Hay veces en
que la historia pisa su acelerador y otras en que pareciera que se atascan
los engranajes y se desplaza en cámara lenta, como sucede en Honduras
desde el 28 de junio. Es la historia un escaparate en donde uno encuentra
reliquias guardadas por nuestros antecesores, viejas fotos, álbumes,
recortes, banderines, recuerdos y sucesos que de alguna manera guardan
siempre un hilo que une esas historias a la actualidad.
Revisando gavetas
en la historia de Honduras encontré esta vieja historia sobre una vez,
en los días de 1.970 en que a raíz de un partido de fútbol
en las eliminatorias de la Copa Mundial de ese año. Intempestivamente
ambos países entraron en guerra, una guerra de sólo cien horas de
duración, a la que el periodista Ryzard Kapuscinsky, bautizó con el
nombre de la guerra del fútbol. Sólo 6 días durante los cuales todo
el poderío militar que contaban ambas naciones fue usado, dejando un
lamentable saldo de más de 6.000 muertos y más de 15.000 heridos.
La situación
de presión social en ambos países era incontenible y este enfrentamiento
fue una salida, un aliviadero para las fuerzas militares gobernantes
de cada país. Tuvo esta guerra breve, sin embargo, aderezos similares
que hoy vemos repetirse, como la injerencia de los medios de comunicación
como arma para la exacerbación de las fobias entre parte y parte. En
un rango internacional, bastaron estos seis días de muertos para arruinar
de forma definitiva el esfuerzo de integración regional conocido como
Mercado Común Centroamericano
Los latifundistas
controlaban la mayor parte de la tierra cultivable en El Salvador. Esto
llevó a la emigración constante de campesinos pobres a regiones
de Honduras cercanas a la frontera con El Salvador. En 1969, Honduras
decidió realizar una reforma agraria, para lo cual expropiaron y expulsaron
a los salvadoreños que habían vivido ahí durante varias generaciones
y se habían hecho propietarios a base de esfuerzo propio. Esto generó
una persecución de salvadoreños en Honduras y un "regreso"
masivo a El Salvador. Esta escalada de tensión fue aprovechada por
los gobiernos de ambos países para orientar la atención de sus poblaciones
hacia afuera, en vez de atender los conflictos políticos internos de
cada país. Los medios de comunicación de ambos países jugaron un
rol importante, alentando el odio entre hondureños y salvadoreños.
Los conservadores en el poder en El Salvador temían que más campesinos
implicarían más presiones socioeconómicas en El Salvador, razón
por la cual decidieron intervenir militarmente en Honduras.
Hoy, casi cuarenta
años después, la alergia a las alianzas regionales, que caracterizó
a los militares siempre en aquel país de Honduras, nuevamente los saca
de los cuarteles para apuntar su fusilería contra el Alba, remueven
las fichas y empiezan a anotarse los goles, esta vez hay un jugador
expulsado en el primer tiempo y las fuerzas del equipo gorila
no han cesado de dar patadas al equipo contendor de los catracho, todo
el público se mantiene indignado en las canchas exigiendo el regreso
al campo de jugador Manuel Zelaya, pero no hay árbitro, este partido
es a mero pecho, golazos contra golazos.
Los pitazos que marcan el final de los tiempos reglamentarios son inservibles, las Naciones Unidas, quien fuera el árbitro en la anterior guerra de las cien horas en 1.970, no tiene poder alguno de arbitraje, se ha declarado un tiempo extra y los espectadores no reconocerán el resultado de los marcadores hasta no ver de nuevo a Zelaya salir a su posición delantera como goleador estrella.
El Comité
Internacional, que sería algo similar a la FIFA, intenta desviar
la atención para vender entradas en otras taquillas, a organizado un
encuentro entre Colombia y Venezuela, pero no hay manera. Ni los medios
de comunicación, que hoy como otrora, son serviles a la recaudación
monetaria, se han mostrado incapaces de que la atención mundial mire
otro cartel. Este partido tiene que finalizar, los ojos del mundo esperan
el resultado y ya sobre la cancha hay una lluvia de protestas airadas.
brachoraul@gmail.com