La Biblioteca César Rengifo de Fundarte, después de publicar “Oscéneba”, “Apacuana y Cuaricurián”, para completar el tríptico de la Anticonquista del dramaturgo, nos trae ahora “Curayú o El Vencedor”, que nos habla de la muerte de Guaicaipuro y la continuidad de la resistencia y emancipación indígena.
A diferencia de Oscéneba, donde pareciera plantearse un problema generacional dentro del pueblo caribe sometido a la esclavitud en Cubagua, resignación a la muerte o morir luchando, en “Curayú o El Vencedor”, el papel del piache es radicalmente diferente: es el que pregona la esperanza y la continuidad de la lucha al conocerse la noticia de la muerte de Guaicaipuro. Anuncia, en el llanto de un niño en ese momento, que el pueblo de los caribes se multiplica y la lucha continúa. Pero ese niño está también en “Oscéneba”, en la más cruel esclavitud en Cubagua, reclamando su nacimiento por un acto de amor, buscando un lugar para la vida y la ternura ante el fantasma de la muerte inminente, obra de la esclavitud hispánica y de mar y tierra encolerizadas. En Apacuana es la propia Cacica o Apota, quien convoca a su hijo Cuaricurián a la lucha irreductible contra el conquistador. En Oscéneba es la juventud india luchando contra la muerte y un destino ya supuestamente pre-establecido.
En Curayú, es el piache el que siembra esa rosa de la esperanza y del llamado a alistarse en la continuidad de la lucha, sosteniendo que los caribes siempre viviremos. Vale decir, la presencia indígena no es sólo de paso. Rengifo reclama su presencia permanente como parte insustituible de la venezolanidad. No es el heroísmo que quedó atrás, en el pasado glorioso, sino que está atrás y adelante al mismo tiempo, en el aquí y ahora, sin negar lo más irreductible y novedoso de cada presente histórico. Esto es fundamental en los 200 años de nuestra Declaración de Independencia (1811-2011). Por eso es importante conocer todo el tríptico de la anticonquista para tener una visión integral del planteamiento del dramaturgo.
Que la obra de César Rengifo es extensa, proteica y compleja como dramaturgo, pintor, muralista, poeta y como comunicador suigéneris de nuestros pueblos por la vía del arte, del periodismo o del ensayo, todos lo sabemos. Pero lo que poco se sabe o se nos explica poco, es el Rengifo que se nos oculta e invisibiliza a veces, incluso sin mala fe –sólo por la formación impuesta o ya por intereses- por parte de algunos de sus estudiosos e investigadores. Así como nos ocultan al José Martí pro-indianista (el de “América no caminará sin el indio”) o al Francisco de Miranda del Manifiesto de 1801. Lo primero que se pone sobre el tablero, es lo que un determinado autor, más tiene de occidental; luego, se fragua y legitima por esa vía su “validez universal”, en la medida en que más occidental sea y donde lo occidental se mide por niveles de europeización compulsiva y unilateral, bajo pretextos “civilizatorios”, de “modernidad”, “progreso” o “desarrollo” . No siempre por mala intención, sino a veces por condicionamientos ideológicos de la dominación en el proceso educativo, sobre todo en el ámbito académico universitario, lo cual ha ocurrido y sigue ocurriendo. De allí que hagamos un llamado a sus estudiosos e investigadores a tomar en cuenta estos condicionamientos de la cultura dominante, a riesgo de mutilar lo esencial de su planteamiento.
Que César Rengifo como artista de la descolonización del arte y de la vida cotidiana en su proyecto de la anticonquista va más allá de su condición de ensayista, iluminado por el solar conocido de su compromiso de vida con el pueblo/pueblo en su propia patria y cultura nacional, su identidad nacional y específica.
El Rengifo pro-indianista, sigue oculto. El de “Oscéneba”, “Apacuana y Cuaricurián”, el de “Curayú o El Vencedor”, no es casual que corresponda a las obras de teatro, menos montadas y tal vez de las más desconocidas o enterradas en el olvido, tríptico correspondiente a su dramaturgia de la anticonquista, reivindicando la resistencia indígena. Del mismo modo, denunciamos una maniobra ideológica y cultural para negar al originario de todos los continentes, a lo cual no ha escapado la misma África. Así como aquel Rengifo de su “Autorretrato”, o de “El hombre que llora por el hombre” (como obra pictórica, que expresa en vivo indianidad y afroamericanismo), “Los hombres de los cantos amargos”, cuya obra teatral expresa el vacío inmediato y la confusión sufrida por los esclavizados afrodescendientes, después de la abolición de la esclavitud para encontrar la continuidad de la lucha de resistencia y volver a sembrar la esperanza y la confianza en sí mismos. (Volver a la hacienda del amo o ejercer la libertad).
Vale recordar que también se ocultó aquella frase anónima de la Guerra Federal ¡Patria para los indios! que acompaña las luchas de los pueblos indígenas actuales, los derechos originarios, la demarcación de sus tierras y territorios con la incorporación de Guaicaipuro al Panteón Nacional por Decreto del Presidente Hugo Chávez (2001-2011). El ocultamiento del rostro indianista del pensamiento y obra de César Rengifo, se corresponde con la invisibilización por más de medio milenio que han sufrido los pueblos originarios de este continente, hasta el extremo, de que aún –hasta hoy- se esconde la real y concreta participación de estos pueblos en la primera independencia, solapados bajo el nombre de pardos, llaneros, campesinos, mestizos, mezclas, híbridos y tantas otras denominaciones. La Biblioteca César Rengifo, culmina hoy con “Curayú o El Vencedor”, la publicación de todo el tríptico de César Rengifo dedicado a la Anticonquista o la resistencia indígena. Y se hace conjuntamente con “Los Hombres de los Cantos Amargos”, tratándose del 2011, Año de los afrodescendientes declarado por la ONU y de haberse iniciado su esclavización en Cubagua, (12 enero 1526), esclavitud que había comenzado con el pueblo caribe, como se recoge en Oscéneba. Esclavitud que mucho antes había comenzado en Canarias, con el casi exterminio de los aborígenes wanches y por eso han venido aquí los isleños como los “blancos de orilla” de la época colonial.
Es verdad que Rengifo, de pensamiento amplio en su proyecto de la nacionalidad venezolana incluyó y reivindicó muchos personajes que estaban muy lejos de su ideal marxista, socialista y revolucionario, como Andrés Bello o Mario Briceño Iragorry, entre otros. Pero su pensamiento de la anticonquista expresado en toda su obra, es único e irreductible aún en el mismo pensamiento revolucionario, incluso único en todos los indoamericanismos de su tiempo, tanto en el México del muralismo de Siqueiros y la revolución de 1910, como en el Perú de Mariátegui y de Haya de La Torre. No es por tanto reductible a ningún hispanocentrismo o a ninguna “raza cósmica” vasconceliana. Porque la conquista había sido justificada y legitimada por todo el pensamiento occidental dominante, a lo cual no escapaba –lamentablemente- el mismo pensamiento clásico de cierta izquierda eurocéntrica, con sus honrosas excepciones. Esas visiones uni-lineales del atraso y del progreso, nos habían convencido en que, los mal llamados “pueblos tribales”, habían quedado rezagados en un “estadio” de la humanidad, ya “superado globalmente” por el presente del capitalismo, hasta llegar al exabrupto de la expulsión de la historia y la geografía con el advenimiento del capitalismo monopólico y la ideología tecnocrática a partir de finales de la década del 50; comienzo de “la ideología del fin de la historia” y coyuntura propicia para la justificación y amplio desarrollo del teatro histórico y social de Rengifo, que abarca todas las fases, líneas y actores sociales y personales de la historia de Venezuela. De allí que Rengifo en su muralismo, su teatro histórico y cultural de la anticonquista, se reencontrara con los mitos indígenas de los orígenes, viendo –desde una dialéctica compleja- el espejo del presente, usando simultáneamente el retrovisor de la historia para vislumbrar la esperanza y continuidad de la lucha de los pueblos, dentro del caos y las dificultades de la conquista y la colonia, la independencia, la guerra federal o de la era de la sub-cultura petrolera, pero al final sembrando siempre una flor, como aquella rosa para la ciudad, siempre preñada de semillas fértiles, germinadas y esparcidas con carga de futuro y amor eterno a sus pueblos. Vale decir, aprender a ver hacia atrás y hacia adelante en forma simultánea, ubicado dialécticamente en la plenitud de la contemporaneidad histórica. Ver de cerca y de lejos muchas veces, como pudiera decirlo el Popol Vuh. Ver el árbol y el bosque al mismo tiempo, abajo, en lo más subterráneo de la historia, en el humus de la cultura propia y de la mal llamada “cultura general” al mismo tiempo; y arriba, en el cielo descompuesto del poder establecido, para poner sobre el tablero a todos los invisibilizad@s, oprimid@s y explotad@s por la clase y cultura dominante: pueblos originarios, afros, mujeres, campesinos, discapacitados, sub-urbanos, trabajador@s del campo y la ciudad, sin olvidar el desarraigo y desconcierto de los perros callejeros. En la era del petróleo, nos convoca por el regreso de la tierra verde, vale decir, una luminosa y sutil denuncia de la conquista de la naturaleza por el capitalismo para rehacer en el socialismo una relación cultura-naturaleza en la sostenibilidad del progreso humano con la sobrevivencia del planeta. Desde su pintura o su teatro, también vemos, cómo el petróleo nos acerca al paisaje desolado de “Las Torres y El Viento”.
Finalmente diremos, dentro de una visión integral y al mismo tiempo diferenciada de su obra, que todo su teatro tiene una ubicación, histórico-antropológica, socio-económica, socio-cultural, ideológica y esencialmente política, en totalidades según el lugar, la ecología, los actores sociales específicos y la coyuntura política.
Tierra de Guaicaipuro, Valle del Guaraira Repano
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