La historia ha mostrado con insistencia que hay partidos políticos e instituciones que se sobreviven a si mismos. Es decir, que resuellan aún después de muertos. Este es el caso de COPEI desde hace 15 años.
Tras el último proceso electoral en Venezuela, el 31 de octubre (Gobernaciones, alcaldías y localidades) esta organización apenas logró el favor de unas 280.000 personas. Esto es casi una décima parte de lo que conquistó en su mejor momento: 2 millones 600 mil votos.
Y sería peor si la medición la hiciéramos usando su involución porcentual e ideológica. Pero es suficiente ilustración ser un décimo de lo que eras.
COPEI quiere decir Comité Político Electoral Independiente, nació a mediados de la década del 40, cuando la débil burguesía venezolana logró la primera etapa de la modernización de la economía, el Estado y la Capital. Todo lo demás fue dejado en el olvido, ese que recogieron novelistas como Miguel Otero Silva en la novela Fiebre, o el cuentista Orlando Araujo, entre otros.
Con el apelativo 'copeyano' se conocía en Venezuela a lo más derechoso del espectro institucional. En su origen, Caldera se inspiraba en Primo de Rivera, Mussolini y el triunfo franquista en España. A COPEI se le recuerda por sus militantes armados con garrotes para apalear militantes de izquierda.
Fue una creación de un sector de la Iglesia católica y esa rancia burguesía antañona que vivía del comercio internacional, algunas tierras explotadas y que se apoyaba en la nueva clase media surgida al calor del petróleo entre 1930 y 1945. Era el partido oligárquico por excelencia. Ese rol lo mantuvo por casi medio siglo.
Y en casi ese mismo lapso fue uno de los dos pilares partidarios que sostuvieron dos cosas básicas: el control yanqui sobre el Estado y la Nación y el control ideológico del pueblo trabajador.
Con Acción Democrática se repartieron la gobernabilidad desde 1961 hasta mediados de la década de los 90. Tuvo tres presidencias, centenares de alcaldes y decenas de gobernadores por quinquenio. Desde el 31 de octubre le quedan 21 alcaldes y ningún gobernador. Espera su santa sepultura.
Durante sus primeros 14 años de existencia, COPEI tuvo que contentarse con ser un partido de tercera, y en algunos momentos de cuarta. Así lo imponía la existencia de fenómenos políticos nacionales como URD (Unión Republicana Democrática) acaudillado por Jóvito Villalva, que fue entre 1928 y 1965 el más grande tribuno de masas que tuvo el país.
Si quisiéramos hacer algunos parangones, sería más fácil comparar a COPEI con el PDC chileno o el Partido Conservador colombiano, que con el radicalismo argentino, por ejemplo. En muchos libros y escritos se ha caído en este simplismo, basados en el único hecho 'cierto' que como la UCR, formó la otra pata del binomio bipartidista. Es más fácil asimilar a Acción Democrática con el Partido Justicialista. Tanto en su ascenso como fuerza nacionalista, su composición social y programa inicial y su mutación como agente del imperialismo. Lo nuevo de COPEI no es que esté en 'La más profunda crisis de su historia que amenaza con hacer desaparecer', como señala correctamente en ARGENPRESS (21/12/2004) un articulista desde Caracas. Lo verdaderamente novedoso, es que los copeyanos están viviendo su última muerte.
Tanto COPEI como Acción Democrática (AD) quedaron heridos de muerte política en 1989, con el Caracazo. Desde entonces sólo resuellan, como toros desangrados en la plaza de la lucha de clases. De hecho, COPEI, sufrió su más profundo cisma en 1992, cuando su creador incuestionable (hasta 1992), Rafael Caldera, decidió dividirlo, abandonarlo y decirle adiós, para tratar de salvar el Estado asediado por la insurrección de las masas. Para ello creó el partido Convergencia, con el que gobernó por segunda vez hasta que Chávez ganó las elecciones en 1998. Hoy Caldera es un 'cadáver insepulto', como diría Rómulo Betancourt de Jóvito Villalva.
COPEI murió como nació, reaccionario y proimperialista. Al revés de AD, que nació con ufanías antiyanquis en los 30-40 y terminó como el mejor instrumento de Washington desde 1945-48, siguiendo en esto el curso de la mayoría de los movimientos nacionalistas del siglo XX.
Sin embargo, COPEI fue un partido popular, como tantos en Latinoamérica, lo que no significó que haya sido bueno o útil al pueblo. En los 80, ante una grave crisis ('Viernes Negro' de 1983), adoptó una pose populista, que remarcó Caldera, su fundador, en los 90, cuando apareció el fenómeno chavista. En ambos casos se trató de la adaptación gatopardiana, esa que hacen Ellos para sobrevivir a las grandes crisis sociales.
Con el surgimiento del movimiento nacionalista del chavismo y el bolivarianismo, y asustados con el curso revolucionario que tomó el proceso venezolano, COPEI volvió a sus orígenes ideológicos más cavernarios.
Desde 2001 adoptó métodos fascistoides para atacar a las masas y la vanguardia (igual que AD con Bandera Roja). Por ese camino volvió a su viejo cuño racista, de 'muchachos blancos, bien peinados y de clase media culillúa', como alguna vez los vituperara Don Jóvito Villalva, su gran enemigo en la escena.
COPEI y sus grupos derivados, Primero Justicia, la familia Salas Römer en el Estado Carabobo, la Gobernación de Miranda hasta hace un mes, son los inductores del peor racismo de clase que hemos conocido en Venezuela desde que José Tadeo Monagas 'liberó' a los esclavos en 1864. Fueron pieza clave en el golpe del 11 de abril de 2002.
Este partido es el que está viviendo su última muerte.
Alguna vez, en los acalorados y pintorescos debates parlamentarios venezolanos del pequeño trienio democrático de 1945 a 1948, COPEI fue pintado tal cual nació, por el poeta más popular que tuvo Venezuela, Andrés Eloy Blanco.
En sus ocios de gran orador y polemista, el poeta escribió en uno de los diarios papelitos que usaba para burlarse de sus opositores lo siguiente: 'Hay dos cosas en la vida que son feas por doquier / mujer orinando en frasco /y negro inscrito en Copey'.
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