Llegó el 2005. Y con él las promesas de año nuevo.
La más oída y no cumplida:
este año empiezo una dieta. Pero hay otras promesas más complicadas. Por ejemplo ¿Cuál es la meta del Gobierno, de la Revolución Bolivariana? Ya lo ha dicho el Presidente, profundizar la Revolución. No es un secreto que eso se resume en incluir a los excluidos, a los marginados, a los que menos tienen. Es trabajar para que cada día haya menos diferencias.
Utopía dirán algunos.
Pero también hay que empezar a exigir, ver lo que hace falta. Hace falta eficiencia. Hace falta voluntad política para denunciar a los corruptos. Hace falta dejar atrás los vicios de la cuarta. Hace falta eliminar el “cuánto hay pa’ peso” o el “a mí que me pongan donde haiga”. Hace falta buscar a los colaboradores no por el carnet, que no existe, pero se lo imaginan rojo, sino por las destrezas, las capacidades en el oficio y en el ámbito que sea. Hace falta dejar de manosear la Constitución y empezar a aplicarla.
Hace falta vocación de servicio público, esa que no se consigue en las farmacias, pues no es una medicina, sino una actitud ante la vida, ante el país. Hace falta dejar de ver la meta del gobierno divorciada de los compromisos del Estado.
Hace falta dejar atrás el egoísmo, el individualismo. Hace falta sensibilidad social. Hace falta unión para juntar destrezas y sacar el país adelante. Hace falta que la clase media ponga sus ideas al servicio de todos. Hace falta que le retribuyamos al Estado todo lo que en nosotros ha invertido.
Hace falta mística en las relaciones de trabajo, pero también en las que generan el amor y la familia.
Hace falta buscar la perfección, aunque sea imposible y muchas veces innecesaria.
Hace falta entender que sí, que trabajamos por la inclusión, pero que eso no puede convertir al Estado en una caja chica. Hace falta trabajar para que los excluidos no caigan en la tentación del “tengo derecho a todo sin el mínimo esfuerzo”.
Hace falta estudiar más, prepararse más. Hace falta gerencia, equidad, justicia, equilibrio, sensatez, tolerancia, cordura, asertividad, buen humor, participación, protagonismo.
Pero siempre habrá quien diga lo que hace falta, como lo hago yo ahora. Lo difícil no es darse cuenta de que algo está defectuoso, es estar dispuesto a participar en su arreglo.
Lo difícil no es darse cuenta que un bombillo no prende, lo difícil es comprarlo, agarrar un silla para cambiarlo.
Y es que hace falta mucho para que el mundo cambie. Por eso nada de lo que hagamos por cambiarlo sobra. Siempre faltará ponerle más, esforzarse más. Cuando vemos los millones de atribulados que dejó el maremoto de Asia reafirmamos lo vulnerables que somos, que la mayoría sigue estando excluida y, que aun siendo mayoría, es la más golpeada. Es tanto lo que hace falta que no es una meta del 2005, sino tal vez siglos de trabajo sin descanso. Sigamos.
(*)Periodista y profesora universitaria
mechacin@cantv.net
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