Especulandia es tierra de piratas devenidos en empresarios (o viceversa), luego de que Papá Estado (en la IV) les diera suficientes préstamos no cobrados para que pudieran cambiar la pata de palo por una prótesis, el parche por un ojo de vidrio, el loro en el hombro por un Ipad o Iphone y la tiendita del aviso de “hoy no fio, mañana sí”, por el almacén lujoso donde, sin embargo, las mañas de la piratería se mantienen.
En Especulandia todo es posible: desde ricos que desean ser especulados para demostrar que pueden pagar más que el tierrúo (la usura es chic), hasta políticos en campaña electoral que llaman saqueadores a sus potenciales electores que compran productos a precios justos. Pero lo más insólito de Especulandia no son estas sinrazones, sino la defensa del acaparamiento y la usura con exquisitos nombres técnicos de la fantasmagórica ley del mercado.
Si el empresario compra electrodomésticos a precios de dólar a 4,30 y los guarda en un almacén polvoriento, no está acaparando, solo procura su “inventario de reposición”; si el empresario muda a una caleta clandestina 20 mil electrodomésticos, no está escondiendo los productos, sino “ejerciendo su legítima defensa contra un Estado forajido que pretende desconocer la propiedad privada”; si el empresario aumenta el precio final de dicho producto en mil por ciento, no está especulando, “toma medidas agresivas para enfrentar la inestabilidad cambiaria”, si el empresario no pide los dólares preferenciales sino que negocia con el mercado negro, no está incurriendo en ilícito cambiario, solo se “adapta a las condiciones preexistentes en el mercado de divisas, alterado por las políticas estatistas de excesivo gasto fiscal, que producen inflación, escasez y devaluación”. Por último, si todo esto falla y se ve atrapado, el empresario justificará su acción con aquello de “yo especulo, pero creo empleos (y si joden mucho, me voy del país)”.
En Especulandia los usureros se llaman a si mismos la fuerza productiva del país y los consumidores que se atreven a comprar productos a precios justos, saqueadores. En Especulandia la clase dominante y la cuerda de idiotas que les sirven como lacayos desde cualquier posición social, gritan con racismo que estas medidas son pan para hoy y hambre para mañana (anunciando desde ya sus intenciones de acaparar nuevamente), y piden por sus cuentas en Twitter que el Dios santísimo que los observa en sus iglesias de lujo haga que los productos vendidos por la acción gubernamental se dañen, porque es un pecado que el pobre disfrute lo que al rico tanto le costó (comprar o vender).
En Especulandia los piratas devenidos en empresarios, sean nacionales o extranjeros, reclaman patente de corso para tomar por asalto los bolsillos de los habitantes, quieran o no, porque sin ellos no hay economía y sin economía no hay pueblo ni Estado. Ellos son el Estado, el poder fáctico, el bravucón de barrio, el violador enfermo más de avaricia que de lujuria, porque mil por ciento de ganancias son mejor que cualquier orgasmo.
Ahora que el Estado, tardía pero gallardamente toma las medidas para poner orden en el aquelarre de los piratas mutados, el pueblo siente que ese pedazo del paraíso que le venden los medios como felicidad, también puede ser para él, aunque suene a consumismo, pero hasta el consumismo es racista: compre, compre, compre, si puede, si puede, si puede.
Los piratas de Especulandia no tendrán que caminar por la plancha para ser lanzados a los tiburones. La Habilitante regulará márgenes de ganancia, y más de uno clama que prefieren cerrar a dejar de hacer lo que les da la gana. Se les olvida algo: en su querido mercado, donde haya demanda, habrá oferta, y más si el pueblo convocado juega la carta histórica de la expropiación popular para aquellos que se nieguen. Al final, en este barco hay democracia, ya no hay más dictaduras de piratas Morgan, de Barbanegra o el Olonés. Y aunque aún no cambia (de 1.400 fiscalizados solo cinco no tenían el parche en el ojo) Especulandia dejará de serlo, y el consumismo inducido por los cañones mediáticos de las naves de negras banderas, del fascismo económico, cederá paso a la satisfacción de las necesidades reales y la destrucción de las necesidades creadas. Por las barbas de Marx, que así será.