2004 fue un año extraño. Mucha alegría y mucha tristeza. No crean que voy a hacer un balance personal, pues necesitaría más espacio redaccional del que dispongo y porque ya he ventilado suficientes aspectos de mi privada vida con ustedes. Hay que dejar algo “pal año que viene”. No obstante tengo que decir, cediendo a la tentación de chismear con mis asuntos, que hubiese sido un año casi perfecto si…
En fin, tormentos aparte, el acontecimiento político más importante del año fue el Referéndum Presidencial, evento esperado con fruición, dado que prometía atenuar la polarización política. Por cierto no dejen leer la edición aniversaria de Vertientes, la revista de Hidrocapital, en la que distintas personalidades hacen un análisis de las posibilidades de reconciliación que se nos presentan como sociedad, visto el triunfo del No el 15 de agosto de 2004. Cosas serias, pues.
Pero el Referéndum Presidencial no atenuó la polarización política, más bien al contrario, volvió casi locos a los líderes de oposición. Sino fíjense bien si los argumentos para descalificar el triunfo del Presidente no fueron de “película”. Trajeron un estafador de oficio para hablar de topes, que lo único que logró fue poner a la gente a cambiar los de su cocina. Tanto que se agotó el mármol.
Luego, del duro y frío mármol, pasaron a teorías físicas, que pusieron verde de envidia al propio Stephen Hawking, con sus agujeros negros que aquí convirtieron en cuellos cisnes, en una ecuación científicamente arbitraria. Sí, estoy escribiendo de lo que no sé, pero “cosas así” agarraron primeras páginas y todavía las vemos en los resúmenes de fin de año como si de descubrimientos científicos se trataran. ¿Si ellos hacen eso sin que se les agüe un poquito el ojo, porque yo no, ah?
Y lo peor es que en ese enredo arrastraron a sus partidarios, que no supieron qué hacer 75 días después, si seguir insultando a Jorge Rodríguez o ir a votar para que Mendoza no cayera en el slump del que no ha salido. Los pollos quedaron patarucos y las peñas rodaron cuesta abajo.
Luego vino la Ley Responsabilidad Social de Radio y TV que logró un milagro: la mayoría de la Asamblea Nacional aprobó un instrumento legal sin lesionados ni insultados. Los diputados de oposición se auto amordazaron. Por primera vez Liliana Hernández no habló ni pegó lecos en una sesión del Parlamento de y César Pérez Vivas no necesitó dar rodillazos.
Hoy, día de los Santos Inocentes, a 72 horas del Cañonazo, no me queda otra cosa que pedir para que recuperen la cordura. Y es que ya casi no se le puede llamar a lo que pasa en el país polarización. Para que haya polarización se necesitan dos polos, pero si de locura se trata, la oposición le lleva como veinte cuerpos de ventaja a los chavistas y va a ser difícil que les den alcance. ¿Polarización? No, creo que por fin ganaron una.
*Periodista y profesora universitaria
Esta nota ha sido leída aproximadamente 3432 veces.