Para Luis Eduardo Guerra, víctima del terrorismo de Estado de Álvaro Uribe

La nueva teoría anticapitalista: criterios de validez y carácter revolucionario

(3ª parte de la serie, La Revolución Mundial pasa por Hugo Chávez)


5. ¿Cuando es revolucionaria una teoría política o un Proyecto Histórico?

El carácter revolucionario o reformista de una teoría-praxis política no depende, como es obvio, de sus métodos de lucha, sino de sus contenidos programáticos. Revolucionario, en este sentido, es un Proyecto Histórico que pretende sustituir una institucionalidad existente (el status quo) por otra, cualitativamente diferente. Dado que es fácil definir las columnas principales de la institucionalidad burguesa, igual de fácil es determinar la naturaleza sistémica (reformista) o anti-sistémica (revolucionaria) del proyecto de un sujeto político contemporáneo.

La civilización capitalista-burguesa descansa sobre cuatro macroinstituciones: 1. una economía de mercado organizada primordialmente por el capital privado, con variada participación de la propiedad estatal o “pública”, bajo el principio operativo de la optimización de la tasa de ganancia; 2. la superestructura política de la democracia formal-representativa-parlamentaria, es decir, indirecta y elitista; 3. el Estado clasista y, 4. el sujeto posesivo-liberal.

Todo proyecto para la Nación, la Región o el Sistema Mundial, que pretende ser revolucionario o que se autodefine como tal, tiene que tener, por lo tanto, una propuesta alternativa viable para cada una de esas cuatro macroinstituciones. Y todo proyecto que carece de esa propuesta o no la desarrolla debe renunciar a la pretensión de ser antisistémico o revolucionario.


6. Es necesario demostrar la viabilidad del socialismo del siglo XXI

En la actualidad, la viabilidad de las alternativas antisistémicas, es decir, del socialismo del siglo XXI o de la democracia participativa postcapitalista, sólo puede demostrarse de manera científica. No existe otro método para hacerlo. Es por eso que la actual inflación de ensayos hermenéuticos sobre las obras de Marx, Engels y Lenin y las interminables interpretaciones del “Qué hacer” de Lenin, que buscan la clave de la transformación cualitativa del presente en las obras de los clásicos, son infructuosos y redundantes. Redundantes, porque será difícil encontrar algo sustancialmente nuevo, después de la monumental obra respectiva de Hal Draper.

Infructuosa es esa actividad, en última instancia, porque estudiar y conocer las obras clásicas es una condición necesaria para la nueva Revolución Mundial … y nada más. La condición suficiente no se encuentra en el pasado: sólo puede devenir de la ciencia y realidad actual. La esterilidad de la gran mayoría de las aportaciones “marxistas” al debate actual tiene ahí su razón de ser.

Si la hermenéutica de los bienintencionados y, también la de los malintencionados, no llevará a la transformación mundial anticapitalista, menos lo hará el filantropismo utópico prosistémico de los intelectuales liberales, socialdemócratas, cristianos-pacifistas y de las ONGs, que controlan los debates en los Foros Regionales y Mundiales. Y lo mismo vale para el sectarismo que se autodefine de “marxista” y que no es más que una negación abstracta de lo concreto, fosilizado en la epistemología del siglo XIX. Por esa doble deficiencia cognitiva, ser negación abstracta e ignorante de la epistemología científica del siglo XXI, es incapaz de entender las contradicciones de la realidad y utilizarlas para construir las alianzas y la Teoría Revolucionaria necesarias para llegar a la civilización postcapitalista.

Para políticos e intelectuales, es ilegitimo hoy día, proponer la sustitución del sistema del capital por el socialismo o una democracia participativa, si no se hace con base en la determinación de la nueva institucionalidad anticapitalista y sus formas, tiempos y métodos de transición y, sobre todo, la demostración de su viabilidad: es decir, su capacidad de existir, funcionar y desarrollarse adecuadamente dentro de las condiciones objetivas del presente y su evolución probable. Porque no es ético hacer una macropropuesta antisistémica, basada únicamente en el desideratum subjetivo (el deseo) de ayudar a la gente, en el voluntarismo individual o colectivo, el dogma o el utilitarismo del beneficio personal.

Para proteger a las mayorías de esas posiciones de ingenuidad, impostura o milenarismo (de derecha o izquierda), la demostración de la factibilidad del Nuevo Proyecto Histórico no es, por tanto, sólo una necesidad práctica, sino, al mismo tiempo, un imperativo ético. Habiendo afirmado categóricamente que el único método disponible para llevar a cabo tal demostración, es el científico, queda por ilustrar, cómo se procedería en una demostración de este tipo.



7. ¿Cómo se demuestra la viabilidad del socialismo del siglo XXI?

Realizar la demostración científica de la veracidad de una hipótesis empírica significa emplear el “protocolo científico”, es decir, la secuencia de cinco pasos de procedimiento teórico-lógico-empírico que conforman el método científico. La singularidad del protocolo científico, que lo diferencia de cualquier otro método de interpretación de la realidad, radica en la hipótesis (un enunciado sistematizado) y su contrastación empírica.

Demostrar la viabilidad ---es decir, la capacidad de existir, funcionar y desarrollarse adecuadamente dentro de las condiciones objetivas del presente y su probable evolución futura--- de las cuatro instituciones de la civilización postcapitalista requiere, entonces, la formulación de cuatro hipótesis, cuya veracidad (o falsedad) tendrá que ser demostrada. Formulados de manera sencilla, esos enunciados hipotéticos tendrían la siguiente forma: La economía de equivalencia proporciona una mayor calidad de vida para las mayorías de la humanidad, que la economía de mercado.

Paso seguido se operacionalizan los conceptos o variables de las hipótesis, es decir, se les asignan parámetros (indicadores) empíricos que son medibles de manera cuantitativa, o en su defecto, cualitativa, y se procede a generar los modelos necesarios que permitirán comparar los resultados de ambos tipos de economía en contextos conmensurables. Las magnitudes y flujos de esas variables pueden expresarse con diferentes escalas, de hecho, ya conmensurables, por ejemplo, en términos monetarios, valores (tiempo) o volúmenes (energía, toneladas, etcétera), y procesarse mediante la matemática de matrices.

La validez de tales comprobaciones sería suficiente para cumplir con el mandato ético y el práctico-político de iniciar la lucha por el Nuevo Proyecto Histórico anticapitalista con fuerza y convicción, siempre y cuando esos criterios de validez para este tipo de hipótesis estén al nivel de la epistemología del siglo XXI, y no del conocimiento científico decimonónico.



8. Los criterios de validez

Los criterios de verdad de la física del siglo XVIII y XIX se construyeron esencialmente sobre las experiencias cotidianas y científicas con objetos de determinados tamaños (relativamente grandes) y velocidades (relativamente bajas) que facilitaron un enfoque epistemológico determinista, tal como se expresa en la célebre formulación de Laplace, de que si hubiese un demonio capaz de conocer la posición y velocidad de todas las partículas del universo en un momento dado y tuviera la capacidad computacional suficiente para resolver las ecuaciones de Newton, podría predecir el devenir de todo lo que existe.

Cuando Karl Marx y Friedrich Engels emprendieron el estudio de la sociedad burguesa comprendieron en seguida, que el paradigma determinista con sus rígidas relaciones de causa y efecto no tenía la sofisticación suficiente para analizar adecuadamente el comportamiento de los sistemas dinámicos complejos, que llamamos sociedades, Estados o sujetos. Tal fue la razón, que los hizo “refugiarse” en la epistemología de la dialéctica hegeliana, cuya lógica relacional con sus saltos cualitativos parecía y, de hecho era, mucho más adecuada para describir y explicar la evolución de la sociedad y la praxis del sujeto social que pretendieron subvertir drásticamente.

Sin embargo, cuando la física comenzó a estudiar el comportamiento de la materia a escala atómica, la aleatoriedad (chance) de su comportamiento rompió la (inevitable) camisa de fuerza del determinismo de Newton y Laplace. Nuevos conocimientos comenzaron a incidir sobre lo que puede considerarse la “experiencia evidente” de cada época y sus criterios de verdad. Entre ellos, el principio de incertidumbre de Heisenberg que, aunque fuera formulado sobre la relación entre el sujeto cognoscente y el objeto de investigación a escala atomar, puede servir como guardián conceptual contra toda desviación cientificista.

De la misma manera: la comprensión de que “certeza” ---un estado de carencia absoluta de dudas--- sólo puede encontrarse en determinados contextos de sistemas tautológicos, como la matemática y la lógica, mientras que todo sistema empírico pertenece a la clase lógica de los sistemas probabilísticos; al igual que las demostraciones de Goedel, de que la consistencia sistémica de determinados supuestos matemáticos no es comprobable, debido a que todo sistema lógico de determinada complejidad es, por definición, incompleto (Teorema del estado incompleto); la introducción de la verdad relacional (la dialéctica de Hegel) de los conceptos de espacio y tiempo por Einstein; la limitada capacidad interpretativa de toda teoría, revelada a través de sus paradojas (temporales), como el carácter dual de la luz, en su momento, paradojas que se multiplicaron con la física cuántica y, last but not least, la frecuente incapacidad de la validación empírica ad hoc o instantánea de la hipótesis, como en el caso del teorema del estado de la materia conocido como “el condensado Bose-Einstein (BEC)”, teorema establecido en 1924 y verificado apenas 71 años después, en 1995.


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Heinz Dieterich


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