Ese yo que quisiera ser y puedo parecer

Fue sólo hace unos meses cuando me sorprendí frente a esta nueva forma de existencia. Y es que más que un simple pasatiempo, nuestro paso por el Facebook o Twitter, en algunos casos, se ha llegado a convertir en una vida paralela que transcurre en un espacio en el que, escindidos de nuestro Yo real, podemos parecer casi lo que queramos y además difundirlo en tiempo real a miles de personas.

Por medio de la conjunción de varios discursos (imágenes, textos, videos, etc.) y gracias a nuestra diosa tecnología, tenemos la oportunidad, no sólo de construir nuestra propia imagen a capricho, sino de exhibirla al mundo entero. Se trata de la elaboración de un mensaje cuyo contenido es el Yo que quiero parecer. Nuestra existencia diseñada por un bisturí virtual.

Mis amigos, la música que me gusta, las películas, los artistas, los libros, los viajes y las actividades cotidianas; se convierten en herramientas para alimentar la imagen que deseamos que los demás tengan acerca de nosotros. En FB y Twitter fabricamos arquetipos a través de fragmentos seleccionados que construyen un sentido: el Yo ideal, ese que quisiera ser y ahora puedo “parecer”: el galán, la irresistible, la intelectual, el seductor, el enigmático, la artista, la desvalida; etc.

Más que una herramienta para comunicarnos, es la mejor forma de publicitar una imagen idealizada de nosotros mismos. Si no qué importancia podría tener, en FB por ejemplo, información del tipo: “Santiago es fan de Mario Benedetti”, “Alejandra asistirá al evento de las franelas mojadas”, “Wilmer se unió al grupo de los que lloran cuando escuchan trova” o “Isabel te invita a participar en el evento: Pasa una noche con Ricardo Arjona”. Qué utilidad puede tener esta información si no es la de sumar piezas que en conjunto conforman el rompecabezas de nuestra imagen pública. Eso que parece inútil, cumple una función y no es otra que la de ayudar a que “el target”: los seguidores, se hagan una representación nuestra a través de las fotos que seleccionamos, las cosas que decimos que nos gustan, esas que quiero que el mundo sepa que me gustan y no precisamente las que me gustan y haría cualquier cosa por ocultarlas porque sepultarían mi imagen pública.

Y la lógica es: ¿Por qué una mentira pequeña si aquí podemos mentir en grande? ¡si nadie nos ve! ¿Por qué inventar una belleza modesta o criollita si con ella no se puede ostentar? Es cuando esa mentira termina siendo proporcional al tamaño de los propios prejuicios y a la vergüenza étnica. TLs en los que ningún twitt comprueba la existencia de parientes, amigos, compañeros de clase o de trabajo; donde no hay fotos cotidianas tomadas de forma espontánea de ese preciso día; perfiles en los que los avatares parecen fotos robadas a la prima del vecino. El sueño realizado.

En estos días, cuando apenas nos queda tiempo para vernos al espejo antes de salir en la mañana, cuando nuestras posibilidades de interacción social se limitan a las pocas horas de las que disponemos cada día, al encender la computadora cuando llegamos a casa o en las horas “robadas” al trabajo diario a través del aparatico multimediático; resulta muy atractivo tener la posibilidad de reinventarnos alter egos falaces; pero también, y es la mejor parte, reunirnos en esa plaza virtual y conversar con gente interesante, afín; dar la batalla diaria y asumir ese compromiso de vida que nos hace sentir útiles; acudir a esa tertulia permanente y participar en un debate histórico en el que por fin podemos dejar nuestro testimonio. A fin de cuentas, lo mejor de todo, es que ya no estamos solos.

@CatheBaz
http://cathebaz.wordpress.com


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Catherine García Bazó


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