En general, la existencia de diversos espacios de encuentro y negociación de los gobiernos con el fin de procurarse alianzas y proyectos concretos que favorezcan el desarrollo de sus países y garanticen condiciones de estabilidad, seguridad y paz en sus regiones, es un elementos positivo de la actual realidad mundial afectada por los desequilibrios geopolíticos creados por la desaparición de la
Unión Soviética, la pretensión unipolar hegemonista de los Estados Unidos y la crisis estructural del Capitalismo en su fase neoliberal-global, que rompe los ejes de conducción y articulación e impide la facilitación de acuerdos y consensos en un mundo atomizado de Estados, naciones y pueblos cada vez más presentes en los escenarios mundiales.
Sin embargo, son precisamente estos profundos cambios que se viene generando en la geografía política actual por lo que viejas y relativamente nuevas organizaciones internacionales, se ven impactadas en su razón de existencia y legitimidad, por los bruscos y zigzagueantes cambios que se viene operando en las relaciones internacionales, lo cual permite que algunas fenezcan por ausencia de voluntad de sus integrantes, otras vivan de una inercia falleciente y, existan otras que pudieran estar reconstruyéndose con el fin de adaptarse a los cambios con nuevos roles y objetivos que no estaban inicialmente previstos.
Entre los últimos, sin duda se encuentra la Comunidad Iberoamericana, nacida en un contexto de profundos cambios causados por la desaparición del llamado “campo socialista”, que hizo coincidir el interés de las burguesías del Reino de España y la joven República Portuguesa, de reunirse a su alrededor a sus antiguos espacios coloniales con el señuelo de la “comunidad histórica de intereses” con el fin de dominar un mercado esencial para sostener la ya previsible crisis del Capitalismo y, la de las burguesías latinoamericanas, de
buscar una “músculo” propio que le permitiera, en su alianza con los dosEstados de la península Ibérica, disponer de un “puente” de oportunidades entre sus alicaídas economía y las poderosa maquinaria económica y financiera europea, llamada en ese comienzo de la ultima década del siglo XX a convertirse en la gran potencia económica del siglo XXI.
Contrarios al interés de unos y otros, los Estados Unidos, como potencia triunfante del conflicto Este-Oeste, decidió imponer la lógica de su burguesía financiera reforzando el dominio sobre el sistema monetario internacional, mediante la consolidación del dólar como moneda de cambio internacional, dándole a la vieja y arrogante Europa y a su proyecto supranacional un papel de aliado necesario pero subalterno y emprendiendo una ofensiva militar en el planeta dirigida a redefinir su doctrina bélica, reorganizar su enorme y potente aparato
militar e imponer a las elites de sus países aliados, subalternas y cipayas, una nueva visión del hegemonismo norteamericano en la contracción de un Estado global, con un orden político dirigido desde el aparato militar-industrial, con una base jurídica que desconoce toda la arquitectura surgida de la segunda guerra mundial y una fuerza económica que no se reconoce en los viejos espacios de los Estados Nacionales sino en la globalidad del espacio terrenal.
El resultado era de esperarse al ir estancando, languideciendo y desapareciendo proyectos de integración que dirigidos a disputarle espacios de dominación a la fuerza imperial hegemónica y, aunque intentaran revisar sus objetivos y estructuras, cada vez se hacía evidente que no cabían en el nuevo esquema de la indisputada dominación imperial, por lo que las burguesía locales subalternas “recularon” en sus tímidos proyectos autonomistas y se plegaron, con fuerza y decisión al renovado Poder Capitalista que, aún heridos de muerte, se presenta
como la única posibilidad de sobrevivencia que tienen el Capitalismo de superar o alargar un nuevo siglo su decrepita existencia.
En ese marco de fatalidades inexorables, la llamada "Comunidad Iberoamericana" pareciera tener sus tiempos cronometrados, no solo por la ausencia de razones para soportar una alianza entre viejos imperios y antiguas colonias, entre decrépitos Estados Monárquicos y Democracias Republicanas consolidadas, sino porque al lado de su enterrador imperial, ha surgido una nueva fuerza histórica, sostenida en la recuperación de la memoria de cinco siglos de lucha por la Soberanía, la Independencia, la Justicia y el Bienestar de los pueblos de
América Latina, que no acepta el vasallaje neocolonial de los decadentes imperios y se yergue digna y desafiante en la búsqueda de otro camino que tiene como referentes a Miranda, Bolívar, Hidalgo, Morazán, Nariño, Sucre, San Martín, Ohiggins, Labarteau, Martí, Hostos y tantos otros ilustres hijos de esta tierra de libertadores y libertadoras.
No se trata de una coyuntura por la terrible crisis del Reino de España y la República Portuguesa y el surgimiento de la nueva corriente soberanista y de Justicia social que estremece hoy nuestra América, sino la confirmación histórica del surgimiento de nuevos tiempos en nuestra continente y en todo el planeta, en donde las organizaciones coloniales y neocoloniales no tienen espacio y sus promoventes carecen de legitimidad entre los pueblos que luchan por construir de Libertad, Justicia y Bienestar:
La sociedad de los justos: el Socialismo.
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