Corren los años setenta cuando el gobierno culmina la construcción de la truchicultura Monterrey en los páramos que están en la vía hacia La Culata. Inmediatamente la colocan en manos de otros nuevos fundadores, toda la inversión fue por parte del Estado venezolano, se construyeron cinco tanques, colocándole agua de la quebrada El Arado, más la construcción de un galpón para el almacenamiento de alimento y cincuenta piletas para huevos embrionados, con tanques para los alevines y juveniles.
Con la empresa de reforestación del Ministerio del Ambiente de entonces, CONARE, se inicia un plan de reforestación con la introducción a la zona de un pino canadiense.
Se hizo el bosque de pino alrededor de la truchicultura con el fin de proteger la laguna de agua que alimenta la truchicultura, y se construyeron cuatro cabañas para alquilar a turistas, las cuales quedaron bajo la administración del teleférico de Mérida.
A partir de este momento entra el nuevo delegado agrario, un señor de nombre Silvio Rivas, creador de las 15.000 velas que se colocan cada ocho de diciembre en Mucuruba en honor a la Virgen La Inmaculada.
Le dan un terreno a un Padre Capuchino de nacionalidad española de nombre Roberto, este arregla un galpón que existía allí y crea la primera iglesia de la zona, en estas nuevas áreas pasaba películas a los tres únicos niños que habían en la zona, estos infantes, hoy hombres, tienen los nombres de Ramón Parra, Adrian Alarcón y Trino Peña.
Pero este cura tuvo los primeros enfrentamientos con los conservadores pobladores de la zona de entonces, y así fue, en el primer llamado de atención del procurador agrario, donde se le señalo que los habitantes estaban preocupados por las fiestas con fogatas que armaba hasta bien entrada la madrugada, con jóvenes muchachas provenientes de algunos colegios de la ciudad, pues esto no era bien visto.
Inmediatamente la reacción de este prelado de la iglesia de nacionalidad española fue molestarse, y vaya que se disgusto, pues los pobladores relatan que recogió todas sus pertenencias y las de la iglesia, la cerro, y al partir, en el año 1974, le lanzo una dura maldición a Monterrey, ¡asentamiento maldito y de malditos! Esas fueron sus últimas palabras, y partió para nunca más volvérsele a ver.
Desde entonces los pobladores señalan que este poblado tiene la mala influencia de aquellas palabras del cura, y que el mismo esta empavado, que esta es la razón de que las cosas no se den de buena manera, y que algunos truhanes y vivos como el actual supuesto propietario de la truchicultura Monterrey, quien llego a esta zona, se haya adueñado tan malamente de estas instalaciones.
Por otra parte a los nuevos quince beneficiarios de la nueva truchicultura igualmente tampoco les dieron asesoramiento, dejándose caer en el estrepitoso fracaso de la tan anunciada Reforma Agraria.
Estos empezaron a pelearse entre sí, puesto que se habían constituido tres grupos de trabajo, unos tenían que realizar más esfuerzo que otros, puesto que el trabajo de atender a las truchas era más suave que atender al ganado o el de sembrar.
Entonces se rotaron, pero las cosas tampoco sirvieron, ya empezaba a notarse un nuevo fracaso en el refundado proyecto. Y así fue entrando entonces el gobierno de Luis Herrera Campis, donde lo más destacado fue el abandono del campo y el aumento de los cinturones de pobreza, sobre todo por la excesiva emigración de los campesinos andinos a la conformación de barrios, sobre todo en la zonas centrales del país.
El mandatario nacional envió un representante a aquel lugar y allí mismo anuncio, ¡vamos a darle vida a esto! Ya algunos de los quince anteriores se habían retirado, y entraron nuevos jóvenes a emprender aquel refundado proyecto.
Así se escucharon los nombres de Adrian Alarcón, Trino Peña, José Luis, un muchacho de nombre Amadeo, quien luego se salió también y terminó siendo policía de Mérida.
Pero estos nuevos jóvenes tampoco aguantaron y la energía que en un principio le habían entregado en aquel reinaugurado proyecto se desvaneció. Así entro el gobierno de Jaime Lusinchi, el nuevo delegado agrario fue Ramón Antonio Sandoval y el nuevo presidente del IAN era Álvarez Gallardo, conocido como El Flaco.
El nuevo perito forestal que mando el organismo fue un joven y comedido muchacho de nombre, Carlos Romero Castillo. ¡Yo voy a cambiar todo! Fue la sentencia de sus primeras palabras, los pobladores de la zona dijeron ¡No! Pero la empresa fue eliminada en el año 1986.
Entonces se crea la nueva compañía, la Empresa Campesina Valle Rey, con el slogan: Peritos y Campesinos Unidos por Venezuela. El imprímese de la resolución por parte del IAN, fue con el numero 777. Con esto, esta propiedad del Estado, cayó ahora en manos de un tal, Carlos Romero Castillo.
De esta manera, muy pocos títulos permanecieron en manos de algunos campesinos, la totalidad del resto fue entregada a la nueva empresa Valle Rey. Constituida por un canaguero (Hombre de los pueblos del sur del Estado Mérida) José Gregorio Ramírez, Pedro Mora Molina, Carlos Henrique Romero como su presidente y Tonino De Eustacio.
Estos nuevos emprendedores deciden aceptar un préstamo del entonces ICAP, y abandonaron el rublo agrícola y ganadería de altura que tenían por las características de la zona.
Estos nuevos hombres se concentraron solo en la cría de truchas, aprovechando la creada y desarrollada infraestructura fundada en los años anteriores por las millonarias inversiones del Estado.
Entonces el presidente de esta nueva empresa, Carlos Romero Castillo, invade las cuatro cabañas administradas por el teleférico de Mérida y de allí en adelante comienza el nuevo caos, y la empresa vuelve a fracasar.
Para: www.aporrea.org
venezuela01@gmail.com
22 de octubre de 2009