Esta Venezuela indómita, flanqueada por bordes bolivarianos desde hace 12 años, emana de su vientre de pista y campo emociones a granel. Tan consecutivas, producto del trabajo planificado y de la conciencia política de la Revolución, que no termina uno de aplaudir por una victoria cuando los labios estiran de nuevo su horizontalidad por la llegada de otra. Registremos sólo las tres más recientes, por haberse sucedido en tierras alejadas de la nuestra.
Sucedió la primera de ellas en dos fracciones: 12 y 13 de mayo. Pastor Maldonado, apoyado por la venezolanísima Pdvsa, hace brillar los colores patrios en España. Primero al ganar la Pole Position para el Gran Premio de Montmeló y luego –al día siguiente– por imponerse magistralmente en la exigente carrera. En buen criollo, aún se nos paran los pelos por tal hazaña.
Veintidós días después, en Estados Unidos, el gentilicio venezolano vuelve a sacudir las fibras de hijas e hijos de Bolívar: el primero de junio el andino Johan Santana dicta cátedra de beisbol al propinar no hit no run a los Cardenales de San Luis desde la lomita de Mets de Nueva York. El lanzador, zurdo como Hugo Chávez y muy pana suyo, obligó a la prensa mundial a destacar el nombre de nuestra República Bolivariana en los titulares especializados.
Y cuando aún resonaba en nuestros oídos la estela del último cohetazo celebrando por Johan, apenas horas después es La Vinotinto del fútbol la que pone a prueba nuestra resistencia cardíaca: en Uruguay saca el coraje caribe de nuestro ancestro indígena para empatar a un gol un encuentro que parecía congelado a favor de los hermanos charrúas en la lucha por la eliminatoria al Mundial Brasil 2014. Estos triunfos, como los anteriores y los que vendrán, no son obras de la casualidad. Bendito sea este derrame lindo. Que nadie ose atreverse a detenerlo.
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