Macuro en tiempos de revolución

En agosto de 1998, a solo meses de que Chávez ganara las elecciones presidenciales de diciembre de ese año, Caldera había decretado a Macuro como capital de Venezuela por un día. Para ese momento Macuro tenía 2300 habitantes. Hoy, después de más de dos décadas de supuesta revolución, sus habitantes se han reducido a menos de mil y bajando, ya que sus jóvenes y no tan jóvenes se van a Trinidad, Brasil, el Caribe, Colombia y (también ellos) se lanzan a cruzar El Darién.

Los macureños no olvidan que Cipriano Castro los hizo puerto internacional y que Chávez expropió la empresa de yeso que le daba trabajo al 30% de sus habitantes y además les surtía de energía eléctrica, servicio médico y transporte acuático, a falta de carreteras. Chávez les construyó un camino por donde el mismo Chávez llegó por tierra a Macuro, pero apenas se retiró el camino se derrumbó y más nadie se acordó, más allá de los titulares de prensa y los éxitos ficticios de las largas cadenas presidenciales.

Los macureños aman su terruño (y como no amarlo), pero amor con hambre no dura; así que huyen a morirse de nostalgia en otros lugares del mundo. Hoy por hoy Macuro no tiene médicos ni curas, no tiene líneas telefónicas ni internet. Tiene una planta eléctrica que manda luz de noche y la supuesta señal de Movilnet es, como no podía ser de otra manera con Movilnet, una burla. La única comunicación con el mundo exterior la tienen por medio de una lancha de PDVSA que va dos veces por semana a Güiria, ya que por falta de gasolina Macuro no tiene su propia línea de lanchas. La poca gasolina que se consigue es para pescar.

Lo que sí tiene Macuro es el mejor cacao del mundo, acosado por la peste "escoba de brujas" y por la falta de apoyo técnico y crediticio y además sujeto a que, por falta de trasporte propio para sacar su oro negro, se los paguen a precio de gallina flaca. Por otro lado, tampoco hay a quien venderle artesanías ni chocolatería porque la revolución también acabó con el turismo y las viejas posadas solo hospedan los recuerdos de lo que fue, entre polvo y telarañas (No puedo evitar que Macuro me recuerde a Macondo en sus horas finales). Pero Macuro también tiene esperanza. El viejo Juan López, de 85 años y productor de cacao, no quiere nada que tenga que ver con el gobierno y su revolución de hambre y destrucción, pero dice el viejo con una fuerza de adolescente: "yo todavía a mis 85 años tengo esperanza de que las cosas mejoren y cada mañana me levanto a trabajar en la finca, como cuando era joven."

Sin embargo, no será fácil que Macuro siga resistiendo tanta revolución. A estos falsos revolucionarios les dice Ali Primera desde lo más hondo de su arrechera: "esta gente ni pone ni deja la culequera. Gallina vieja esta gente."



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