Ciertamente el capitalismo dispone de miles de tretas para atraernos y masificarnos para sus fines. Para ello tiene cualquier cantidad de personas educadas y formadas para perfeccionar campañas que propendan a castrar de la manera más sutil a la sociedad.
Una de esas tretas y quizás la que mayores resultados arroja, es la de convertirnos en prisioneros voluntarios, felices, a gusto. Además si por alguna circunstancia se nos impide entrar a ese recinto armamos un berrinche, porque se nos está discriminando o violentando nuestro derecho a enajenarnos, junto a la familia y amigos.
Se trata de los llamados mega o macro centros comerciales, que en los últimos 30 años han venido invadiendo nuestros espacios urbanos y conspirando contra las ciudades en todo el lato sentido de la palabra.
Lógicamente esa arremetida del capitalismo encuentra su caldo de cultivo en la inoperancia, incompetencia o falta de creatividad de nuestros gobernantes locales, que han delegado su obligación de ofrecer espacios al pueblo para la recreación y la cultura en las grandes transnacionales del comercio, para que lo colonicen y esclavicen a través del encierro en las celdas del consumismo y la enajenación cultural.
Los llamados Sambil y otras réplicas con nombres diferentes en todo el territorio nacional, son verdaderamente un atentado contra el desarrollo en libertad de la ciudadanía y particularmente de los más jóvenes. Al mismo tiempo son también atentado contra nuestras ciudades y el sentido de pertenencia que cada comunidad debe tener sobre el espacio social que ocupa.
Sin profundizar mucho en análisis, porque no somos especialistas, basta simplemente con darnos un paseíto a vuelo de pájaro como se dice en buen criollo y deducir que representan estos monstruos vistos desde diferentes aristas.
Desde el punto de vista arquitectónico son un insulto al desarrollo y embellecimiento armónico de cualquier urbe. Desde el perfil sociológico, rompen con el paradigma cultural del venezolano, que hasta la llegada de estos engendros, era la reunión en las plazas públicas, en los cafés y fuentes de soda, pero siempre a la vista y pendiente de su espacio, de su entorno. Con estos mega o macro centros, nos encerramos en esos galpones con potentes equipos acondicionadores de aire, con luces hasta en el piso, con restaurantes, salas de juegos, con bares, cyber, cine para todos los gustos y paremos de contar, lo cual sin advertirlo nos lleva a renunciar al amor por nuestra ciudad, a perder el sentido de pertenencia por ese espacio social que es de todos. En fin nos importa poco que la ciudad se la lleve un deslave con tal no se meta con nuestro “Megacentro”, al cual hemos adoptado como hogar, dulce hogar.
Desde el punto de vista psicológico, el mal no es menor, nos encerramos en un túnel, donde la única luz que vemos es: consume, consume, consume, y si no lo haces eres de lo último. Esto, es obvio trae como consecuencia un cambio cultural, un cambio de habitat, para beneficio de los propietarios de esos monstruos, que se han convertido en el punto de encuentro de la familia venezolana, que paulatinamente se convierte en una máquina de consumir chatarra.
Pero todavía estamos a tiempo. Podemos seguir el ejemplo de la Alcaldía del Municipio Libertador y del Gobierno del Distrito Federal, que han venido recuperando los viejos espacios que los caraqueños habían perdido, por falta de políticas públicas para la defensa de la ciudad.
Esa Asociación de Alcaldes Bolivarianos debiera fijarse como meta junto a los gobernadores luchar contra esta perversa treta del capitalismo, que persigue no solo desideologizarnos, sino desnacionalizarnos, masificarnos y enajenarnos para hacernos cada día más dependientes, más Sombies, frente a sus artimañas.
Es desesperante ver como tantos que se proclaman socialistas, revolucionarios, rojos rojitos, no hacen nada por la búsqueda del hombre nuevo y la mujer nueva, para la construcción de la patria nueva, la patria grande y bonita.
Las ciudades no se construyen solo con moles de cemento y cabilla, con alumbrado y asfalto, no. Las ciudades se construyen también con la gente, con la participación directa, activa y protagónica de la comunidad, creando espacios para la convivencia, la discusión, la creatividad y la construcción del socialismo en libertad y en democracia con ideas y valores nuevos, que nos conduzcan a la liberación definitiva.
Para todo eso se necesita arreciar la lucha diaria contra el enemigo que nos acecha y se hace imperativo, que identifiquemos las tretas del capitalismo.
Periodista*
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