Con ánimo revolucionario celebramos el domingo, a nuestra manera, el natalicio de Alí Primera, el cantor del pueblo venezolano. Hubiese cumplido el jaguar musical, 68 años de edad. Nacido en el estado Falcón el 31 de octubre de 1942, desde chamó bregó reivindicando la cultura, porque hasta la pelea por el pan diario también es un elemento estrictamente cultural.
Qué duro fue su trajinar por este mundo. Qué valioso además: aún su legado nos acompaña a diario como guía en la búsqueda del equilibrio justo entre los seres. Tan sólidas fueron las causas que obligaron a Alí a hacerse un fajador cabal, que muchas de ellas no sólo se mantienen sino que -incluso- se han fortalecido.
No deja de impresionarnos el sitial que se ha ganado en buena parte de nuestra población, el culto a Hallowen. Fue tan extraordinaria e inteligentemente manoseado por el comercio criollo desde hace algunos años, que los apuros por los preparativos se notaronn con enorme rigor durante varios días. Las tiendas hacen su agosto y hasta muchos planteles y oficinas, nos reciben empastelados de un color negro que no nos pertenece.
Con dolor, pena y vergüenza crítica estimo que este año volvimos a salir derrotados quienes no abandonamos los sueños ni la esperanza. En menor cuantía, el espíritu de Alí apenas hizo presencia en las calles. Su música sonó altísimo en los actos en su honor pero sólo allí: la bulla halloweniana resaltó con concluyente evidencia en espacios, muchos de ellos “nuestros”.
Los cantores y las cantoras de hoy, quienes disfrutan del camino liberado por el cantautor tienen una enorme deuda. Cierto es que han aportado su grano de arena contra la transculturización que no obstante 518 años de decadencia, no cesa en su empeño por avasallarnos. El Estado debe, por su parte, escuchar el clamor de hombres y mujeres que a pesar del drástico cambio vivido en el rescate de nuestras costumbres, aún se sienten marginados en su derecho a participar en lo cambios de hoy.
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