Como si de un particular y personalísimo remake de la novela de Desnoes filmada por Gutiérrez Alea se tratara, me he conseguido a mí mismo extraviado en las soledades de quien se percata como sus amistades y conocidos del pasado han desaparecido en la vorágine del escualidismo.
Gracias a esas particulares máquinas del tiempo en las cuales se han convertido las llamadas redes sociales, he podido tele-transportarme a épocas anteriores, donde compañeros de escuela y universidad conformaban el pequeño mundo personal que todos tenemos en algún momento. En mi caso, tan cercano a la burguesía como pudo estarlo un hijo de la clase media, aquellos que conocí hoy se han impuesto un autoexilio que los ha llevado, cual judíos, a una particular diáspora por todos los rincones del planeta, desde los decadentes Estados Unidos a la vieja Europa, hoy más vieja que nunca.
Todos, unos más que otros, siempre vieron al país como una bella promesa que nunca sería cumplida, algunos por su condición de hijos de extranjeros, otros por ser extranjeros de pensamiento. Algunos, los que más duelen por la memoria, en su momento caminaron por la izquierda o, al menos, fueron irreverentes de universidad, soñadores de pasillo y congreso internacional de estudiantes.
Y como en la canción de Dietrich me pregunto ¿Dónde fueron todas las flores? Hoy, destilan veneno desde allende los mares, despotrican del país que, sospecho, nunca fue suyo; son los que hablan de violaciones a los derechos humanos, de dictadura y tiranía en un país que es tan libre como sus 30 millones de ciudadanos quieren que sea; los que dictan cátedra de lo que debe hacerse en la Patria más allá de sus fronteras, en ocasiones con un desconocimiento propio del tratamiento de la realidad nacional que fabrican las trasnacionales de la información; los que maximizan los errores y minimizan o niegan los aciertos; los que hoy dudan macabramente de la enfermedad del presidente Chávez o hacen mofa de la misma, como si al final no estuvieran hablando de un hombre, tan perfecto como ellos pueden ser, como yo puedo serlo.
En algún momento, al ser testigo de cómo este huracán arranca las raíces de lo que fui, la duda ha llegado: ¿estaré errado? ¿Es posible que todos estén equivocados y yo en lo cierto? Entonces recuerdo que este ha sido siempre el camino del salmón que a contracorriente remonta el río, sin dudar por un instante que el rumbo es el correcto para poder salvar a los que vienen.
Aun así, el dolor del instante compartido que no llevó a nada, que fue truncado en cada historia personal, duele.
Cual Hamlet, me quedan dos caminos: intentar borrar los recuerdos, enterrarlos en el olvido selectivo, o exponer mis argumentos ante el tribunal de sordos de mi pasado, de ciegos tan ciegos como los vió Saramago.
Hoy pensaré en los desaparecidos de mi memoria, los que nunca fueron, los que ya no serán más.
Docente universitario/Periodista
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