Luz provincial

Es el gran espejismo de nuestra era, al menos para quienes vivimos en la provincia. En su ausencia, la modernidad se desvanece como una ilusión; adentro y afuera vienen a ser lo mismo cuando en medio de la inercia surge un silencio angustiante que conduce a la desesperación.

¿A que hora vendrá, llegará esta noche? La expectativa tortura la mente hasta vencerla, para iniciar el mismo ciclo una y otra vez en espera del ansiado retorno.

El calor se convierte en horno, el apetito cede a la zozobra que invade la oscuridad y el sueño huye de casa montado en las ancas de la engañosa tecnología digital. El trabajo queda confiscado dentro de esa horrible caja negra, las provisiones entran en fase de preaviso goteando de manera impertinente y pobres de las máquinas que no tengan protector a la hora caprichosa de su retorno.

Acá en el “interior” (y cuando decimos “interior” estamos seguros que nos referimos a cualquier parte del país con la excepción de pocas ciudades o sectores) vivimos la oscura poesía del vacío durante el tiempo que sea “necesario” varias veces cada día, amén de mantenimientos “programados” y otras situaciones extraordinarias que suceden de manera realmente ordinaria. Mientras padecemos los primeros minutos de un corte acá en Píritu, urbanizaciones enteras llevan una semana a oscuras en la propia Barcelona. Suponemos lo mismo para buena parte de la población venezolana.

Les llaman “Fallas”, suceden a lo largo de antiguos y desvencijados tendidos nacionales remendados con toscos maquillajes incapaces de impedir el colapso del servicio desbordado por la demanda creciente de una población condenada a las peores condiciones de exclusión. Planes municipales, educación, transporte, seguridad, atención médica, aseo urbano, tenemos acá un verdadero coro de asimetrías dirigido magistralmente por el servicio eléctrico que compite de tu a tu con la escuálida alcaldía.

Estructuras de la cuarta que persisten vivitas y coleando con todos sus vicios regordetes y cachetones, ejerciendo la peor de las dictaduras sobre atribulados usuarios que no perdemos la capacidad de asombro.

La luz provincial se retira caprichosamente sin aviso y sin protesto, paralizando nuestras vidas a menudo; lo primero que hacemos en casa es llamar a la oficina de Clarines, vaya un saludo a los ocurrentes compatriotas de clarines, una especie de tic nervioso que nos conduce como autómatas tras el inagotable surrealismo contenido en cada respuesta del místico personal de guardia.

Después de medio día sin luz por un corte que según lo anunciado duraría una hora, reincidimos una vez más en la comunicación con el despacho más cercano:

- Señor, ¿que pasará con la luz acá en Píritu? -

“La verdad es que no sabría decirle amigo, mire que eso es en la 34 y yo estoy en la 35, pero tenga usted la seguridad que estarán listos cuando terminen”.


cordovatofano@hotmail.com


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Daniel Córdova Tofano


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