Clase media, ¿alguien me llamó clase media?

En la continuación de mis escritos sobre las decepciones que sufro como
revolucionario, he decidido dedicarle un capítulo a Ibsen Martínez, el
irreverente y culto escritor, dramaturgo y articulista.

¿Por qué semejante caballero entra en mi catálogo de decepciones? ¿Es que
acaso cabía esperar de él una conducta indoblegable? Bueno, tal vez no,
pero todo tiene su explicación. Verán, cuando asistí a la obra "LSD (Lucio
in de sky with diamonds: Memorias de un venezolano de la democracia)", aquel
monólogo genial de Martínez que protagonizó Lucio Bueno, me sentí como si
hubiese encontrado el Santo Grial.

Era tan fuerte mi admiración por Ibsen que en una oportunidad, a la salida
de un Caracas-Magallanes, en una tasca de Sabana Grande, me sobrepuse a las
burlas del hatajo de malandros de Lídice con los que había ido al estadio y
me atreví a pedirle un autógrafo. Por suerte, Ibsen estaba tan borracho como
yo y como mis ignorantes compañeros, de manera que me dio el autógrafo, los
tipos se divirtieron dudando de mi hombría un rato y, al final, todos
felices.

Pero ahora, cuando han pasado como veinte años de aquel episodio, tengo el
poco gusto de confesarles a ustedes que Ibsen me ha decepcionado,
revolucionariamente hablando. Ibsen, a juzgar por su último artículo, ya
no es aquel por quien arriesgué mi reputación de macho catiense a cambio de
atesorar su firma. Si hubiese sabido entonces lo que iba a hacer, me quedo
en mi mesa, con los malandros, hablando de las jugadas de Antonio Armas. Se
los juro.

Observadores imparciales me han dicho que es una tontería deprimirse porque
Ibsen se haya vuelto un miembro más de la Coordinadora y se haya integrado
al club de los analistas histéricos. "El siempre ha sido una veleta",
comentan los que lo conocen desde la universidad.

Yo, por mi parte, que sólo lo he visto una vez -la del autógrafo-, después
de leer ese artículo en el que se declara de clase media y pretende explicar
por qué ésta no es ni puede ser nunca chavista, he llegado a la conclusión
de que Ibsen es una suerte de Zelig, aquel personaje de Woody Allen que
tenía la peculiar facultad de mimetizarse con quien estuviera a su lado en
ese momento.

Y, que conste, no es que esté comparando al Ibsen de LSD con el Ibsen del
sábado pasado. Eso sería demasiado talibán. Yo comparo al Ibsen del sábado,
ese Ibsen de la clase media supremacista y excluyente, admirador de los
supuestos "meritócratas" de Pdvsa, con el Ibsen que escribió, hace apenas
unos tres años, aquel otro artículo titulado: "Escoria, ¿alguien me llamó
escoria?", en el que reivindicaba su condición de tierrúo, de marginal, de
convive, y todo por haber salido de lo profundo del callejón Zuloaga.

Hace tres años, ese origen barriobajero le permitió sentirse ofendido por un
infeliz discursillo en el que Salas Romer llamó escoria a las personas que
rechazaron su presencia en la plaza Bolívar de Caracas. Ibsen respondió por
ellos y ridiculizó al godo valenciano, que en esa ocasión expuso la tonta
tesis de que el Sacudón de febrero de 1989 había sido una lucha popular en
pro de la descentralización. Ahora, tres años más tarde, Ibsen nos explica
que haber nacido en el Prado de María y haber vivido en el Triángulo, no lo
hace un marginal, sino ¡un vocero autorizado de la clase media! y que, por
tanto, tiene autoridad para denunciar que los señores que estaban el otro
día en el teatro Teresa Carreño apoyando a Chávez, son unos usurpadores de
la medianía clasística.

¿En qué quedamos, entonces, Ibsen: haber crecido en los arrabales te hace un
individuo con esa rara virtud que es la conciencia de clase o te hace un
marchista más gritando, como en éxtasis, "ni un paso atrás"? Tal vez porque
vives en los Chaguaramos, tienes que mimetizarte con los escuálidos. Eso lo
comprendo aunque me parece impropio de tu estatura intelectual. Pero, por
favor, deja tu pasado como estaba, que ése le pertenece al Ibsen que yo
admiraba, el que analizaba la realidad con la crudeza que sólo te da el
haber salido de un barrio. El que levantaba la voz cuando alguien osaba
llamarnos escoria.

Así pues, aunque ya no frecuento a mis amigos de Lídice, voy a ir al próximo
Caracas-Magallanes en el Universitario. Si puedes, acércate al estadio. No
te pido que vayas a la tasca porque ya no existe y, además, si existiera tú
no te acordarías, porque aquel episodio fue crucial para mí, no para ti. En
cualquier caso, ojalá te vea de nuevo en algún sitio, para devolverte tu
autógrafo.



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José Pilar Torres


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