Como muchos y muchas, también me empaté en una de quiniela. Es apenas la segunda vez en mi vida que me atrevo a vaticinar el número de goles que cada equipo pueda encajar durante un partido, pero el ambiente que despierta esa afición casi que nos obliga a no quedar fuera. No es tanto por el premio que al final corresponda recibir, en caso de vencer, sino por tener un motivo adicional para compartir con los panas en el trabajo, los vecinos y la familia. La emoción arranca desde el mismísimo pitazo inicial.
Así las cosas, el viernes anterior Suráfrica 2010 se desnudó ante el mundo y justo con el primer encuentro, mi quiniela rodó largo a largo. Estimé que México se impondría 2 goles a 1 y así lo puse en el cartón. Los 90 minutos revelaron que el resultado definitivo fue empate a un gol por lado pero ¿saben algo?, no me molesté, no señor. Me dio una alegría tremenda apreciar de nuevo la manera –única e inimitable- con la que nuestros hermanos africanos celebran sus logros en torneos como ese. Igual ocurrió con el festín armado con el penal que un jugador de Ghana cobró la oncena de Serbia.
Ninguna diferencia existe entre esos tumbaítos llenos de sabor glorioso, con los pasos y el meneo alegre que hombres y mujeres exhiben en nuestros barrios durante cada pachanga. ¡Claro!, ese único e inimitable bembé corporal nos viene de allí: de la madre África, de la sufrida África, de la inderrotable África negra.
Aunque suene a lugar común, me atrevo a sugerir que este pateo global será inolvidable. No tanto por el nivel de los participantes que sin duda es muy bueno, sino porque el sitio en el que se desarrolla siempre ha sido sinónimo de racismo, violencia, expoliación y demás malos olores. Que esta vez sea para concentrar a la crema y nata del fútbol, ya es bastante. ¡Al carrizo mi quiniela! y así los equipos africanos me dejen sin chance en las apuestas, igual me gozo el bailao que protagonizan quienes también entrar en lo que el sonero Ismael Rivera llamó “las caras lindas de mi gente negra”.
ildegargil@gmail.com
