Demasiado demoramos en comprender al camarada Chávez, gran admirador de Alfredo Peña por allá por el siglo pasado, hijo autoadoptado -luego expósito-, de Luis Miquilena, doctorado honoris causa en acusar traiciones impunes y prodigar perdones cómplices -Arias Cárdenas no traicionó al compadre Hugo, traicionó al pueblo-, protector de Acosta Carlez el verdugo de Mario Silva; demasiado demoramos, reitero, para comprender su vocación mártir, el asunto está en que el de la vocación es él y no nosotros que no perdonamos traiciones, para muestra el botón del glorioso abril cuando el pueblo ni se “enconchó” ni acató traiciones.
En el caso de Joaquín Pérez Becerra pueden deportarme mil veces acusada de ultraizquierdista, -cumplo los requisitos impuestos por Santos para optar a terrorista: no soy colombiana, no soy de las FARC, no he cometido delito alguno y milito en asuntos revolucionarios aún y cuando la metralla anticomunista de Chávez perseguía esos asuntos-, ¡qué es una raya más pa’ una tigra! Pero que conste, a esa acusación siempre le respondo: tal vez yo sea de ultraizquierda, pero sin duda alguna tú eres de ultraderecha. Maduro acusa con el dedo enhiesto y el gesto homicida del tío Sam a quienes se oponen a su, como mínimo, estúpida decisión, propia de quien calza unos zapatos que, como canciller y como chofer de autobús, le quedan grandísimos.
No es a Maduro a quien debemos reclamar, es a Chávez que parece estar creyéndonos santos cachones para compartir con su mejor amigo la invasión genocida a Ecuador, la masacre a traición de Reyes y tantos otros soldados colombianos de un ejército irregular no golpista, un ejército subversivo, connotando subversivo quien lucha a muerte por la patria liberada de imperialismo y explotación neoliberal. La guerrilla colombiana que además del discurso y de las armas, tiene cojones, enfrenta a una de las burguesías más sanguinarias, hijoe’puta, e inescrupulosas de estos alrededores suramericanos, ¿o será retórica falaz la duda de Chávez y la muerte envenenada de Bolívar?
Por qué el Chávez que perdonó a Arias Cárdenas, que condesciende con el “muchacho ingenuo” de Carabobo con todo y el frustre de Mario Silva, el Chávez que departe té y galletitas en La Moncloa con quien lo mandó a callar y bien mandado a callar se quedó a pesar de que no era él sino Daniel Ortega quien le tenía la piedra afuera a su Majestad, ¿por qué ese Chávez se tiró de cabeza en la piscina vacía de la traición a Pérez Becerra?
Porque quiere deslindar con el ultraizquierdismo o lo que todo pasante de La Escuela de Las Américas tienen como tal; quien no vende sus aplausos, quien no haya leído El Reposo del guerrero, quien no admire a Pérez Jiménez ni emule a Perón, quien no se sepa el corrío de Maisanta, quien se diga comunista, quien no profese socialismos cristianos, quien esté contra el IVA, quien diga que el socialismo no es para repartir limosnas sino para transformar el aparato económico, quien sepa que las revoluciones no se hacen con leyes y menos con habilitantes, en fin, quien políticamente piense, hable, actúe por sí mismo y anhele vivir como ciudadano de un país, y no como recluta en un cuartel.
La traición a la Constitución vigente materializada en Pérez Becerra, nos obliga a meter las barbas en agüita con hielo, porque ahora verán señores al diablo comunista pasar trabajo, no en balde Chávez impuso a Fernando Soto Rojas pese a perder en las internas, lo impuso no sólo como candidato sino como presidente de la Asamblea Nacional, el viejo y locuaz ex guerrillero, el más comecandela de los escupebalas sobrevivientes, el eximio ultraizquierdista. Nada envidiable la curul de Soto Rojas, a estas alturas de su vida venir a representar a Pilatos en el caso de Pérez Becerra y en los cientos que están por venir, Pérez Becerra abrió la espita, el que tenga ojos que vea.
Esperemos que Soto Rojas y Alí Rodríguez Araque terminen de ponerse los pantalones de la dignidad revolucionaria.