapias@gmail.com

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